Todo lo que sabes de mí es lo que decidí que supieras

Jesús Pérez comenta acerca del curioso asunto del vídeo de Alexandra Ocasio-Cortez bailando y todo el ruido que surgió a su alrededor:

¿Fue filtrado el vídeo desde el equipo de Ocasio-Cortez ? Quién sabe. A lo mejor fue efectivamente un tuitero anónimo quien puso el vídeo en circulación, pero fue el equipo de la congresista quien magnificó el asunto para construir la narrativa de “fracasa la campaña conservadora de desprestigio”.

Me ha recordado a una (ya) vieja coplilla de Tool (Hooker with a Penis) que decía lo siguiente:

All you know about me is what I’ve sold you


All you read and wear or see and hear on TV
is a product begging for your fatass dirty dollar

so shut up and buy, buy, buy my new record
Buy, buy, buy! Send more money!

No deberían sorprendernos este tipo de movimientos de subterfugio y propaganda digital enmascarada como difusión espontánea y comunicación entre pares. Ya en 2006 Douglas Coupland hacía bromas sobre ello en jPod.

Sin ir muy lejos, en España ya hemos visto cómo dos de los nuevos partidos que con más velocidad han ganado tracción (Podemos, Vox) lo han hecho con una gestión excelente de su comunicación, especialmente en esa modalidad (la llamada social) que consiste en hacer Inception al votante para que comparta memes creyendo no tan solo que son espontáneos sino que se los apropie, los sienta como propios y, por supuesto, los recircule a todos sus contactos.

Sobre alfabetos antiguos

¿Por qué en alemán la letra V se pronuncia como F? Seguro que la explicación es más compleja, pero echando un ojo a este interesante poster sobre la historia del alfabeto (via Flowing Data) se puede ver que en griego antiguo el carácter que simboliza ambas letras es el mismo, una cosa muy parecida a la «y» actual.

A modo de curiosidad, eso explicaría que en alemán padre se escriba Vater mientras en inglés se escribe Father, aunque la pronunciación en ambos esa V y esa F suenen igual.

De Marie Kondo a las dietas: comercialización del sentido común

No he visto los programas, porque no estoy suscrito a Netflix, pero Marie Kondo es ahora uno de los memes (en el sentido original del término) del momento.

Así que he ido con interés a leer un artículo en The American Conservative donde comentan lo siguiente acerca del asunto:

If you haven’t made the connection already, there is another industry that operates on an eerily similar premise: dieting. I like to say that there would be no diets without Big Macs—diets are the reactionary extreme of a food culture that has widely adopted unhealthiness. What is lost is an everyday, unselfconscious habit of balanced and healthy eating.

Virtually every diet, no matter how wonkish, trendy, gimmicky, or celebrity-driven, comes down to the nutritional basics of consuming fewer and higher quality calories and foods. Our inability to naturally do that—driven, among other factors, by long working hours, less home cooking, more restaurant outings, and an overabundance of subsidized junk food—has given rise to a bloated industry dedicated to dressing up commonsense nutrition in every kind of trick and gimmick and gamification. Nonetheless, the essential similarity of all diets is underscored by the fact that not a single one of them recommends eating more, or more unhealthy, food. The diet industry and the organizing industry represent the privatization and commercialization of what would in a healthier society be common shared wisdom.

Las negritas las he puesto yo.

La sensación que me deja el artículo es que el mayor mérito de esta persona sea básicamente comercial: vender algo que nadie antes había vendido.

Decíamos en La vida privada como producto, allá por 2008:

toda nueva revolución comercial se ha cimentado convirtiendo en productos industriales producidos y comercializados en serie y de forma masiva objetos que hasta ese momento eran fabricados de forma artesanal

Varios años más tarde, en 2014, escribíamos acerca de la economía colaborativa que no tenía tanto mérito, salvo la audacia de vender lo que nadie había vendido antes. (Que no es poca cosa, por cierto.):

lo que conocemos como economía colaborativa no es más que una nueva hornada de negocios que, como todos los negocios cuando fueron novedosos, construyen su éxito sobre la audacia de vender lo que ningún otro ha vendido antes

Además de su mérito comercial, sospecho que el artículo enlazado arriba, cuya lectura recomiendo, tiene razón y que el éxito de la tal Marie Kondo tiene más que ver con los defectos que acumulamos (pun intended) que con sus propias virtudes.

Diagramas de Voronoi

Diagrama de Voronoi aplicado al fútbol

Los diagramas de Voronoi son una interesante forma de repartir el espacio en regiones que tienen en común la cercanía a un determinado elemento situado en ese mismo espacio.

También se les conoce como Polígonos de Thiessen o teselaciones de Dirichlet.

Hay una explicación excepcional escrita por Clara Grima, tan brillante por sencilla que estoy dispuesto a creer que hasta un niño de tres años puede entender el concepto, tal y como afirma la autora.

Un ejemplo de estos diagramas sería la división de un campo de fútbol en función de la ubicación de los diferentes jugadores sobre el terreno de juego, que acompaña a esta anotación.

Gracias a estos diagramas es fácil observar que uno de los equipos controla efectivamente una parte mayor del campo, y que las regiones controladas por ellos están todas conectadas, habilitando pases.

Buscando (des-)conexión: cómo ha cambiado nuestro uso de Internet

Offline

De todos los sonidos que mi hijo no entenderá, atesoro especialmente el de mi viejo módem conectándose a Internet mediante una infraestructura telefónica cuyo propósito había sido repensado.

Con esas palabras comenzó hace muchos años una excepcional y memorable columna en The Atlantic, que no es la primera vez que cito. El sonido en cuestión puede oírse en Soundcloud; si son ustedes unos nostálgicos y vivieron ese momento, quizá quieran atreverse a oirlo, pero no me hago responsable de nada.

