Casi la totalidad de la legislación actual sobre derechos de autor y propiedad intelectual se apoya en un concepto tan arraigado en nuestra mente y tan arcaico, que nunca reparamos en él: el mito del autor genio. Pero la propia calificación de mito indica que no existe, sino que forma parte del ideario fantástico común.
El autor genio es el nombre que recibe el concepto que desde los círculos tradicionales de la cultura se nos transmite de lo que es, o debe ser, un autor. El autor genio crea por naturaleza, y crea partiendo de la nada. No necesita formación para crear, es un genio y tiene talento. No necesita otra cultura anterior, no debe estudiar, ni siquiera es preciso que haya participado antes de la cultura. Esta participación incluye también las leyendas populares o los cuentos de Dickens que le contaban de pequeño.
Sin duda alguna este mito del autor genio servía al propósito para el que fue creado mucho tiempo atrás: engrandecer la figura de los creadores. Y no surgió como una medida proteccionista de la obra creada, sino como la forma más básica de propaganda concebida para enfatizar las diferencias sociales de la época en que surgió: en un tiempo en que la mayoría de la población no recibía educación, o esta era mínima, y debía trabajar desde la infancia es evidente que aquellos que podían dedicarse a la pintura, la escultura o las letras eran unos privilegiados sociales. De ahí que el engrandecimiento de la figura del creador genial que no necesita nada más porque tiene talento no sea más que una operación por la que las clases altas se ganaban la admiración y el respeto de las clases más bajas, generalmente sus lacayos, admiración que de otra manera habrían tenido que ganar por la fuerza.
Lo paradójico es que en una época como la nuestra, en la que las diferencias se acortan y cualquiera dispone de medios más que suficientes para dar rienda suelta a la creación artística y distribuirla a un coste ciertamente pequeño, el mito del autor genio sobreviva con fuerza. El hecho de que este mito sobreviva de forma tan poderosa se debe, una vez más, a la presión que desde el universo cultural, típicamente desde las empresas editoriales y discográficas, se ejerce para mantenerlo vivo.
En la actualidad, no hay nada menos exclusivo que la capacidad de producir y distribuir creaciones artísticas, al menos en un país desarrollado. Obviamente, no todo el mundo dispone de un taller enorme en el que realizar esculturas ni pintar lienzos del tamaño de la capilla Sixtina, pero sin duda no existe esa limitación en muchos otros ámbitos de la creación cultural: la música, la literatura y el cine requieren cada vez menos inversión técnica y más inversión en formación previa y estudios. El mito del autor genio se desmorona, como no podía ser de otra manera en la era de la remezcla, el reciclaje y los pastiches.
En los libros
- Esta entrada contiene un fragmento no modificado de La sociedad de control, mi primer libro.