Tradicionalmente ha existido un grupo de personas que han tenido la posibilidad de ejecutar la ley, de ser la ley (y la fuerza) o de hacerla cumplir. El método siempre sirvió para mantener un cierto orden social, al menos mientras para delinquir había que salir de casa (nótese que para esas personas delinquir no es un concepto limitado tan sólo a actos de cruda vileza como robarle el bolso a una anciana, sino que englobaría llevar a cabo cualquier acción destinada a recortar ese poder y, sobre todo, el abuso que se hace del mismo).
En un mundo como el actual, en el que podemos organizar concentraciones para pedir la verdad, para denunciar nuestra postura ante una guerra injusta e incluso, oigan, para emborracharnos desde la más cómoda de las inmovilidades que es paradójicamente esa que llamamos teléfono móvil, tener un cuerpo de vigilantes del orden capaz de mantenernos a todos dentro del círculo de tiza que separa lo legal de lo ilegal se presenta como una versión difícil de lo que vendría a ser la construcción de una pirámide. Más que nada porque no hay vigilantes suficientes. Y es que digamos que en un mundo de caníbales no hay carne suficiente para todos. Así mismo, cuando todos debemos estar vigilados no hay ojos para vigilarnos a todos. Ahí es donde los ojos mecánicos cobran una importancia sorprendente. Cuando no hay hay ojos disponibles para observarlo todo hay que crearlos; crear un ejército de clones que vigile por su seguridad, a nuestros queridos ciudadanos. Ya los hay a miles, yo les tiro besos cuando me los cruzo en los aeropuertos y en el metro, también en el banco, en el restaurante y en la delegación de gobierno, son algo bobos y ellos no lo entienden; y yo no tiro besos a ingenios mecánicos, no me malinterpreten, se los lanzo en realidad al que hizo instalar la cámara. Un gesto de cariño a nuestro gran hermano.
Por eso, ahora que para comprar las entradas del cine primero abrimos el navegador, ahora que para que sepan que existimos la única prueba que les vale es que compremos, ahora que para planear un viaje primero buscamos en Google y que para citarnos con un amigo y salir a cenar abrimos un programa de mensajería instantánea quizá ha llegado el momento de entender que el concepto de vigilante ya no es el que fue. Hay que comenzar a entender que cuando aprueban el registro de nuestros datos de telecomunicaciones o el DNI electrónico, cuando siembran de videocámaras los jardines de asfalto y los árboles de ladrillo de nuestras ciudades, en realidad lo que están haciendo es plantar las bases de un futuro mejor.
¿Mejor?