Decía el otro día que en 2013 no escribí todo lo que me habría gustado sobre los temas que me habrían gustado, y hoy quiero ahondar un poco en este asunto. El motivo de que eso haya sido así se debe a algo así como el problema del conductor: por ir tan concentrado mirando la carretera que no te queda tiempo para mirar por la ventanilla ni disfrutar (mucho) del paisaje. Hoy traigo una idea a medio cocinar, pero prefiero someterla a debate en comentarios o revisarla más adelante a dejarla en el cajón de borradores indefinidamente.
Yendo al asunto en sí, la situación se dá cuando por tener demasiada carga de trabajo no te deja tiempo para vislumbrar la evolución que buscas, para saber qué quieres hacer y cómo lograrlo para seguir siendo competitivo en el mercado dentro de, pongamos, cinco años. Es lo que me ha dado por llamar el efecto conductor. Seguramente ya exista un nombre técnico para esto en la literatura sobre gestión.
Es una sensación que a buen seguro comparto con muchas otras personas cuyo trabajo seguro difiere mucho del mío. Muchos de ellos seguramente trabajen por cuenta propia, bien como autónomos bien en una empresa más o menos pequeña.
Con la falta de trabajo generalizada, alguno estará pensando que lamentar que nos inunda el trabajo es de remilgados. No es mi intención, pero intento buscar ese punto de partida de una situación que venimos experimentando en Cartograf.
Y aquí está el dilema. Rechazar clientes parece siempre mala idea, subir los precios para poder tomar un día a la semana para experimentar nuevas cosas es algo más complicado de hacer entender de lo que aparenta a primera vista (visto lo fácil que es enunciarlo). Y sin embargo, algo hay que hacer. Debemos considerar al menos uno de esos dos caminos, o quizá ambos.
Dijo Nietzsche (ya saben que me encanta citar al bueno de Friedrich) que nada determina tanto en qué nos convertiremos como aquellos detalles a los que decidimos no atender. En este caso, desatender esas dos opciones nos fuerza a la tercera vía: la de la inacción, la de esperar que las cosas se arreglen solas, que el trabajo se dosifique sólo y nosotros podamos por evolución azarosa dedicar más tiempo a esa previsión.
No, las cosas no se arreglan solas. No vale con seguir trabajando, meter cada vez más horas, en la ingenua esperanza de que esa urgencia pasará. En Cartograf hemos cerrado un gran año 2013, pero ha sido un año muy trabajado del que además de lo aprendido a un nivel de desempeño fundamental estamos aún asimilando esto que centra el post de hoy; algo mucho más complicado de aplicar.
Antes de que en nombre del pragmatismo recomienden dejar de pensar en algo que recuerde remotamente al sexo de los ángeles, me gustaría recordar que el coste de oportunidad de esa urgencia es altísimo si de verdad te está impidiendo pensar a fondo sobre qué quieres hacer en el futuro cercano. En esta nueva normalidad globalizada, tan importante es ser capaz de batirse el cobre en el mercado ofreciendo resultados positivos y medibles como ser capaz de decidir dónde quieres estar dentro de 5 años. Porque para estar ahí dentro de un lustro más te vale comenzar a caminar ahora. Y el precio por no poder divisar el horizonte y tomar un rumbo hacia lo que está por venir es quedarse atrás, como en la manida carrera de la reina roja en Alicia en el país de las maravillas.
En definitiva, no estoy seguro que haya una solución. Por eso comencé el post avisando de que era una reflexión en curso.
Relacionado: