Pragmatismos

«No podemos cambiar el país, cambiemos de tema.»

James Joyce, Ulises, vía.

Es frecuente en estos tiempos que en cualquier conversación aparezcan una y otra vez los mismos temas: el no gobierno, las no elecciones, las sí elecciones, que si tal partido es la solución, que si estás confundiendo un unicornio con un partido, …

Cuando ves que tu interlocutor no está dispuesto a alcanzar acuerdos siquiera de mínimos, al menos podrás cambiar de tema antes de que la situación sea insostenible (o precisamente porque la situación sea ya insostenible sin ese cambio).

Al fin y al cabo, y al menos en esta ocasión, no creo que Joyce tuviera razón: siempre se puede cambiar de país y de vecinos y de conversaciones.

Actualización 2016-04-06: Gracias al comentario de Dani hemos corregido la cita, que en el sitio donde la comentaban estaba mal traducida y la original cambia el sentido y deja un poco sin sentido el último párrafo del post.

La responsabilidad personal es poesía

The Big Short

La verdad es poesía. Y, ¿sabes qué? La mayoría de la gente detesta la poesía.

– anónimo, citado en The Big Short

Este fin de semana pude ver, por fin, The Big Short. Una buena película, irónica, divertida y creo que didáctica sobre un tema al que ya hemos dedicado horas de lectura y comprensión, como es el de la crisis financiera de la última década, pero sobre el que siempre es bueno volver para seguir aprendiendo.

La frase anterior está extraída de la película, y la traigo aquí porque es aplicable a muchas otras cosas: el software libre hace posible un grado de autonomía personal elevado, los ordenadores personales articulan esta autonomía personal para permitir un desarrollo personal importante.

La autonomía y el desarrollo personal en el uso de ordenadores sufren un poco de lo mismo: una minoría valora poder crear con ellos. Escribir, diseñar, programar, hacer cosas nuevas que nadie más ha hecho. Mientras una mayoría quiere pasatiempos: consumir entretenimientos on-demand sin cuestionarse lo que cambia desde el consumo analógico de contenidos al digital. Ese proceso que hace años vengo en llamar tabletización de la informática de usuario.

No hay lugar para la sorpresa. La electrónica de consumo y la informática son mercados de masas, y el enfoque de sus productos está sesgado por y para contentar a esta mayoría de consumidores.

Al fin y al cabo, vivimos en una sociedad donde la responsabilidad personal es repudiada por una mayoría que quiere, pide, y suspira para que otros arreglen sus errores. Da igual que el error fuera comprar una hipoteca que no podían pagar, o estudiar una carrera para la que no hay trabajos. O invertir en bolsa y que te salga mal. «Soy adulto y puedo hacer lo que quiera, sí, pero tú me dejaste tomar esta decisión que me ha salido mal así que es culpa tuya y exijo compensación».

Me pregunto si quienes quieren que «socialicemos» sus inversiones fallidas en bolsa (recordemos que Bankia es un banco público, y la compensación afecta al balance de todos) habrían socializado los beneficios, o si este enfoque sólo aplica a banqueros malos y no a La Gente(tm) de la calle, que es buena. Quizá este chiste es tan asimétrico como aquel de «disfruten lo votado» que algunos insisten en que sólo se puede usar contra el PPSOE de la casta puaj puaj, y no contra la nueva política (sic) que no son casta y son puros y llenos de buenas intenciones.

El software libre es poesía, y la autonomía y el desarrollo personal son poesía. Por supuesto, la responsabilidad personal es poesía de la más indigerible, arte mayor cosido con endecasílabos. Y la mayoría de la gente detesta la poesía.

Todas estas cosas son valoradas por una exigua minoría, y despreciada por una mayoría infantilizada que vive más cómoda echando la culpa de sus dificultades a causas exógenas.

Claro que decir que una mayoría de la sociedad en la que vivimos está infantilizada y reniega profundamente de lo que nos hace adultos, como es la responsabilidad personal, suena a poesía. Y como tal, es una afirmación que será detestada y negada por muchos.

Bocados de Actualidad (195º)

Aquí está de nuevo la sección fija menos fija de la blogosfera, los bocados de actualidad. Domingo festivo y corto debido al cambio horario, en cualquier caso últimas horas de descanso antes del lunes. La ronda centésima nonagésima quinta viene cargada de enlaces.

En la semana en que la capital de la UE ha sido objetivo de atentados por parte de Daesh, es inevitable repasar algunos enlaces sobre este tema:

  • Por qué los terroristas escogen Bruselas, en The Guardian.
  • De noviembre, pero premonitorio y relevante: Molenbeek me rompió el corazón, en Politico.
  • En Guerras Posmodernas, un análisis sobre lo que representa este nuevo atentado en la evolución de los ataques de ISIS en suelo europeo tras perder fuelle en su empuje por el control territorial en oriente.

Unos enlaces más, ahora de temás diversos.

  • ¿Cómo un desarrollador rompió numerosos proyectos de Node.js con su plugin de 11 líneas? Creo que merece la pena ser críticos y leerlo al revés: cómo numerosos proyectos de software supeditan su operación a una dependencia externa para ahorrar 11 líneas de código. En todo caso, la historia en The Register.
  • Arnau Fuentes sobre el carácter novedoso (¡o no tanto!) de que los estados occidentales quieran vigilar Internet «a raiz del peligro que representa Daesh».
  • Algo para aprender: Irlanda salió de la crisis en 2008 atrayendo inversiones tecnológicas. Por Martin Krause.
  • Rachel Laudan y I don’t eat organic food. «Oganic legislation was not put in place to improve life for consumers. It was a political compromise between those who deeply distrusted modern agriculture and those involved in it». En este blog, la tontería de la comida ecológica.
  • La izquierda regresiva, por Ana Soage.
  • Más ataques contra Bitcoin, esta vez, fuerza bruta para romper contraseñas. Ars Technica.
  • Admito que en SnapChat no me encuentro. No que no tenga cuenta de usuario, sino que no me hallo, no es mi hábitat. El ejercicio de Gonzalo Martín probándolo y comprendiéndolo me resulto por ello doblemente ilustrativo.
  • ¿Existe brecha salarial entre hombres y mujeres? Frente a la desinformación, rigor y datos. En Quartz.
  • Trade deficits come due someday. O cómo todo lo que se gasta hay que pagarlo, y antes o después te pilla el tren. Lo mismo en lo macro que en lo micro y familiar. Buen tema en BloombergView.
  • Dos sobre la libertad de trabajar sin trabas burocráticas ni restricciones a mayor favor de lobbies oligopolistas: La gran estafa legislativa que impide a miles de personas ganarse la vida, en El Confidencial y los resultados preliminares del estudio sobre «economía colaborativa» realizado por la CNMC y cuya versión 0.9 fue publicada hace unos días, con recomendaciones tendentes a liberalizar mercados como el del taxi y el del alojamiento vacacional.
  • Dice Javi Pastor que le preocupa el futuro de OS X, que cree que no llegará a cumplir 18 años y que le parece trágico. OS X representa lo peor del free rider: tomar la versión más moderna de un sistema libre que podían modificar sin liberar. Su concepto y vocación son detestables y lo único verdaderamente trágico de que se acerque su final (porque creo que JaviPas tiene razón en eso) es que culmina el triunfo de la tabletización de los sistemas operativos personales. Eso sí es trágico.
  • Dos ejercicios para entender la España de 2016, en Poliorcetes.
  • Ivan Fanego sobre los mitos mochileros y su necesario desmontado.

Ayer por fin pude ver The Big Short, una peli que llevaba tiempo queriendo ver. Una gran película que trata con ironía y un punto didáctico la evolución de la gran crisis financiera de nuestro tiempo. Durante la película hay un montón de buenos momentos musicales: Mastodon, Metallica, Pantera, o Neil Young, entre otros. Es con el bueno de Neil Young, o mejor dicho, con los buenos de Pearl Jam acompañados de Neil Young, tocando un clásico de Young con quien cerramos hoy estos Bocados.

Como bola extra, una divertida explicación sobre cómo funcionan los derivados de hipotecas subprime que tiene ya muchos años pero que conviene ver de vez en cuando. Dejo la versión con subtítutos, por si a alguien le viene mejor que la cruda.

Pasen bien.

Energía, seguridad energética, y cambio climático

Que la energía es clave en el mundo en que vivimos no lo duda nadie. Sin caer en el tópico (falso) de «todas las guerras son por petróleo», es cierto que la subida del nivel de vida globalmente tiene que ver con producir y utilizar más energía. Energía para frigoríficos, para trenes, para coches, para internet, para hospitales y quirófanos, y así una lista interminable de avances tecnológicos que mejoran nuestra vida… y consumen energía.

Como consecuencia de que la principal fuente de energía actualmente son combustibles fósiles, que al ser utilizados liberan dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera, tenemos un aumento de la temperatura global, de origen antropogénico; humano, para entendernos, y pequeño todavía, pero constatable. Desconocemos las consecuencias de que este calentamiento continuado siga, pero parece buena idea prevenir esta deriva. Hay quienes afirman conocer estas consecuencias al detalle, y quienes achacan a este calentamiento todo tipo de eventos que ocurren actualmente; pero lo que afirman sobre el futuro no tiene base y lo que afirman sobre los acontecimientos actuales es directamente falso, con datos en la mano.

Contribuir adecuadamente a superar el reto que nos plantea, como sociedad, el cambio climático requiere como punto de partida que seamos capaces de discernir entre acciones y medidas que son útiles de verdad para este fin, y las que tan sólo contribuyen a que nos sintamos mejor, pero son inútiles o incluso contraproducentes para combatir este problema medioambiental.

Esta dicotomía no es exclusiva del cambio climático, y de hecho se puede razonar de forma parecida en el ámbito de la tecnología de alimentos, incluyendo también los alimentos genéticamente modificados o tratados con pesticidas. En este caso, se da la paradoja de que hay un grupo de activistas ecologistas que dicen querer erradicar el hambre del mundo renunciando a proteger cosechas con pesticidas, renunciando a hacer alimentos más resistentes ante heladas y plagas. En la tontería de la comida ecológica ya hablamos del primer punto, que es ridículo, y sobre el segundo tengo que decir que el único aspecto negativo es el (muy mejorable) régimen de propiedad intelectual y patentes existente sobre estos alimentos.

Volviendo al cambio climático, sobre el mismo suelen avisarnos frecuentemente dos grupos de activistas muy diferentes. Por una parte, ecologistas que se muestran muy preocupados por él y que a menudo ya tienen la respuesta al problema de forma que sólo contemplan como alternativa un impulso de las energías renovables. Por otro lado tenemos a científicos, también muy preocupados, que en general no tienen una respuesta absoluta al problema, si bien están muy de acuerdo en la necesidad de potenciar energías alternativas al petróleo.

Alternativa al petróleo: nuclear, eólica, y gas natural

No obstante, como desconocemos la influencia de este calentamiento, es muy buena idea evitarlo en la medida que sea posible. Es aquí donde hay que empezar a separar medidas útiles de medidas reconfortantes pero inútiles. En este sentido es necesario encontrar fuentes de energía que cumplan dos requisitos: que su input de energía sea predecible (esto es lo que llamamos seguridad energética) y que no emitan gases de efecto invernadero; a corto plazo, es suficiente con que emitan los menos posibles y permitan reducir las emisiones drásticamente. Adicionalmente es necesario que sea barata de producir, o de lo contrario sólo el primer mundo podrá pagar estas fuentes de energía. El problema es que la mayoría de emisiones de CO2 provienen de países en desarrollo o pobres, y no del primer mundo. De ahí la importancia de poder producir energía alternativa al petróleo de forma masiva y, sobre todo, barata. Por supuesto, gravar con impuestos especiales a estas energías es contraproducente, pero no podemos caer en el engañoso marketing del «impuesto al sol». Empantanar el debate con falacias y medias verdades no ayuda a avanzar en la búsqueda de alternativas.

Una de las principales alternativas es, y siempre ha sido, la energía nuclear. El coste de la energía nuclear es debido principalmente a la construcción en sí de las centrales, siendo los costes de mantenimiento y operación insignificantes al lado del desembolso inicial. Provee muchísima energía eléctrica de forma estable, no emite dióxido de carbono y tenemos los conocimientos y los medios de gestionar los residuos que genera de forma que no supongan un peligro. Resulta conveniente recordar que Patrick Moore, fundador de Greenpeace, es un firme defensor de esta energía. La pena es que, como Galeano pero en un terreno muy diferente, se dio cuenta de su error con décadas de retraso, tras haber mandado a la revolución equivocada y a la destrucción a toda una generación de personas bienintencionadas.

Esto no significa que no haya que invertir en desarrollar y mejorar las tecnologías de energía renovable. Lo que significa es que hay que ser conscientes de las limitaciones actuales y futuras de las mismas, y de la inmediatez del reto que tenemos entre manos. Si metemos todos esos ingredientes en el mortero, lo que sale del cóctel es que cualquier medida que reduzca la emisión de CO2 es buena. En Energy for Future Presidents: The Science Behind the Headlines, Richard Müller (Universidad de Berkeley) explica que de hecho el principal paso que se puede dar inmediatamente es ayudar a China y otros países a abandonar el carbón y utilizar gas natural, que emite mucho menos CO2 para producir la misma cantidad de energía. Esta es la típica medida que no es reconfortante a priori, pero nos ayuda a ganar tiempo como sociedad para desarrollar las fuentes de energía alternativa realmente limpias.

En ese mismo libro que es muy recomendable por lo sencillo que explica algunos temas bastante complejos, el autor desarrolla los casos de diferentes fuentes de energía alternativa, así como de la posibilidad de que en el futuro todos utilicemos coches eléctricos. Sobre las energías renovables queda claro que quizá en la ciencia ficción las energías renovables sean cosas de indies, esa retórica de la que se han apropiado los grupos ecologistas y habitualmente anticapitalistas contemporáneos. Pero en la realidad no: la energía solar de tu tejado no va a conseguir alimentar todo lo que necesitas en tu día a día, y la eólica (que sí tiene ese potencial) es útil cuando sitúas las aspas a decenas de metros sobre el suelo, donde el viento sopla más. Un aerogenerador estándar no cabe en tu tejado (hundiría tu tejado bajo su peso, de hecho) y su desarrollo y explotación va a ser cosa de las grandes empresas eléctricas. El desarrollo de estas tecnologías de producción eléctrica renovable es un cambio a mejor, pero si esperas de estas energías una oportunidad de liberación frente a la «tiranía del capitalismo energético», la ciencia no ampara tus esperanzas.

Hay muchos otros aspectos a comentar sobre estos temas, pero por hoy esto es todo. Otro día podemos hablar más sobre estos temas.

Los límites de la participación

Los límites de la participación

Hay un cierto debate abierto en la agenda pública acerca de la necesidad de ampliar los ámbitos de participación ciudadana. Es un tema sobre el que se leen muchos argumentos simplificados, en la línea de hacer referéndums para todo o casi todo, y creo que es lo suficientemente importante para reflexionar sobre el mismo un poco más.

Ampliar la participación en la medida en que sea posible parece buena idea. Pero haría falta saber si realmente lo es, y en qué medida lo es, puede que ampliarla demasiado (o demasiado poco) no sea lo mejor. El objetivo de mi reflexión tratará de esclarecer ese límite: hasta dónde es posible y recomendable ampliar la frontera de esos ámbitos participativos, si es que es posible y recomendable.

La gestión «participativa» de la vida pública

Cuando hablamos de «participación» lo hacemos en el contexto de participación en la gestión y toma de decisiones de la vida pública. Si no se han planteado la cuestión en profundidad, es sencillo ponernos en situación si pensamos en nosotros mismos como esos sujetos que deberían ahora participar/votar los planes de gobierno, como si estuviéramos sentados en el pleno del ayuntamiento o en el congreso de los diputados. Se perciben dos puntos destacables:

