Recientemente estuve por Londres, una ciudad en la que no había estado desde hacía casi tres años (curiosamente, a los pocos días -dos o tres- de comenzar este blog en un viejo ordenador que tenía en mi habitación corriendo una (ahora vieja) ubuntu con fluxbox).
A lo que iba, Londres es una ciudad tan grande que es imposible que no te transmita algo; siquiera vacío. A muchos les transmitirá música, a otros les transmitirá un aire rancio de vieja gloria venida a menos sin que algunos se hayan dado cuenta, a otros no les gustará en absoluto. Otros esperarán encontrar tiendas y ellos sí que encontrarán lo que buscaban.
A mí, Londres es una ciudad que no me gusta. No estoy tranquilo y no me parece una ciudad vivible. No la conozco demasiado y quizá me equivoco en mi apreciación. No creo que sea cosa del tamaño, es más bien el modo en que está todo hecho.
Mi última visita a Londres me ha dejado algunas ideas que reafirman otras que ya tenía o las matizan.
- Videovigilancia. Se siente más intensamente de lo que se sentía cuando estuve anteriormente (hace unos 3 años). La sensación que sufriera El jardinero fiel en la película es casi constante.
- No hay tiendas independientes. Starbucks, McDonalds, Pret à Manger, Costa Coffee, Starbucks, Burger King, … Todo son cadenas de establecimientos. Puedes andar largamente sin encontrar una tienda que no sea de estas cadenas. Desde luego el pequeño comercio allí no está en peligro, murió hace mucho y, lo que es peor, nadie parece haber llorado por ello.
- Todo está permitido, excepto lo que está prohibido. Pero resulta que hay multitud de cosas que están prohíbidas, son ofensivas o resultan incívicas. Montar en bici por la acera de una calle donde la calzada no tiene carril bici es una ofensa que te puede costar 550 libras esterlinas; dejarte abierta la puertecilla de un paso a nivel con barreras te puede costar hasta 1000 (este último ejemplo no lo he visto en primera persona, pero me lo contaron allí mismo, antes de volver a Málaga). Como hay una videocámara vigilando tanto las aceras como las puertezuelas, no hay mucho donde elegir y la única opción es obedecer las órdenes. Otro tanto con beber alcohol en la calle, multitud de zonas están vedadas, prohibiendo de facto algo que está (supuestamente) permitido.
- Sonríe, estás siendo grabado. Los autobuses muestran smileys simpáticos que te dicen que estás siendo grabados y que sonrías. Como en las tiendas con mal gusto, pero en un servicio público y básico. Como si hubiera algo de lo que reir. Como prueba de «eficacia» el cartel dice que las cámaras han logrado detener a 60 criminales. Bueno, no te dicen en cuánto tiempo (podrían haber sido muchos meses) ni cuántos cogían sin cámaras. Pero en Londres viven 10 millones de personas, 60 denuncias podrían no ser demasiadas si el tiempo contado es, digamos, desde que se instalaron las cámaras.
- Policía voluntario. Propaganda en los vagones de metro te hace ver lo maravilloso que es ser un policía voluntario y dar algo de tu tiempo libre para conseguir un «londres más seguro» a cambio de nada. Bueno, de una palmadita en la espalda. Todos y cada uno de los vagones de metro en que monté tenían el dichoso cartel. Diríase que quisieran llenar Londres de «miembros del partido» dispuestos a escucharlo todo e informar a sus superiores. Y si no te lo crees sigue leyendo el siguiente punto.
- Continuas llamadas a las delaciones. Si ves algo sospechoso, confía en tus sentidos: llama a la policía. Mensajes propagandísticos como éste inundan casi todas las estaciones de metro. Me acordé inevitablemente de los carteles que pusieron hace un tiempo (y que yo no llegué a ver en persona) incitando al miedo más visceral (Keep the story a story) y, en clave distópica, de Hijos de los Hombres, donde la megafonía de las calles hace constantemente llamadas para delatar a «fugees» [inmigrantes].
Son una auténtica sociedad bajo vigilancia. La impresión de que se la han colado doblada con el tema de las medidas «antiterroristas» es asombrosa, realmente dan por hechas muchas cosas, tantas que aunque no acepten lo que ven, no piensan moverse para cambiarlo: han desarrollado tolerancia al mobiliario de vigilancia (CCTV) y a las medidas de control. Todo un aviso de lo que podría suceder en nuestros lares si no nos ponemos las pilas.