Un análisis de redes detallado que tenga en cuenta la demografía nos indicará que el crecimiento de la Red, a estas alturas, será orgánico pero que, por esa misma razón, la red posee mucho más potencial del que quizá se ha desarrollado en los últimos cuatro o cinco años. No es un camino que recorrer pisando un lecho almohadillado de rosas, pero la red y su crecimiento podrían darnos más alegrías de las que algunos quieren creer. Lo sucedido en el último lustro es tan representativo (o tan poco representativo, como quieran verlo) de la Red como lo sucedido en los idealizados años noventa. La clave, como siempre, está en la disponibilidad y la difusión de herramientas y conocimiento: en la capacidad de soñar otro mundo.
La observación de todo sistema está sujeta a sesgos. Al contemplarlo, lo veremos inevitablemente del color de nuestro cristal. Si analizamos la red en base a cómo fue nuestra llegada a la misma a finales del siglo pasado, podemos juzgar que en los años noventa los usuarios eran altamente proactivos, más inclinados a participar en grupos de noticias, canales de IRC y foros, o que tenían un mayor espíritu de descubrimiento. Si analizamos la red en base a cómo es la llegada actual a la misma, podemos juzgar que los usuarios que han llegado a la misma en tiempos de Facebook son más pasivos, menos reflexivos, menos curiosos. Podemos incluso culpar a estas herramientas de dicho cambio y maldecirlas del atontamiento generalizado, mientras nos preocupamos por el futuro de la especie humana. Ambas apreciaciones son erróneas.
Los errores derivan de haber tomado como reales lo que no son sino sujetos imaginados: tanto el idealizado hacker curioso de los noventa como el criticado lurker apático capaz únicamente de producir me-gustas son arquetipos abstractos (y en tanto que generalizaciones al comportamiento de toda una generación de usuarios, sujetos imaginados) cuya principal consecuencia es la prolongación de una estratificación conceptual de la Red entre netócratas (cuya existencia perciben y defienden en diversos ámbitos a modo de nueva aristocracia) y el resto del mundo, ignorante y plebeyo. Mientras esa percepción puede alimentar el ego y las aspiraciones de ciertos actores deseosos de arrogarse el liderazgo, está profundamente equivocada.
Los noventa: otro tiempo, otra vida
La realidad se parece más a un proceso de enriquecimiento de uranio, o a una destilación controlada. Ya estemos preparando sencillas bebidas alcohólicas o preparando combustible nuclear, pasamos de tener una mezcla de sustancias a tener dos mezclas de sustancias, con una proporción de componentes diferentes entre sí y diferentes a la proporción original. En el caso de la destilación (más fácil de entender), nuestra muestra destilada será rica en componentes volátiles (más alcohol, menos agua) y el residuo que nos queda rica en componentes menos volátiles (menos alcohol, más agua). Esto no significa que sólo hayamos volatilizado alcohol (generalmente, algo de agua habrá pasado), ni que no hayamos dejado alcohol atrás (posiblemente, algo de alcohol se nos ha quedado atrás). ¿Cómo lo traducimos a la historia de la Red?
Así, si analizamos la primera oleada de usuarios, la mayoría eran más activos, seguramente porque tenían más inquietudes o eran más tecnófilos. Y si analizamos la segunda oleada, en la que se sumaron a la Red los usuarios menos tecnófilos, podemos deducir que ya nadie se preocupa de ser autónomo en la Red, que cualquier tiempo pasado fue mejor y que ya nada es como antes. Mientras tanto, obviamos que ambas miradas dedicadas a simplificaciones conceptualizadas de la diversidad real de la Red ignoran deliberadamente que el pool social inicial no tenía ni tantos hackers curiosos como podemos creer al inicio ni tantos lurkers apáticos como demonizamos al final. Admitir esto es un paso importante y nos acerca a una visión más acertada de las cosas.
