El día que cayó el muro de Berlín se abrió un periodo histórico tan prometedor brillante, prometedor, y cuyas consecuencias eran inmensurables. Fukuyama se aventuró a decir que estábamos viviendo el fin de la historia: las democracias liberales occidentales habían derrotado primero al totalitarismo fascista y cuatro décadas después se derrumbaban bajo el peso de sus propios defectos el totalitarismo comunista, mientras las democracias de occidente prosperaban social y económicamente (aún con las eventuales crisis).
Fukuyama se equivocaba, por supuesto. Pero ahora es fácil decirlo, en 1990 tampoco es que nadie supiera que dos décadas después Rusia iba a reanimar sus ambiciones imperiales, que en la última década parecen irrefrenables, y en el último lustro están condicionando al máximo la relación de Rusia con Europa y el resto del mundo, guerras coloniales como la última invasión/conquista de Crimea incluida.
En la última década asistimos a un despegue del totalitarismo en occidente. Cuando el Wall Street Journal mencionó en 2008 el rampante totalitarismo, en este blog no pudimos evitar aquello de «yo ya lo dije». Al fin y al cabo, el primer borrador de La sociedad de control lo escribí en 2007. Timothy Garton Ash también en 2008 hablaba de la Stasi británica.
En 2009, con motivo del vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín, hice la primera mención a la idea de que el muro de Berlín no había implicado un trasvase de buenas prácticas democráticas hasta Rusia, principal referente «al otro lado del telón de acero», sino más bien una permeación de prácticas pseudoautoritarias desde Rusia a la UE y al resto del continente.
No se me había ocurrido entonces, claro está, que un personaje grotesco como Donald Trump pudiera postularse y llegar hasta el final en la carrera por la presidencia de la mayor potencia económica, política, y militar del mundo. Tampoco se me había ocurrido que Rusia pudiera perseguir la desestabilización de la UE apoyando a todos lo partidos antieuropeos y de corte totalitario del continente, ya sean de extrema izquierda o de extrema derecha. Partidos que desde ambos extremos ideológicos comparten una visión nacionalista y antieuropea, y antimercado en igual medida en la que no creen en el modelo de democracia liberal que ha dado a Europa el periodo de paz más duradero que recordamos; y eso en un continente en el que durante siglos han sido constantes las guerras entre vecinos, es un logro enorme y minusvalorado de la Unión Europea.
Si no entienden por qué Front National (ultra derecha francesa) y Podemos (ultra izquierda española) se ponen de acuerdo en no condenar la invasión rusa de Crimea, quizá tampoo entiendan que los 2 grupos antes mencionados junto a Trump estén de acuerdo en el rechazo al TTIP y en su visión soberanista/nacionalista de la política internacional y la globalización. Puedo recomendar la lectura de un post reciente de este blog sobre los totalitarismos de nuestro tiempo, pero la verdad es que sobre este aspecto concreto Jesús M. Pérez escribe con más frecuencia y mejor visión que yo. Corran a su blog, insensatos, y lean por ejemplo sobre las extrañas convergencias políticas actuales. Y por supuesto, siempre podemos leer a The Economist: Russia’s European Supporters.
En el fondo, todos estos partidos políticos que atacan desde el propio sistema democrático liberal al sistema mismo que les permite existir representan una suerte de «putinización» de la política occidental. Con gran foco en el líder y las barbaridades que éste pueda escupir, con más foco en el tema superficial del día (azuzado por el político para evitar que una reflexión un poco más prolongada desmonte la tontería del día anterior). Y eso no es bueno para quienes valoramos vivir en libertad.
Cuando el 26-J, en una noche de resultados electorales, Iñigo Errejón desde un atril y ante un público que se ve a sí mismo como antifascista ofrece un discurso escalofriantemente similar al que Jose Antonio Primo de Rivera brindó hace algo más de 80 años con motivo de la fundación de Falange Española y el público aplaude entusiasmado y acrítico al portavoz de ese partido que dice combatir al fascismo, se hace más que evidente que existe un caldo de cultivo ya casi maduro para que estas ideas totalitarias pongan patas arriba el continente; de nuevo.
En serio, vean el vídeo, escuchen/vean a Errejón y lean a Primo de Rivera:
El movimiento de hoy, que no es de partido, sino que es un movimiento, casi podríamos decir un antipartido, sépase desde ahora, no es de derechas ni de izquierdas. Porque en el fondo, la derecha es la aspiración a mantener una organización económica, aunque sea injusta, y la izquierda es, en el fondo, el deseo de subvertir una organización económica, aunque al subvertiría se arrastren muchas cosas buenas.
Recuerden como anécdota que Errejón no quería ir con IU a las elecciones, porque le arruinaba el discurso de la «transversalidad», ése de que no son ni de izquierdas ni de derechas. Volviendo a los discursos, la retórica es ligeramente diferente, obvio, pero sólo un poco. Alzar monumentos a «los que faltan» (¿los caídos?), con un movimiento popular que se alza frente a quienes se oponen al movimiento en cuestión… Eso en este país ya se ha hecho. Y sí, el discurso de Íñigo Errejón es brillante, como brillante era Jose Antonio Primo de Rivera, por más que sus ideas (de ambos) fueran inaceptables. Por eso ambos logran (lograban, que uno de ellos lleva un tiempo muerto) que el público termine encantado, enardecido, y vitoreando.
Por supuesto, diga usted que el discurso de Errejón es el más falangista y joseantoniano pronunciado en España en 40 años y prepárese a recibir miraditas condescendientes (o improperios, ¿cómo te atreves a decir que defiendo a un partido de retórica fascista, si yo soy antifascista?) de quienes no quieren creer lo que están apoyando, de quienes en nombre de la ideología o por simple egoísmo (porque el partido ha prometido más gasto público, más subvenciones a un sector concreto, o más oposiciones mágicas de esas que en España gustan tanto) deciden ignorar los hechos porque éstos les impiden convertir su ideología en verdad canónica.
En EEUU las encuestas son por el momento desfavorables a Trump. Pero el sólo hecho de que el candidato de unos de los grandes partidos sea abiertamente antisistema es un precedente enorme, que a día de hoy no podemos valorar; y por supuesto, hasta el día de las elecciones, Trump puede ganar tanto como otro candidato bien situado. En Europa, los partidos antisistema no terminan de alcanzar mayoría (si bien Austria es pionero en la mala deriva y en las últimas elecciones la segunda vuelta enfrentó a extrema derecha y extrema izquierda, por encima de los moderados socialdemócratas y democristianos). Pero tampoco flaquean electoralmente, y mucho me temo que a corto plazo en el próximo lustro van a ganar apoyos; pero no soy ni politólogo ni adivino.
Habrá para quien la perspectiva de una victoria de extrema derecha o izquierda parezca ilusionante. Personalmente, ojalá pudiéramos hacer como en Perfectopía y que los votantes de estos partidos fueran gobernados por ellos sin afectar a los vecinos que escogiéramos otras opciones. For the LULz. Pero no funciona así, y entonces tengo que decir que defender a Alternative für Deutschland, a Front National, a Trump, o a Podemos, me parece una terrible idea. Diferentes facetas de cómo a Putin le gusta ver a Europa: nacionalista, más preocupada de enfrentarse entre sí que en mejorar esas buenas ideas que la UE conceptualiza mejor de lo que luego ejecuta.