Un enlace interesante el que me llega hoy de Venture Beat:
When it comes to universities, Stanford had the most graduates who became founders of unicorns. If you need a Plan B, try Harvard as your unicorn safety school
Unicornio es un lugar común, de esos que definen las columnas periodísticas escritas a la prisa o con desgana, para denominar a las empresas de nueva fundación que en pocos años adquieren una valoración superior a los mil millones de dólares (un billón de dólares, según la denominación más usada allí). Eso no cambia que el dato reflejado en la gráfica sea relevante.
Efectivamente, las anécdotas son abundantes: que si tu mamá te deja decenas de miles de dólares para ampliar servidores en Facebook, o si tus padres eran profes de informática en una universidad cuando el resto de la humanidad no sabía ni qué era un ordenador.
Lo fácil es decir que con esos precedentes no tiene mérito. Eso es un error, porque por Stanford pasan muchos alumnos cada año y sólo unos pocos, poquísimos de hecho, logran montar una de estas exitosas empresas.
La moraleja es otra: hay un discurso banal sobre «el emprendedurismo» (comillas necesarias) que se construye a base de cherry picking, de contar sólo la parte fácil y exitosa del proceso, y/o de ignorar la realidad cuando nos destruye el relato con el que algunos aspiran a hacerse famosos mediante una charla TEDx de tercera división en un evento que ya de por si es de tercera (casi todo TEDx está como muy alto ahí).
Por eso creo que aunque han pasado un par de años, es buena idea recordar dos reflexiones que en su día escribí en este blog sobre estos temas: