La tecnología y el mundo crecientemente dependiente de ella desembocarán en una sociedad mucho más conservadora que la actual. Esa es la respuesta que ofrece Tyler Cowen a esta pregunta en un largo e interesante artículo publicado en Politico.
Los dos argumentos principales que esgrime Cowen son:
- El envejecimiento de la población: por una parte los avances técnicos permiten que se viva más tiempo (aunque más nos vale aprender a usar mejor los antibióticos existentes, y los que puedan desarrollarse en el futuro), y por otra el descenso de natalidad, ambos referidos sobre todo a primer mundo.
- Meritocracia sostenida en el tiempo. La velocidad de innovación tecnológica es tan alta que Cowen ve factible el establecimiento de canales meritocráticos permanentes que permitan a personas de orígenes humildes alcanzar posiciones altamente rescompensadas y con gran influencia. Estas personas tienen un sesgo especial en cuanto a cómo ven la sociedad en que vivimos: saben que la oportunidad existe y creen que el que no progresa es porque no se esfuerza lo suficiente. En otras palabras: debido a su origen están especialmente equipados para no empatizar con los más desfavorecidos en la nueva sociedad ultratecnológica, no entienden por qué habría de existir más ayuda cuando con la actual ya existen oportunidades (ellos son el ejemplo demostrativo).
El primer factor es más determinante según Cowen. Algo de esto ya comentó en su día en su The Great Stagnation (aquí un post algo naïve sobre el libro). La columna de Cowen, de hecho, es un extracto de su nuevo libro, que creo que aportará poco sobre su anterior obra, pero seguramente merezca la pena leer (The Great Stagnation está muy bien).
Sesgo de (no) disponibilidad como pacificador social
Me gustaría destacar su percepción de que contrariamente a lo que se refleja desde la ciencia ficción (comienza su artículo refiriéndonos a Asimov), el crecimiento de la desigualdad observado desde hace décadas sería compatible en este futuro con lo que él llama «paz democrática», que es algo que yo vengo a asimilar a eso que se define como paz social desde el poder político y el poder sindical (admitámoslo, este último está tan poco identificado con los trabajadores como el primero). Afirma que este sistema crecientemente conservador y esta desigualdad al alza se tocan en los extremos, por ese curioso pero innegable mecanismo que hace que los más pobres sean los más inclinados hacia políticas restrictivas y conservadoras. Al fin y al cabo, y esto es lo que yo he visto en diversos lugares, son los más pobres y quienes poseen una menor cualificación profesional los que más miedo tienen a perder su empleo ante una avalancha de mano de obra barata llegada de otras partes del mundo. Visto desde ese ángulo, los que tuvieron la ocasión de estudiar y adquirir alta formación se pueden permitir el lujo de ser progresistas, porque ellos tienen trabajos en los que hoy estás aquí y hoy allí posteando fotos de restaurantes en Instagram. La realidad, claro, es que si las reglas son iguales para todos, nada te privaría de irte a vivir a un lugar donde te paguen más. Pero eso es otro tema, porque lo innegable es que si hablamos de empleo y falta de empleo la actual crisis es la nueva norma: la automatización crece (Foxconn planeaba ya en 2011 multiplicar por 100 el número de robots en sus fábricas hasta 2014) y el trabajo automatizable no volverá a ser realizado por personas, con el factor a tener en cuenta de que cada vez más tareas serán automatizables.
Todo en línea con su idea de la hiperespecialización que favorece Internet. En una competencia global, lo importante es ser el mejor en algo, aunque sólo tengas un reducido nicho de clientes. Es algo que ya viene comentando hace años en su blog, y cuyas consecuencias impregnan la interesante visión de Josu Ugarte sobre cómo crear nuevos empleos, que llega a la misma conclusión desde el extremo opuesto del tablero (donde Cowen es economista teórico profesor de universidad, Ugarte lleva toda años trabajando en internacionalización en el sector privado).
Algo que Cowen no menciona y quiero mencionar es que más desigualdad no equivale a más pobreza. Si yo tengo uno y tú tienes dos, y mañana yo tengo tres y tú tienes veinte, hay más desigualdad, pero yo no soy más pobre, sino que soy más rico. Es este escenario el más probable: más calidad de vida en muchos sentidos para un gran segmento de la población (otro segmento, no obstante, va a pasarlo muy mal por falta de acceso a puestos de trabajo), y sin embargo Cowen no dedica una línea a explicar esto, que es algo que con frecuencia se pasa por alto.
Una última idea que quiero rescatar de su columna es el concepto de «envidia local». Esto es, el sesgo de disponibilidad aplicado a la envidia común, y que se traduce en que nos cabreamos menos cuando vemos a un megamillonario, con su yate y su mansión y sus fiestas desatadas en su playa privada, de lo que nos cabreamos cuando vemos a ese conocido/amigo/familiar que apenas gana un puñado de euros al mes más que nosotros. Y esto es así porque nos cuesta imaginarnos a nosotros en la posición de ese megamillonario, de forma que la comparación parece irreal y no encontramos motivos para el cabreo. Sin embargo, con ese otro personaje que vive cerca nuestra o trabaja con nosotros o quizá estudió con nosotros, sí que nos identificamos. Nos identificamos badly y la pagamos con él, para entendernos.
Ese mecanismo, el mayor anestésico que hace posible la mencionada paz democrática pese a la campante desigualdad (ya explicado arriba), se ve potenciado principalmente por herramientas que nos permiten conocer hasta el último detalle de la vida que más nos rodean. Básicamente, stalkear constantemente el muro de Facebook de nuestros contactos nos provee de infinitos ejemplos para disparar el sesgo de disponibilidad de esa envidia local. Supongo que es el mismo mecanismo que está detrás de la infelicidad que genera el usar Facebook. Un motivo más para huir de esa herramienta y otras construidas bajo el paradigma del timeline.
Influyendo en la narrativa social para imponer una visión del mundo
Ciertamente, no me veo capaz de predecir el futuro, y desconfío mucho de este tipo de predicciones, pero creo que la columna tiene un toque acertado. En parte no mira al futuro sino que describe lo que vemos. Esa generación que llega de la nada y se alza con el poder económico en las últimas dos décadas ya influye enormemente la narrativa social, de forma que la amolda a su visión y sus gustos. En cierto modo, está detrás de ese mito del emprendedor que tanto daño hará a medio y largo plazo.
Quizá tengan la sensación de que les he destripado la columna, pero si tienen unos minutos vayan a leerla, que hay más cosas que no comenté y la web de Politico Magazine es tan agradable de leer que no creo que se arrepientan.