El desarrollo de una ética como consecuencia de una letanía de prohibiciones y obligaciones es la falsa promesa que en tiempos de desesperanza aupa a los regímenes totalitarios. Así, se aprueban e imponen leyes que suplen las diferencias motivacionales de las personas, obligándolas a actuar como el gran hada madrina portadora de un final feliz inevitable quiere que actúen, obligándolas a ser más éticas. Sin embargo, la obligatoriedad misma impedirá la actuación ética en si misma, porque impide la decisión personal. Y en ausencia de decisiones personales no podemos diferenciar al honorable de aquellos que bajarían, sin dudarlo, la palanca de Milgram. Y es que es falso afirmar que la prohibición o la obligación destinadas a mantener en la inmadurez a las personas harán bullir el caldero del que emergerán personas adultas, responsables y virtuosas. Más bien es justo lo contrario: sólo bajo un régimen de verdadera libertad las personas crecen y se relacionan, formando grupos donde todos se conocen, cuidando unos de otros sin que nada ni nadie lo imponga.