Como de costumbre reciente, en este blog toco temas cuando ya (casi) nadie habla de ellos, y es que el día a día no me deja tiempo para más. Hoy, en concreto, vamos a hablar de la reforma universitaria, ésa del muy criticado «3+2», anunciada unas semanas.
De entrada decir que la reforma no me parece correcta, pero no por el cambio en los planes de estudio, sino porque el problema de fondo más allá de ése reside en cómo se ayuda mediante las instancias públicas a que quienes tienen menos medios puedan asistir a la universidad. La reforma es por tanto insuficiente, y al aumentar los costes sin reformar radicalmente el sistema de becas seguramente sea también injusta.
No obstante, la crítica más frecuente que he leído todo este tiempo a la reforma no es tan ambiciosa ni cuestiona estas bases, quedándose en la defensa superficial de un status quo absurdamente sorprendente, visto que el estado actual de la universidad pública es manifiestamente mejorable. Como digo, la crítica que he visto más gira en torno a los diferentes costes de matrícula en grado y máster, percibido como una privación de oportunidades para quienes tienen menos recursos económicos. Ese asunto de costes es importante, pero conviene reflexionarlo en contexto con la necesaria crítica al sistema de becas y financiación actual de la universidad. Sin embargo, hay otra cuestión necesaria otra que no he visto formular: ¿son necesarias licenciaturas de 5 años? ¿Tenía sentido alguno el plan 4+1 implantado hace unos años? ¿Por qué motivo no se fuerza la implantación del 3+2? ¿El problema es la fórmula de 3+2 o el sistema de becas?
Voy a intentar responder a todas estas cuestiones desde mi distancia actual con la universidad, en la que no he trabajado desde 2010, pero también desde el afecto que guardo a la misma, y desde mi pequeña perspectiva de cuáles son las cosas que la universidad necesita aunque no pida. En línea con ese planteamiento de independencia a la hora de trazar planes de estudio que afirma que la universidad está para proveer lo que la sociedad necesita, y no lo que la sociedad pide (me viene a la mente eso de que las empresas – desde lo privado – investigan pero no publican sus resultados en la misma medida, no devuelven a la comunidad científica lo aprendido), podemos enunciar la afirmación simétrica: la sociedad (el Estado, «lo público») debe proveer a la universidad lo que necesita, aunque no siempre sea lo que pide. Sirva este párrafo como descargo ante subjetividades, por si pudieran llevarme a cometer alguna imprecisión.
Carreras más largas: robo de tiempo
Una de las cosas que se pierden de vista con facilidad es que los actuales estudiantes forman parte de un ámbito profesional que incluye a muchos otros estados miembros de la UE donde las carreras siguen un esquema de grado de tres años junto a máster de dos años. Si el grado en la universidad española lleva cuatro años, o incluso cinco, los estudiantes salen al mercado laboral dos años después sin tener una ventaja competitiva clara en forma de mejores conocimientos.
Como recién titulado, tu competencia por un puesto de trabajo, los recién titulados que van a intentar entrar como ingenieros y licenciados a las mismas empresas que tú, tienen la opción de comenzar esa carrera antes por el único motivo de estudiar en otro país de la UE. Su título vale igual que el tuyo, y sus conocimientos no son inferiores. (Yo he visto trabajos de fin de grado de estudiantes en Alemania y Suiza que nada tienen que envidiar a licenciados e ingenieros con los proyectos de fin de carrera que ví en España.)
El mismo problema se extiende al sistema de becas doctorales: en toda Europa el estándar de beca pre-doctoral es 3 años, excepto en España, donde una vez más el sistema da al estudiante una jaula de plata (no llega a ser de oro) con una beca de cuatro años que da más confort al estudiante (¡4 años de trabajo asegurado!), pero que le roba un año de forma efectiva. Más sobre esto luego, o quizá en otro post, depende de lo mucho que me alargue con el tema.
Seguramente comprimir los grados a sólo 3 cursos sea acertado. Si en otros países de nuestro entorno geográfico y cultural se hace y les funciona bien, ¿por qué no seguir una fórmula que parece ir bien?
