La tormenta política sobre los picantes mensajes de texto del Senador republicano Mark Foley esconde otro asunto, el relativo a la privacidad. Nuestra sociedad se está convirtiendo rápidamente en una donde tus conversaciones íntimas pueden ser guardadas y hechas públicas más tarde. Esto representa una enorme pérdida de libertad y libertades, y el único modo de resolver este problema es a través de legislación adecuada.
La conversación diaria solía ser efímera. Daba igual que fuera cara a cara o por teléfono, podíamos estar razonablemente seguros de que lo que decíamos desaparecía tan rápido como lo decíamos. Por supuesto, los capos del crimen organizado se preocupaban por escuchas telefónicas y micrófonos escondidos, pero esa era la excepción. En el caso general, nuestra privacidad estaba ahí, la asumíamos como presente.
Esto ha cambiado. Ahora tecleamos nuestras conversaciones informales. Charlamos por el correo-e, con mensajería instantánea en nuestros ordenadores y con mensajes de texto en nuestros teléfonos móviles, y en los comentarios de redes sociales como Friendster, LiveJournal y MySpace. Estas conversaciones -con amigos, amantes, compañeros- no son efímeras; dejan su propio rastro electrónico.
Lo sabemos intelectualmente, pero no lo hemos interiorizado verdaderamente. Nosotros seguimos escribiendo, metidos en la conversación, olvidando que todo queda grabado. Los mensajes de texto de Foley fueron grabados por el joven que los recibía, pero también pudieron haber sido grabados por el servicio de mensajería instantánea. Existen herramientas que permiten la monitorización de estas conversaciones, tanto por empresas como por agencias gubernamentales. El Correo-e puede ser grabado por tu ISP o por el departamente de informática de tu empresa. GMail, por ejemplo, lo guarda todo, incluso después de que tú lo borres.
Y esas conversaciones pueden volver para cazar gente -encausamientos criminales, procedimientos de divorcio o simplemente como avisos embarazosos. Durante el caso contra Microsoft en 1998, el juicio transcurrió estudiando detenidamente cantidades masivas de correo-e, buscando una pista. Por supuesto que encontraron cosas; todos en una conversación decimos cosas que, sacadas de su contexto, sirven para demostrar lo que sea.
La lección es muy clara: Si lo escribes y lo envías, prepárate para explicarlo en público más adelante.
Y la voz ya no será más un refugio. Las conversaciones cara a cara todavía son seguros, pero sabemos que la NSA está monitorizando las llamadas de todos los estadounidenses al extranjero. (No dijeron nada sobre los SMS, pero podemos asumir que también los están monitorizando). La grabación rutinaria de llamadas telefónicas es todavía rara -la NSA tiene la capacidad- pero será más común cuando las llamadas telefónicas vayan migrando a la red IP (VoIP).
Si esto te parece perturbador, bien, porque debería. Cada vez menos conversaciones son efímeras, y estamos perdiendo el control sobre los datos. Confiamos a nuestros ISPs, empleados y operadores de telefonía nuestra privacidad, pero una y otra vez se ha demostrado que no podemos fiarnos. Los ladrones de identidad consiguen acceso a esos almacenes de nuestra información. Paris Hilton y otras celebridades han sido víctimas de ataques contra la red de telefonía de su operador. Google lee nuestro correo e inserta en ellos anuncios contextuales.
Aún peor, las protecciones constitucionales generales no se aplican a la mayoría de estos casos. La policía necesita garantizar ante un juez que tiene una causa antes de investigar en nuestros papeles o escuchar a escondidas nuestras comunicaciones, pero puede usar tan sólo una citación -o preguntar, ya sea agradable o amenazadoramente- por los datos que una tercera parte almacene sobre nosotros, incluyendo copias almacenadas de nuestras comunicaciones.
El departamento de justicia quiere hacer este problema aún peor, al forzar a los ISP a guardar nuestras comunicaciones -sólo por si un día somos objeto de investigación-. No es que eso sea malo para la privacidad y la seguridad, es que es un ataque explosivo contra nuestra libertad. Un mundo sin conversaciones efímeras es un mundo sin libertad. No podemos hacer retroceder a la tecnología; las comunicaciones electrónicas están aquí para quedarse. Pero la tecnología hace nuestras conversaciones menos efímeras, necesitamos leyes que se adentren en estos asuntos y salvaguarden nuestra privacidad. Necesitamos una ley extensa sobre privacidad de datos, proteger nuestros datos sin importar dónde se almacenan ni cómo son procesados. Necesitamos leyes que obliguen a las compañías a mantenerlos privados y a borrarlos tan pronto como dejen de ser necesarios.
Y tenemos que recordar, cuando lo escribimos y lo envíamos, estamos siendo observados.
Foley es un caso anómalo. La mayoría de nosotros no enviamos jamás mensajes instantáneos para mantener sexo con menores. El fortalecimiento de la ley podría tener legitimidad para acceder a la mensajería instantánea, correo-e, y registro de llamadas de Foley, pero aquí existían indicios -ayudan a asegurar que la investigación está enfocada correctamente en los sospechosos de pedofilia, terroristas y otros criminales-. Vimos los resultados en los recientes arrestos de terroristas en el Reino Unido; una investigación centrada en personas que eran sospechosas de terrorismo descubrió los planes, no fue la vigilancia intensiva de todos sobre los que no existen indicios de nada.
Sin protecciones legales a la privacidad, el mundo se convierte en un área de seguridad de aeropuerto gigante, donde la más ligera broma -o comentario- hecho años antes- te hace aterrizar en agua hirviendo. El mundo se convierte en un estudio de mercadeo gigante, donde todos somos sujetos de larga vida. El mundo se convierte en un estado policial donde, a ojos del gobierno, se asume que todos somos Foleys y terroristas.
Este ensayo fue públicado [en inglés] originalmente en Forbes.com el 18 de octubre de 2006.
[El autor de este ensayo es Bruce Schneier, la traducción la he hecho yo. El autor habla en primera persona de la situación legal en EEUU, que no es completamente adaptable a la existente en la UE, pero cuyas consecuencias sociales, redundantes en nuestra privacidad, son las mismas]