  1. Hay personas que no quieren participar en mayor grado de esta gestión. Tienen una vida, trabajo que hacer y menos tiempo del deseado para disfrutar con los seres queridos. No podemos aceptar la crítica clásica de «lo público, lo privado, y las vacas sagradas en nuestro condado» diseñada para legitimar la postura del pequeño grupo activo que deslegitima como egoístas a quienes no participan para que una decisión votada por un 1% de activos pueda catalogarse como «la voz del pueblo». El sistema representativo es una liberación en este sentido, y lo que hay que mejorar es la accountability de los representantes. En esto tiene mucho más que ver lo que Schneier contaba en Liars & Outliers que cualquier otra teoría maximalista. Si quisiéramos participar de todas las decisiones de nuestras ciudades habríamos hecho carrera política. Un referéndum puntual sobre un tema trascendente es relevante y hay momentos en que la representatividad de un parlamento se queda corta. Pero eso no significa que la representatividad sea insuficiente en todo caso, ni siquiera en una mayoría de casos. De hecho la representatividad suele ser la mejor solución.
  2. No tenemos los conocimientos para tomar decisiones en la gran mayoría de ámbitos. Que sí, sobre temas concretos sí que tenemos capacidad de tomar decisiones informadas, que sean más o menos correctas. Sobre el resto de temas, que son infinitamente más numerosos, no. En mi caso concreto, no es ni deseable ni acertado dejarme participar en una votación sobre, por ejemplo, la idoneidad de ampliar la frecuencia y horarios de transporte público durante las noches del miércoles. Tengo mi perspectiva de usuario, que no se corresponde necesariamente con la verdad, ni con la mejor solución. Es algo con tantas implicaciones y derivadas que sencillamente me falta conocimiento para formular una propuesta ni siquiera para votar sobre las que se me presenten, y personalmente no quiero tener que decidir a ciegas con escasa o nula información sobre un tema que no conozco lo suficiente. Me parece irresponsable.

Otro tema por tratar es la paradoja de que típicamente los partidarios de más participación sean también partidarios de un sistema funcionarial más poblado y extenso. La paradoja sería que para qué queremos todos esos funcionarios de la administración si luego no vamos a dejarles decidir porque asumimos esa responsabilidad cada uno «participando más». Como queda en segunda derivada, lo dejamos sin tocar, pero estas dos estructuras son parcialmente redundantes y ampliar una forzaría la reducción de la otra.

No hay que caer en el «solucionismo». El reto no es «montar una web/app para participar»

Como decíamos arriba, hablamos de «participación» en el contexto de participación en la gestión de la vida pública. La simplificación lleva típicamente una sombra de falacia ambigua: «si lo decidimos entre todos, no podemos equivocarnos». Algo así como el chistoso «300 millones de moscas no pueden estar equivocadas, así que deja el jamón y vete a por otros manjares». Por tanto, vale la pena centrarnos en cuáles son los aspectos necesarios a considerar para tomar una decisión correcta. Son dos:

  • El primero es que las personas con derecho a participación tengan conocimientos suficientes para tomar una decisión informada sobre el tema a tratar. Esto resulta obvio si se piensa, pero la mayoría de las veces no se comenta. El debate se centra en un solucionismo (usando el término de Morozov, con quien no suelo coincidir pero que al definir esto hizo una gran labor) que hace tiempo habría calificado de ingenuo pero que en 2016 y siendo impulsado por gente tan inteligente como quienes lo impulsan no tengo más remedio que entender como simple manipulación de masas.

    No, la parte complicada de la participación no es montar una web con un formulario, o una app de móvil. La parte ardua, difícil, y cara es la de informar y formar a las personas que van a participar/votar. Si esto último no es posible, habría que definir un demos cualificado para representar al resto en un tema concreto. No es tan malo, pero oh, diablos, la representatividad está démodé. No sé si el comité central me va a comprar esa idea para todos los ámbitos o querrán excluir las decisiones propias del comité central, un órgano de representación alienante como los demás pero que no será criticado por el comité central, por motivos obvios. Y ya cierro este párrafo que me ha quedado un tanto tautológico.

  • Impedir que la votación se vea sesgada por la existencia de incentivos perversos entre el demos que ha de votar. Para entender esto nada mejor que un ejemplo habitual: ¿cuántas veces hemos visto que alcaldes, concejales, y diputados se suben el salario nada más entrar al salón de plenos del ayuntamiento? Incluso quienes en esta última elección prometían bajárselo, no lo han hecho. No los culpo, personalmente no quiero que cobren menos, sino que roben menos. Este tipo de dilemas se ilustra bien con el clásico «treinta lobos y cinco ovejas decidiendo democráticamente el menú de la cena». El mismo sesgo puede afectarnos a todos, en cuanto el tema toque «lo nuestro».

