Un post de Andy Ramos nos trae una noticia que debería ser buena (y no es que sea mala, no me malinterpreten) pero de tan diluida y floja se me torna agridulce antes mismo de tragármela del todo.
Comentaba él acerca de la entrada en el dominio público de la obra de muchos autores muertos a lo largo de 1937. Y no es que eso sea una mala noticia, es que sinceramente no puedo alegrarme de tener que esperar 70 años desde la muerte de un autor hasta la entrada de su obra en el dominio público.
Al fin y al cabo, incluso concibiendo la restricción de copia como un beneficio para el autor (algo que creo, era más cierto antes de vivir en la sociedad digital de lo que lo es en la actualidad), ¿quién se está beneficiando de ese monopolio una vez muere el autor? Desde luego, alguien que no es el autor (por razones obvias).
Y ¿por qué no me alegro? Porque en lugar de pensar en todos esos autores, pienso en los que nos quedan por el camino y en que a este paso y según la legislación actual habrá que esperar hasta 2070 (¡dos mil setenta!) para que la obra de Rafael Alberti (por poner un ejemplo), ilustre gaditano y poeta de la generación de 1927, entre al dominio público. Y eso sin contar con que la legislación en materia de restricción de copia extiende su duración más y más de forma acelerada desde la década de 1980. El mismo Ravel, el del bolero, del que también habla Andy, está atrapado en estas leyes que harán que su bolero no entre a dominio público a los 70 años de su muerte. Este sistema es absolutamente deficiente, y no puedo alegrarme los 1 de enero porque 3 autores pasen a dominio público; hace falta una modificación a la baja de la duración de este monopolio, pero ya.