La defensa de la libertad está en el origen de la defensa del software libre y de los estándares que permiten interoperar entre sistemas. La defensa de la libertad está en la base de la limitación a las leyes de propiedad intelectual. También esa búsqueda de libertad es la base de la defensa de la democracia, en la que la sociedad elige y se hace responsable de la asignación del poder para gestionar la vida pública y de supervisar a quienes lo ejercen. Y también en la defensa del mercado como espacio de libre organización económica.
El objetivo es siempre el mismo: defender los elementos que nos permiten elegir cómo vivir, qué hacer, y con quién, porque es de ahí de dónde emanan las opciones para llevar una vida que tenga sentido, que sea buena.
Es en este contexto en el que llegamos a una buena columna en The Spectator donde se reflexiona sobre el final de la democracia liberal. Es altamente recomendable de principio a fin, pero por mencionar un párrafo, destacaría la relación entre la deriva autoritaria del poder y quienes justifican esta deriva por mentecatismo o interés personal:
Wealth cannot rule on its own. Autocracy needs a proselytising class who can justify the rulers and salve the distressed souls of the lower orders. In medieval times, the Catholic Church served this role, essentially justifying the feudal order as the expression of divine will. Today’s version, a sort of clerisy or intelligentsia, is mostly not religious and consists of people from the upper bureaucracy, academia, and the culture and media industries.
Los ecos de la sociedad de control en toda la columna son inevitables, pero el párrafo anterior remite directamente a las nuevas clerecías y a su rol prescriptor, de aliados apesebrados del poder en la nueva sociedad de control.
Sobre el fin de la democracia liberal hemos hablado anteriormente en el blog. La forma en que dicho cambio de fase está cristalizando resulta, no obstante, novedosa y reseñable, ya que hay una sutileza especial en esta deriva tecnorreligiosa que promete el cielo en la tierra, aquí mismo, si reducimos nuestro consumo de comida y electricidad, reducimos el número de hijos que tenemos, y renunciamos a parte de la riqueza que los avances del s. XX nos trajeron a todos como la movilidad aumentada. Todo eso implica una pérdida tal en calidad de vida que no se aceptará por las buenas y la sociedad de control, esa sociedad autoritaria hecha posible por el mero abaratamiento de las tecnologías de vigilancia, será necesaria, pero se hará manteniendo nominalmente el aspecto democrático de nuestra sociedad. Elecciones que no servirán más que para desactivar a los críticos.
Tras dos años de gestión de una pandemia global que ha servido para reforzar el auge totalitario en occidente, no podemos sino convenir que en todo este runrún se esconde alguna verdad: que mientras lo liberal se repliega lo que queda es, en el mejor de los casos una componente puramente democrática, sin componente liberal.
Y puede que sea cierto. Tendemos a pensar que las condiciones de bienestar y libertad que disfrutamos son fruto de la democracia, y olvidamos que la democracia per se no es más que la dictadura de la masa. Lo que la hace de verdad reseñable es la combinación del carácter democrático con su aspecto liberal: separación de poderes, controles entre ellos para evitar precisamente que la necesaria parte democrática arrase con las también necesarias libertades.
Con el surgimiento de populismos de la última década lo que estamos viendo es cómo la parte democrática arrincona al aspecto liberal de la sociedad occidental. Lo echaremos de menos más pronto que tarde, si no lo estamos echando ya.
La democracia liberal, no obstante, está en firme retroceso y cada vez más, como aquél coronel de García Márquez, no tiene quien le escriba.
Tampoco hay que olvidar el tecnomesianismo de la IA singular, que avanza en pos de la productividad humana en terminos de reloj de CPU. Consiguiendo mejoras productivas del orden de «ésta semana has ganado un total 60 segundos gracias a la automatización de tus 200 aplicaciones para gestionar tus flujos productivos».
Igual hay que crear un blockchain para facilitar la interacción de esas 200 aplicaciones y ganar 5 segundos más… a la par que algunas perrillas…
Un blockchain y luego el NFT de la entrada de base de datos. De la tecnoutopía solucionista hay que huir.