Ha sido una semana con muchas conversaciones marcadas por el atentado de la maratón de Boston, con alarma inicial, posterior linchamiento y resolución tremenda con el FBI dándolo todo para finalizar el asunto en un día, como si todo fuese una especie de ficción y al mando de la operación estuviera un Jack Bauer cualquiera.
Sobre este asunto querría comentar varias ideas y recoger varios enlaces.
- Me gustaría comenzar por lo más práctico: destacando la columna de Schneier en The Atlantic: ante todo, mucha calma y rechacen ser aterrorizados. Al hilo, recordar un post de este blog de hace ya un tiempo: Lo que los terroristas quieren.
- En Quién vigila al vigilante tenemos un post provocador sobre mucho de lo que sucedió, con una acusación injustificada hacia un «joven de aspecto sospechoso» que pasaba por allí. La sabiduría de las masas se demuestra estúpida, pero no es criticable por estúpida sino porque se salta todos los mecanismos de garantía social que tanto nos costó construir. La propuesta en ese blog es fácil: o hacemos nosotros un relato que explique qué ha ido mal en relación con la hiperconectividad y «lo social» en este asunto o lo escribirá un tecnopesimista implacable como Morozov (a este señor le debo un post). Aunque ese blog no tenga comentarios, su guante lo recoge Antonio en Error500 en un post también recomendable. Es el peligro de los jueces sin juez y La vigi tiene razón: o lo contamos nosotros con sensatez o vendrá un tecnodestructor como Morozov y no volverá a crecer la hierba.
Y tiene razón Antonio con que los vendedores de humo habituales (expertos en social media y tecnogurús de medio pelo –y a veces ni eso–) han aprovechado para meter la cabeza bajo tierra, cuan avestruz. No pasa nada, el martes volverán a contar cómo tal App o cual nuevo concepto van a cambiar el mundo para siempre. Revolution. Is. Now.
La aparatosa intervención policial y el teatro de seguridad
El viernes muchas personas se escandalizaron ante lo aparatoso de la respuesta policial en Boston, abanderada en la decisión de cortar los transportes públicos y aislar la ciudad para detener a los dos sospechosos del crimen.
Extremistas de uno y otro bando hablan de «represión» (¿cómo se atreve la policía a usar la tecnología para atrapar a estos fugados?) y »capitalismo militarizado» (¿cómo se atreven a desplegar a la policía para cazar a 2 sospechosos, con lo caro que sale y la de recortes que se hacen en gasto público?). Bien: you’re getting it wrong. Represión sería que como consecuencia del atentado de Boston se relanzara una «War on Terror» que implicara nuevas leyes que recorten libertades. La actuación puntual de la policía para detener a un sospechoso no es represión, y adicionalmente los impuestos que pagamos tienen como función que el Estado otorgue una cierta seguridad, la policía está para esto y no para incautar servidores de gente que tiene páginas web que no matan a nadie.
«Pero la respuesta es desproporcionada», dirán algunos. Sí. Pero ahí el problema es otro. El problema es que en la respuesta policial hay una enorme dosis de teatro de seguridad. Una de las funciones que la población asigna al Estado es garantizar la seguridad ciudadana. Esa seguridad nunca es perfecta y, desde luego, es imposible garantizar al 100% que no habrá atentados. Eso es algo que el político no va a decir porque la gente no lo quiere oir. Pero es la verdad. Es harto complicado detener a un tipo que fabrica una bomba casera partiendo (por ej.) de material que podemos comprar en una droguería. Así que ante la demostración de que esa seguridad es imperfecta (víctimas mortales incluidas), la policía reacciona escenificando un «tranquilos, ya estamos aquí y no va a suceder nada malo». Y entonces hacen un despliegue de magnitudes épicas para simular que hay muchas más seguridad de la que realmente hay (recordemos, la bomba efectivamente explotó, se coló por entre todas las medidas de seguridad, y es ante esa crisis que el gobierno de EEUU necesita aparentar más firmeza y seguridad que nunca).
Esta respuesta teatralmente desproporcionada originó inmediatamente un hoax repetido acríticamente por propios y extraños: el de que en la misma se habían gastado 1.000 millones de dólares. Por más que la respuesta sea enérgica y muy «escenificada», suponer ese coste es exagerar tantísimo los datos que el bulo fue desmontado rápidamente en Slate, por lo que no me extiendo más.