Todo lo anterior es relevante porque el argumento simplón de la sabiduría de las masas tampoco es aplicable en estos escenarios. Sabemos que la sabiduría de las masas es aplicable con restricciones a problemas que tienen una distribución de respuestas gaussiana, en la que los errores por defecto y exceso tienden a anularse en torno al valor verdadero. Las decisiones de gestión pública no tienen este carácter, que decidamos entre más no nos acerca más a la mejor solución, sino a refrendar el error en base a un sesgo cognitivo compartido.

Sin entrar siquiera a aspectos de influencia mediática ni garantías democráticas en el recuento (aspectos cuyo análisis requieren su propio lugar), ya sabemos que no hay nada que guste más a un partido en el gobierno (sea cual sea su ideario político) que un referéndum, porque los referéndums se convocan para ser ganados, bien porque se sepa que el pensamiento de la ciudadanía va a ser claramente favorable o porque se cuente con la influencia de los medios de masas para influir en este «sentir popular» de cara a la votación.

Viendo que menos de un 2% de madrileños ha participado en la web del ayuntamiento sobre el caso del edificio de plaza España, ¿cómo hemos de entender que el ayuntamiento decida repartir 60 millones de su presupuesto en lo que se decida por este sistema? ¿Como una decisión colectiva de los madrileños o como el flujo de capitales desde el sistema hacia grupos organizados activamente, que para más inri se cuelgan la medalla de «lo hemos decidido entre todos»?

En efecto, la retórica sobre participación ciudadana, en un contexto en el que la población ni está preparada en términos de conocimiento ni tiene tiempo para ello, recuerda a esos escenarios descritos por Laclau en que una minoría organizada copa el poder y succiona los recursos del sistema para sí misma en nombre de la mayoría… ante la inacción de dicha mayoría. La minoría fija agenda pública (y aquí me tienen, escribiendo un post sobre este tema aunque sea para cuestionarla) y la mayoría se mantiene al margen. No se solucionan los problemas, pero algunos comerán marisco, como se suele decir hacían (¿hacen?) los dirigentes sindicales tras firmar acuerdos con el gobierno que anteponen la supervivencia del establishment sindical al bien general, en un clásico ejemplo del dilema principal-agente.

No, no hay solución mágica: la sociedad es compleja y ninguna app, tampoco una para «participar», pueden evitar eso

Por todo esto, y siendo un gran defensor del asociacionismo sobre todo en el ámbito más local (que vecinos se pongan de acuerdo para mejorar la vida de su barrio suele ser más bueno que malo), creo que la extensión de la participación a ámbitos de mayor escala, como la municipal o la estatal, es sencillamente inviable; y lo es por una buen motivo. Esa escala nos facilita la vida, y la representatividad dentro de ella nos lo facilita aún más.

La participación no es esa panacea fácil de aplicar que se predica desde ciertos ámbitos, y de hecho su aplicación tiene importantes inconvenientes y muchos escollos que salvar. No, no es tan sencillo como «montamos una web con un formulario y a votar». No, lo más importante es el conocimiento real que la población que votará tiene sobre los temas, y resulta obvio pero lo repito: no podemos tener amplios conocimientos sobre todos los temas. Por todos los dioses, vivimos en un país donde una mayoría de personas firmó hipotecas a 40 años con cuotas impagables; son incapaces de gestionar su economía familiar, y ¿vamos a dejar que mediante «la sabiduría de las masas» decidan los presupuestos macroeconómicos de tu ciudad o de la administración central? No tiene mucho sentido.

[Foto: mariateresa toledo via Foter.com / CC BY-NC-ND.]

Requiem por los foros

VS Foros

A día de hoy los foros de este blog siguen operativos, pero esa situación va a cambiar en los próximos días, cuando serán desactivados.

Ha sido un gran experimento, nos ha generado aprendizaje sobre algunas nuevas tecnologías (contenedores, docker, …), ámbito de debate y algo de diversión. Discourse es un software magnífico.

Pero se usan poco, y ando en un proceso de cambios en el que tengo menos tiempo para administrar servidores del que me gustaría… y estos foros han estado casi desde el principio en una máquina aparte (últimamente en la misma máquina que ejecuta este blog).

