Existe una forma de pensar, muy presente en ciertos ideólogos (y desde luego nada innovadora, pues es vieja como el tiempo), que gusta comparar al ser humano con aquellas cosas que el ser humano inventa para mejorarse a sí mismo. Típicamente, construcciones lógicas e invenciones, como la máquina de vapor que nos permite ser más fuertes y más rápidos, o la capacidad de hablar unos con otros que nos permite acceder a más conocimiento del que tenemos en nuestra cabeza, o un juego en el que la mejor baza es tu capacidad de calcular movimientos mentalmente.
Estas invenciones son invenciones humanas, pero para nada responden a la lógica natural del hombre, que es otra cosa bien distinta.
Y sin embargo, esa idea está ahí, tiene siglos y por seguirla muchas personas han errado sus decisiones, y otras muchas sufrieron las consecuencias. Una de las víctimas más ilustres de esto fue Alan Turing. Como explicó Jaron Lanier en You are not a gadget:
La segunda cosa que hay que saber sobre Turing es que él era gay en un tiempo en que era ilegal ser gay. Las autoridades británicas, creyendo que actuaban de la forma más compasiva, le obligaron a pasar por un tratamiento médico que se suponía debía corregir su homosexualidad. Consistió, sorprendentemente, en inyecciones masivas de hormonas femeninas.
Para comprender como alguien pudo venir con ese plan, hay que recordar que antes de que aparecieran las computadoras, la máquina de vapor era una metáfora preferida para comprender la naturaleza humana. Toda esa presión sexual estaba acumulándose y causando que la máquina funcionase mal, así que la esencia opuesta, la de tipo femenino, debería equilibrarla y reducir la presión. Esta historia debe servir como cuento preventivo. El uso habitual de las computadoras, tal y como las comprendemos hoy, como fuente de modelos y metáforas sobre nosotros mismos es probablemente tan fiable como el uso de la máquina de vapor lo era entonces.
Hoy en día, por supuesto, es habitual encontrar comparaciones del tipo hombre-software, y no faltan vendedores de crecepelo (bueno, quizá humo, el crecepelo no funciona ni en estos casos je je) que equiparan cualquier cosa a una especie de software y prometen ayudarnos a pensar mejor. El problema no es que nos prometan pensar mejor, sino que lo hacen recurriendo a la (manida) comparación entre la naturaleza humana y su constitución (el cerebro, nuestro pensamiento) y sus invenciones (software).
Cuando vean algo así, recuerden que una de las mentes más brillantes del s. XX fue víctima de este tipo de asociaciones del hombre con sus invenciones. Una de las que contribuyó con sus avances en mátemáticas y cifrado/descifrado de información a la victoria aliada en la segunda guerra mundial.
Turing fue sometido a tratamientos hormonales para «curar» su homosexualidad, como consecuencia de esa comparación naturaleza-máquina de vapor popular en su día (ahora la metáfora preferida es con el software, por supuesto: cualquier cosa es como un software).
Fue un desastre, por supuesto: ni el cuerpo es una máquina de vapor, ni el joven Alan estaba sometido a sobrepresión, ni la homosexualidad es algo que tenga que «curarse», ni mucho menos inyectar hormonas forzosamente a nadie va a suponer una mejoría. Turing se suicidó poco después.
Aún así, esta forma de describir la naturaleza humana persiste, y resulta sorprendente que la metáfora preferida actual (con el software) sea invocada por so-called tecnológos que al tiempo que te cuentan sus historias obvian que Turing (uno de los padres de la informática actual) fue víctima de esas mismas ideas. Rumores más cercanos a la venta de humo y al circo conferenciante que nos dicen que el hombre es una máquina, que nuestro cerebro es un software, o que el idioma que hablamos es un software, o que tal juego es como un software para reprogramar la mente, o yo-que-sé qué tonterías que la gente necesita decir para vender humo como si no hubiera un mañana.