The Wire es una serie fantástica. Voy a ahorrarme toda la mierda rankista sobre si es, o no, la mejor serie jamás emitida al sur de Betelgeuse: sinceramente, no me importa. Es una serie excepcional, y estoy seguro que hay muchas otras.
Lo que sucede es que después de ver las cinco temporadas uno llega a entender ese mundo y llega a entender la decisión del alcalde de Reykjavik de condicionar la formación de un gobierno local con alguien al hecho de que ese hipotético socio de gobierno hubiera visto The Wire. Más allá de que estuviera exigiendo un contexto común mínimo sobre el que comenzar a construir, lo importante es, en si mismo, que sea ése y no otro el contexto elegido. Habiendo visto la serie, la decisión que aquel día entendía sólo desde un punto de vista teórico encaja ahora también dentro de un mapa de decisiones práctico: The Wire lo vale.