En fin, seguro que seguimos experimentando cosas. Puede que incluso resucitemos los foros más adelante pero por ahora vamos a dejarlos de lado, puede que hagamos algo nuevo y diferente. A quien esto cause una cierta molestia, disculpas por mi parte, pero… hoy no voy a negociar. Otro día, quizá.

Google, HTTPS, y la Internet de los muertos

Laberinto

Hace casi dos años Google advertía: usar HTTPS en tu web sería una señal valiosa de cara al posicionamiento en los resultados de búsqueda. Hace menos de dos meses anunció el siguiente paso adelante: favorecer en los rankings a las webs con HTTPS frente a las que no llevan el certificado SSL y usan el HTTP tradicional. Entre un movimiento y otro transcurren dieciséis meses. Google es una bestia gigantesca que avanza a paso lento, pero firme.

Este movimiento de Google tiene muchas consecuencias. Un tema menor es el de asimetría de información. Google justifica este movimiento como una mejora de la seguridad de los usuarios. Formalmente es verdad, pero es aún más cierto que Google aumenta de nuevo el listón de asimetría en cuanto a la información de lo que hacen los usuarios que tiene Google y la que tiene el resto del mundo (exceptuando a la NSA y otros partners públicos, claro). En parte el argumento es el mismo que ya usamos cuando hace 5 años Google comenzó a habilitar SSL para los usuarios con sesión iniciada.

Hay aspectos más importantes, como el de la marginalización de la web verdaderamente independiente. Un certificado vale tanto como la reputación de la entidad certificadora. Puedes producir tu propio certificado SSL pero tus lectores y usuarios han de confiar en ti, dado que el certificado lo firmas tú mismo. Para quien no te conoce, es manifiestamente mejor que te avale una entidad reputada como VeriSign, por poner un ejemplo.

Más centralización

El movimiento hacia una web que pase inevitablemente por el HTTPS es un movimiento sutilmente centralizador. ¿Cuántas entidades certificadoras fiables hay a nivel global? Si el HTTPS es requisito para que tu web sea descubierta (porque los buscadores te van a dar de lado en caso contrario), ¿qué hay de aquella promesa de Internet de hace dos décadas? Por supuesto que cualquiera podrá hacer una web, pero tendrá que pasar por los protocolos establecidos por el sistema. Nótese que ni siquiera entro a valorar si el mismo es beneficioso (aunque tengo mis reservas sobre que para leer una web con historia europea del siglo XIII sea taaan importante que esa web tenga SSL), sino el hecho mismo de que este movimiento erradica uno de los últimos componentes verdaderamente desregulados y libres de la web que conocimos.

Gracias a la EFF y Mozilla ahora tenemos Let’s Encrypt, una entidad certificadora algo más amigable que además tiene el detalle de emitir certificados sin coste para el usuario. La misma ha recibido apoyos ya de algunas grandes empresas de Internet. Es loable, y sirve para paliar un poco esta deriva. Pero no deja de dar un gran poder (y una gran responsabilidad) a este nuevo ente.

La Internet de los muertos

Por último, y aunque no deje de ser un toque algo nostálgico. ¿Qué pasa con todas esas webs que ya no se actualizarán? En dos décadas de web se ha volcado muchísimo conocimiento a este medio. Muchas de estas webs llevan años sin actualizar su contenido. Tampoco se actualizan demasiado los servidores que las sirven, así que no es demasiado probable que vayan de prisa y corriendo a instalar un certificado SSL. Hay una excelente columna de Cory Doctorow que en su día comenté y que no me quito nunca de la cabeza, va sobre La Internet de los muertos.

Esa columna resuena en mi cabeza con frecuencia. Y lo hace inevitablemente en situaciones como ésta. ¿Las webs de todos aquellos que ya no están, esas webs que son parte del legado que nos dejaron, cómo se adaptan a esta nueva corrección política de tener un SSL? ¿Quién y cómo ha de poner el certificado SSL a la web de Aaron Swartz? Quizá tan importante como la pregunta anterior, ¿por qué habría que ponérselo si quizá él no habría querido hacerlo?

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