Si en aquellos años noventa me hubieran pedido adivinar el uso (cuantitativo, pero también cualitativo) que haríamos de Internet un par de décadas después, habría errado, y lo habría hecho por un magnífico y enorme margen, porque una cosa es entrever desde el principio que la brecha digital era otra cosa a la que nos vendían los políticos, y otra diferente ser capaz de atisbar la magnitud del cambio que ha sufrido nuestro mundo en dos décadas.

Si vamos a los datos más o menos concretos, en Internet World Stats tienen una tabla con la que he preparado la siguiente gráfica para ver el crecimiento del número global de usuarios de Internet y el porcentaje de población que representa.

Desde 1995, la población conectada a Internet ha pasado desde 16 millones a más de 4000 millones (250x), y ha pasado de ser menos del 0.5% a más de la mitad de la población mundial global. La tendencia de ambos indicadores es similar porque el crecimiento que han experimentado es enormemente mayor al crecimiento de la población mundial para el mismo periodo.

El cambio es tan profundo que en Europa y América lo complicado ha pasado a ser justo lo contrario: encontrar a alguien que no esté conectado a Internet. Incluso, para quienes la usamos tanto dentro como fuera de nuestro día a día en el trabajo el reto es buscar espacios y momentos sin Internet, para aislarnos de ella siquiera un rato y realizar actividades de otro tipo que requieran concentración, o sencillamente para no ser interrumpidos constantemente.

Al hilo de esto último, el tiempo que permanecesmos online también ha subido: en Estados Unidos, cuyo contexto es muy similar al que tenemos en España, las aproximadamente 9 horas promedio de 2005 se duplicaron hasta 20 en 2014 (Ofcon), y subieron por encima de 25 horas semanales en 2017 (datos de UK en esta ocasión, también recogidos por Ofcon pero reseñados en Telegraph). En promedio, miramos la pantalla del móvil cada 12 minutos en busca de notificaciones; en efecto, ese sistema de recompensa variable nos tiene bien enganchados.

Si nos quedamos con ese dato, parece que estamos online unas 4 horas al día, y sanseacabó. La realidad no es así. El cambio drástico es que en realidad estamos conectados, accesibles y vulnerables a interrupciones indeseadas de forma permanente, y en esas 4 horas diarias se incluye únicamente el tiempo que pasamos usando servicios digitales.

No se trata de discutir si Google nos está volviendo tontos o no (respuesta corta: no), sino de enfocarnos en otro matiz: las distracciones y las interrupciones nos impiden alcanzar un rendimiento intelectual mayor, tanto individualmente como en grupo, y ya son el mayor enemigo para nuestro desempeño. Esta entrevista a Michael Sandel del pasado octubre es una buena lectura al respecto.

El reto de las distracciones y el esfuerzo concentrado es mayor en los jóvenes y los niños. No es casualidad que mientras la mayor parte de la población sienta a sus niños delante de Youtube para casi todo (desde conseguir que se calmen a conseguir que coman o pasen por algún que otro aro), las clases medias y altas más conscientes (principalmente, profesionales muy vinculados al software y la tecnología) intentan por todos los medios limitar el tiempo de uso que sus hijos disponen de las diferentes pantallas con las que conviven.

Un tema sobre el que debatir muchísimo, apenas quería anotar unas ideas y ya ven que el post se ha ido alargando. Es un tema al que dedico cada vez más reflexiones, en esa búsqueda constante de mejorar mi forma de usar la tecnología y aprender con ella, mientras busco la forma en que lograr que mi hijo también lo haga, cuando le llegue el momento.

Año nuevo, tema nuevo

He actualizado la plantilla con la que renderizamos el contenido en el blog. Ahora funcionamos con el tema Graphy, que es muy similar al que veníamos usando pero tiene detallitos que me convencen más.

Por el camino la página especial que teníamos para la VS Pedia ha perdido su formato, así que habrá que recuperarla. A ver si lo hago prontito. (Actualización, un rato después: Ya la hemos arreglado.)

Gracias a Moisés Cabello, sin cuya ayuda no habría descubierto este tema.

2018, un buen año

Con todos sus matices, porque un año es muy largo incluso para quienes ya no somos niños y los vemos pasar volando delante de nuestras narices, este año 2018 que estamos a punto de finiquitar ha sido para mí un gran año tanto personal como profesionalmente.

Podría hablar de muchas de las cosas que han acontecido pero, por ser este mi blog, voy a centrarme precisamente en el blog. Uno de mis propósitos del año fue volver a escribir en este blog con regularidad, usarlo para seguir aprendiendo algo más alejado del ruido que promueve la absurdamente mal llamada web social.

Esta entrada hace la número 64 de este año, casi el doble que los dos años anteriores juntos. Sesenta y cuatro entradas, algo así como una entrada a la semana; creo que es una frecuencia con la que me he vuelto a sentir cómodo. El resultado ha sido muy positivo: reflexión, debate, y aprendizaje. Es verdad que hay otros medios y otros formatos para comunicar y debatir. Desde luego, esos medios son mejores si uno está en ello por la pasta, pero el blog sigue siendo un formato ideal para expresar ideas no triviales y debatir sobre ellas si uno espera feedback (una newsletter no tiene esa componente, aunque sea muy efectiva en otros aspectos).

Espero que a quienes pasáis leyendo estas anotaciones el año os haya deparado como poco las mismas satisfacciones que a mí, y que el próximo 2019 nos trate aún mejor. En cualquier caso, nos seguiremos leyendo.

Este blog usa cookies para su funcionamiento.    Más información
Privacidad