Al hilo del anuncio, hace unas semanas, del final oficial de la guerra de Irak, pudimos leer en Coming Anarchy un comentario interesante para entender no sólo esa guerra sino muchos otros problemas de seguridad:
«As the previous seven years of debate on this war has shown us, victory will not be absolute nor obvious, disappointing many Americans still conditioned to expect WWII or Cold War style total victory. Reading the news the last few days, it occured to me, the 21st century will be a century of us deciding what and when victory is.
(…)
The question is when a generally accepted definition of victory will be found and we can leave.»
Está claro que en un mundo donde las guerras no tienen la forma que tuvieron hasta el s. XX, en el que la descomposición desemboca en conflictos armados de diferente naturaleza, pero a menudo bajo formas distribuidas, esperar que un buen día se declare la derrota total de esos grupos dispersos que actúan de forma distribuida es, como mínimo, una demostración de gran candidez.
No. Y la pregunta real no es cuándo el enemigo desaparecerá del todo, a los partidarios de la política del miedo les encantará que esperemos esa derrota total, porque no habrá de llegar pero legitimará sus guerras eternas.
La pregunta real es cuándo hemos mitigado el riesgo hasta tal punto que hay que comenzar a dedicar nuestro esfuerzo y nuestro dinero a otro problema. Y riesgo es lo que se obtiene de ponderar la gravedad de un incidente con la posibilidad real de que ese incidente tenga lugar. Mitigar el riesgo lo suficiente no incluye ya exterminar la fuente del riesgo, eso es imposible.
Y el problema de dedicar los fondos disponibles a la tarea imposible equivocada es que el dinero es escaso y no tenemos todo el que nos gustaría para emplear en todos los problemas que nos gustaría solventar. Gastarlo en una cosa equivale a no tenerlo disponible para otra.
Por eso es tan importante encontrar y asimilar la nueva definición para la resolución de un conflicto de seguridad, del tipo que sea; también para el final de una guerra como la que en la última década ha tenido lugar contra los grupos dispersos de alQaeda. No es que las guerras ahora tengan final autoproclamado, es que no volverá a firmarse un acuerdo como el de Utrecht, de esos que marcaban un punto final a las guerras. Esos tiempos pasaron. Viviremos en un mundo fragmentado, en el que cabrán muchos mundos. Un mundo en el que los conflictos armados no se resuelven cuando dos ejércitos enormes se enfrentan, ése es sólo el comienzo.
La transformación es tan grande que no basta con aprender a
combatir un nuevo tipo de enemigo con unas herramientas nuevas (el nuevo grupo unificado de inteligencia europeo tendrá mucho menos agentes estilo Bond que analistas de fuente pública, afirmando lo que hace años que sabemos: que la clave es pública). Además hay que aprender a comprender las nuevas formas de la victoria, que ésta no durará para siempre, que no incluye la exterminación del enemigo, sino la disminución de los riesgos por debajo de un cierto nivel umbral. Sólo así podremos aprender a usar nuestros recursos de forma óptima, de forma que no sean un dispendio, de forma que no les demos coartada a los estados para imponer políticas de control social en nombre de una guerra irrelevante, inventada… y perpetua.