Yelp, el análogo anglo del 11870 que he usado a veces cuando he estado en ciudades desconocidas se enfrenta a una denuncia por haber usado su posición privilegiada como recomendador para extorsionar a los sitios y obligarlos a pagar anuncios. Desde luego, falta resolución judicial, pero estas cosas son demasiado retorcidas para que el río suene sin agua… y demuestra que las startups sonrientes pronto se vuelven mafiosas, quizá porque detrás de ellas está, las más de las veces, el mismo usurero de toda la vida, pero sonriente.