Esta visión no debe olvidar que aquellos primeros internautas (término ya en desuso, desde que todo el mundo es internauta) llegaron a la Red en una época de fuerte promoción de la misma, con amplias campañas de aprendizaje y en la que las herramientas disponibles exigían del usuario un conocimiento más detallado de los mecanismos.
La alfabetización perdida
La curiosidad no es exclusiva de nadie. La mayoría tenemos esa actitud exploradora, pero la mantenemos latente, a la espera. Cuando la despertamos, desarrollamos nuestro lado más explorador y hacker, ampliando los límites de todo lo que nos rodea. Afortunadamente, son multitud las personas que habiéndose incorporado a la Red en tiempos recientes (en los últimos 5 años, por ejemplo) mantienen en ella una actitud seria, y una presencia activa materializada con frecuencia en blogs. Porque siguen surgiendo nuevos blogs interesantes, pese a la madurez del formato.
Lo que cabe preguntarse es si no serían aún más quienes lo habrían hecho si no se hubiera producido el abandono de los planes de alfabetización digital, que movió a tantas empresas en los últimos noventa pero fue olvidada al olor del dinero .com. La falta de iniciativas potentes en este ámbito puede estar en el fondo del problema. Pese a que no lo parezca, ésta es muy necesaria, toda vez que usar cualquier herramienta mal siempre es fácil, pero extraer de ellas todo el potencial es harina de otro costal. La Red promete conferirnos autonomía y mayor control sobre nuestra vida, pero esa promesa no se cumplirá sola.
El florecimiento del hacker latente
Y comenzamos ya a tocar el fondo del asunto. Ante la llegada a la Red de futuras generaciones lo más importante será mantener vivo el relato de que otras formas de descubrir cosas y personas en la Red son posibles, y que no todo puede nunca estar al amparo de herramientas con vocación intermediadora ni de entornos limitantes como los que encontramos en el ecosistema móvil y tablet. Para ello es importante crear vías de entrada que permitan el progreso y el empoderamiento personal.
Es la magia de conseguir que quien se ve incapaz de algo más que adherirse a las propuestas de otros, descubra que puede fabricar su camino, salirse del molde y salir volando. ¿El camino? Permitir que las tecnologías que nos confieren autonomía, pero no gozan del visto público de ciertos sectores sigan vivas para que su transmisión, su extensión boca-oreja, sigan vivas.
Muchas personas que están en la Red actualmente se decantarían por esa otra red que es posible si tan sólo creyeran que es posible, que es para ellos el estar ahí participando de manera mucho más activa porque les aporta valor neto (una vez compensado el esfuerzo adicional).
El crecimiento orgánico y las herramientas
Porque lo cierto es que en las zonas en que la práctica totalidad de la población está en Internet, el crecimiento será orgánico y vinculado a la llegada de nuevas generaciones entre las que hallaremos la misma proporción de personas con espíritu explorador, capacidad creativa y corazón de hacker que entre quienes ya estaban aquí cuando Internet se hizo masiva. Esa proporción seguramente no se corresponde ni con lo que vivimos en la incorporación de usuarios en los años noventa ni con lo que hemos vivido estos últimos años. La verdad se esconde en algún punto entre una y otra simplificación excesiva de la realidad.
Sólo manteniendo vivas herramientas que permitan el desarrollo de las capacidades de cada uno, y sólo manteniendo viva la voluntad de alfabetización constante sobre el terreno y muy ligada a la realidad será posible diseñar y difundir el conocimiento y los sistemas que permitan la emergencia de esa actitud que, frente a la Red, despierte en muchas más personas su faceta más creadora y menos pasiva, más hacker y menos tabletizada. Todos llevamos (en diferentes medidas) dentro un poco de eso, pero muchos no son conscientes. Para tener una Red más diversa y que cumpla mejor las promesas pendientes de la era digital hacen falta, sobre todo, ellos, que poseen potencial sin conocerlo.