Addenda sobre tiempos: La desafortunada transición al 4+1
Otra cuestión nos fuerza a mirar hacia atrás: ¿cuál es la lógica detrás de los actuales planes de 4+1? No hay una respuesta capaz de justificarlo bien. Si la idea era homologar los títulos a los existentes en el ámbito de la UE, había que haber saltado al modelo de 3+2 directamente.
¿Por qué no se hizo? Aquí la respuesta es compleja, pero vamos a jugar a ver análisis de incentivos de quienes diseñaron esta propuesta, que fue elaborada desde la propia universidad en coordinación con el ministerio. Básicamente, tras mucho tira y afloja de los rectorados con sus decanatos, y de éstos con sus departamentos, existía un consenso en torno a mantener cuatro años de formación de grado, frente a los tres que son norma habitual en Europa.
¿Por qué se toma esta decisión cuando la idea era adaptarse a los sistemas europeos? Un análisis de incentivos diría que más años obligatorios para todos los alumnos son más horas lectivas obligatorias, generando una «población flotante» estudiantil que a modo de circulante generase más carga docente, más facilidad para justificar necesidades de personal en departamentos. Si ese cuarto curso es opcional (3+2), muchos alumnos pueden decidir no cursarlo, menos alumnos, menos carga docente, más dificultad para justificar necesidad de personal. El incentivo humano de los departamentos anima a luchar por la mayor cantidad de créditos obligatorios, y cuatro cursos suman más que tres.
La injustificada elongación de muchas carreras
Quizá alguien esté pensando que el conocimiento mínimo necesario en algunos campos requiere más de tres años de grado. Yo me pregunto si eso significa que en los sitios donde los grados comprenden únicamente tres cursos sus nuevos profesionales tienen carencias básicas. Supongamos que argumentamos que comprimir lo mínimo necesario para la carrera de químicas en tres cursos es imposible, cuando en Alemania el grado dura exactamente eso y Alemania es la primera potencia productora de productos químicos de Europa, y quizá del mundo. ¿Y resulta que no saben cómo formar bien a sus profesionales? El argumento de que son necesarios más de tres años se sostiene mal.
El poco redistributivo sistema de subvención universitaria español
La queja del incremento del coste obedece al argumento de que la universidad pública accesible sirve para la redistribución de la riqueza a lo ancho de la sociedad. En este sentido, al ser pública actúa como gasto público que beneficia a quienes no podrían costearlo de otra forma. En principio, es cierto. Pero, ¿qué sucedería si en realidad los beneficiarios de la universidad pública no fueran el segmento de población con menores ingresos sino justo los opuestos? La siguiente gráfica muestra la cantidad de dinero recibida a través de servicios públicos por las familias en el 30% de mayores y menores ingresos de diferentes países.
En Turquía, España, Grecia, Italia o México el gasto social está yendo a parar en mayor medida a manos del 30% con más ingresos que a aquellos con menos ingresos. Justo lo contrario que sucede en lugares remotos como Australia, o cercanos como Dinamarca, donde el beneficio obtenido de los servicios públicos por aquellos con menos ingresos es espectacularmente superior al que reciben quienes están en el segmento con más ingresos. Esto es, hay sistemas públicos que funcionan como se supone, y otros que funcionan mal. Los que funcionan mal deben ser reformados, no importa en qué profundidad, para que funcionen mejor.
La mayor parte de las personas cuando ven el gráfico superior (extraído de Society at a Glance 2014, informe de la OECD) piensan en cosas como que los más ricos cobran mayores pensiones, pero pocos piensan en servicios públicos como la universidad que repercute sobre todo a clases medias y medias altas. Cuando el recurso es finito (y el dinero, definitivamente, lo es) es mejor concentrar una mayor parte del gasto en educación primaria y secundaria de calidad, porque es ahí donde seguro van a estar todos los niños, también los de familias con pocos recursos. En ese sentido, el «impacto por euro gastado» es mucho mayor en esas etapas.
