Supongamos que mañana se pusiera de moda llamar mochila a otro tipo de bolsa más pequeña, en la que apenas quepan un par de cosas muy pequeñas, algo que ahora mismo tiene otro nombre que puede ser faltriquera (en ocasiones, riñonera). Si sucede eso, uno esperaría que la RAE dé por bueno ese nuevo uso y lo incluya en su diccionario como nueva acepción. Al fin y al cabo, es su única función útil, elaborar ese diccionario.
Supongamos, ahora, que mañana se pusiera de moda decir mil para lo que hasta ahora decíamos cien. La causa puede ser cualquiera, pero tomemos dos ejemplos:
- En primera instancia, supongamos que en otro idioma, por ejemplo en francés, sea natural decir mil para representar el número cien. (Nota: esto es un ejemplo inventado y no se ajusta a la realidad, avisados quedan, :D)
- En primera derivada de lo anterior, supongamos que los hablantes de español no dominen bien el idioma francés ni las matemáticas universales y, en consecuencia, realicen un calco lingüístico literal que derive en incorrecciones a la hora de confundir todo tipo de redacciones porque ahora el valiente hablante de español que no sabe francés y dotado del atrevimiento que procede del analfabetismo numérico crónico va por ahí diciendo mil cuando en realidad se refiere al número comúnmente representado por un uno seguido por dos ceros a su derecha. Y dice eso porque, al fin y al cabo, lo ha leído tal cual en una fuente escrita en francés, un idioma sobre el que cree tener un dominio mayor del que realmente tiene.
¿Debemos esperar que la RAE, esa selecto club plagado a partes iguales por «señores de letras» y tecnófobos, actúe de forma igual a como esperamos que actúe con el supuesto de la faltriquera ahora llamada mochila? La respuesta ya la tenemos, y sí: debemos esperar y esperamos que la RAE sea incapaz de diferenciar una palabra que representa a una cifra numérica (que por definición ha de ser exacta) de otra palabra cualquiera, donde la sujeción a interpretación y ambigüedad es más admisible (una mochila puede tener un volumen interior de 10 litros, o de 25 litros, o de 1 litro si mañana se pone de moda llamar mochila a una bolsita pequeña; donde el único problema real es que seamos incapaces de definir con exactitud cuánto son 10 litros, o 25, o 1).
Es lo que ha sucedido con la incorporación de una nueva acepción de billón que ahora equivale a mil millones, además de equivaler a un millón de millones. La RAE avala así la mala traducción desde el inglés al español, que con frecuencia no contemplan el hecho de que un billón en inglés representa la cifra que en español se denomina con la palabra millardo si somos exquisitos, aunque mucho más frecuentemente se habla directamente de «mil millones».
Al hacer esto, la RAE se convierte en parte del problema, en lugar de ser parte de la solución. Si los hispanohablantes no saben que un billón representa un uno seguido de doce ceros a su derecha, ni que para el número representado por un uno seguido de nueve ceros a su derecha existe otra palabra (millardo), la solución debe ser divulgar eso. Y si los hispanohablantes no saben inglés, la solución (que ya no compete a la RAE) es que lo aprendan.
Sea como sea, la solución no puede ser que una palabra sirva para denominar dos números diferentes. Y la solución no puede ser cambiar el significado de un palabra que representa a un número para que pase a representar otro número. Sin embargo, esperar que los miembros de la RAE hablen de forma unívoca cuando se refieran a los números es demasiado pedir.
Así que ya lo tienen, la próxima vez que un periodista iletrado traduzca one billion dollars como, ejem, un billón de dólares, pues sepan que si intentan corregir el desaguisado para aclarar que en el fondo eran mil millones, el interpelado dirá que no, que un billón es un billón es un billón…. Y para más risas probablemente esto lo hará un periodista que cubra la sección de tecnología de un periódico cualquiera. Se quedará tan ancho, y las matemáticas y la exactitud con la que nos comunicamos pagarán el pato, again.