Ojo: no estoy abogando por reducir la inversión en universidad, estoy abogando por reestructurarla. Poner el dinero invertido en universidad de forma que de verdad llegue a quienes más lo necesitan.
El quid es que el sistema de subvención y beca de la universidad española no es verdaderamente redistributivo. Se subvenciona mucho a todo el mundo. ¿He dicho a todo el mundo? Mentira: se subvenciona mucho a los que llegan, que no son todos y que claramente es una población no representativa del total, con un claro sesgada hacia las rentas medias y medias-altas. Hay excepciones, por supuesto, pero apenas hay niños de familias pobres, ni muy pobres, que vayan a la universidad. Si queremos que vayan a la universidad primero hay que enfocarse en tener sistemas de primaria y secundaria de calidad, que les incentiven a estudiar, y luego un sistema de becas universitarias capaz de conseguir que una persona proveniente de familia sin apenas recursos pueda estar 3-5 años sin trabajar, estudiando, formándose en condiciones suficientemente buenas como para disponer de, y aprovechar la, oportunidad de obtener un título universitario.
Por tanto, no significa que no se deba apoyar desde lo público a la universidad. Pero sí que el sistema debe ser repensado desde los cimientos implantando un sistema de becas muy diferente, que sean (mucho) más cuantiosas que las actuales para aquellos que de verdad tienen problemas para asistir a la universidad y necesitan más apoyo económico, y menos cuantiosas para muchos de quienes ahora reciben una enorme beca invisible en forma de subvención de una universidad que son una mayoría y que podrían asumir este cambio sin problemas.
Cambiar esa realidad requiere repensar desde abajo todo el sistema de subvención pública de la universidad. Hacerlo más ambicioso: subvencionar aún más a quien no tenga recursos, subvencionar aún más a quien demuestre una valía excepcional, pero subvencionar mucho menos a quienes tienen dinero o van a la universidad más o menos a pasar el trámite social, sin una vocación especial que les impulse a esforzarse por ser realmente buenos en lo suyo. Reducir la subvención por omisión y perfilar y mejorar el apoyo a quienes de verdad lo necesitan.
No es sencillo pero es la única solución para tener una universidad pública que sirva para dar oportunidades a quienes más las necesitan. Y esto, repito, comienza por mejorar ante todo las primeras etapas de la educación más que las últimas, porque los niños de familias pobres están siempre en las primeras, pero rara vez llegarán a las últimas si no se les educa, se les cuida, y se les anima a ello, y desde luego está el riesgo de que aún con todo lo anterior no puedan quedarse debido al limitado sistema de becas actual en España.
Pensando en la universidad que queremos en el futuro
En definitiva, la reflexión que vale la pena hacer es la de qué universidad queremos para el futuro, y es una reflexión pendiente en todo el ámbito de la Unión Europea. Lean esta gran columna de Timothy G. Ash publicada en 2006, hoy en día sigue vigente (aún más, porque ha pasado casi una década sin que se tomen medidas al respecto).
Lamentablemente, esta cuestión no está sobre la mesa porque lo que veo pedir a diestra y siniestra es más de lo mismo: más de este sistema que beneficia sobre todo a los que ya están allí, o en condiciones de estar allí, que no son precisamente los más pobres y los que más apoyo de las instancias públicas requieren (que para eso están). Más de ese sistema que promueve años obligatorios que en otras partes no lo son porque en ese status quo ellos están cómodos aunque no sea lo mejor ni para la institución en particular ni para la sociedad en general.
Otra universidad pública, mejor, es posible. Pero el verdadero enemigo no es el 3+2, sino el sistema de financiación y becas que hace inasumible el cambio previsto para quienes teniendo capacidad para estudiar no tienen medios para pagarlo bajo las nuevas reglas. Dicho de otra forma, y como suele decir mi apreciado director de tesis, Jose Miguel Vadillo: «lo importante es que si el próximo Einstein nace en una familia pobre de solemnidad, el sistema sea capaz de detectarlo y llevarlo hasta arriba», cueste lo que cueste.
Pero eso, queridos, es incompatible con el modo en que habitualmente se riegan los problemas en la universidad española.