Anduve releyendo El bosque originario, de Jon Juaristi, pues tenía ganas de refrescar todo acerca de los mitos de origen europeos. Es un libro que leí hace ya bastantes años y que en su día me dejó muy buen sabor de boca: tras leerlo de nuevo casi una década después solo puedo decir que sigue siendo un libro excepcional tanto por estar profundamente bien documentado como por el contenido en sí.
Al pasar el tiempo, además, pensé que una relectura sería provechosa: algunas cosas con las que no estaba del todo de acuerdo parecían encajarme mentalmente, y otras que en su día vi de una forma veía ahora de otra. Mucho debate interior, una excusa perfecta para volver a un libro.
La relectura ha sido un éxito: el libro, publicado en el año 2000, sigue siendo muy recomendable, algo más que destacable en un ensayo publicado hace casi veinte años.
Como anécdota de algo que no recordaba, en los últimos coletazos del libro nos habla de la inefable Madame Blavatsky y la influencia de su teosofía en la evolución del mito de origen ario en Alemania. Cuenta Juaristi que:
La aparición de la cultura de masas, de la industrialización de la literatura, así como de un nuevo público capaz de leer la prensa pero sin grandes exigencias intelectuales, explica no sólo el triunfo y la rápida extensión de la teosofía, sino también que la ariomanía terminara desembocando en el nazismo.
Las negritas son mías. Inciso: El mandril de Madame Blavatsky, de Peter Washington, es un libro también interesante sobre esta mujer y la capacidad de las personas para dejarse embaucar y creer cosas absurdas. Hablando de creer cosas absurdas, hace poco hablábamos en este blog de The True Believer, un librito escrito hace 70 años pero que parece escrito para nuestro momento histórico.
Ariomanía es el nombre que Juaristi da a ese furor que causaban todos los mitos de origen en torno a lo ario, y que vinieron a sustituir a la celtomanía predominante en los siglos XVII y XVIII, dando en ocasiones lugar a curiosas amalgamas celto-arias a base de trisqueles, que aún persisten si bien más convertidas en reclamos turísticos a que en mitos de verdad movilizadores de masas.
Usa Juaristi su verbo afilado para enlazar ese perfil de masas semicultas (y se entiende que también semiincultas) capaces de leer y de hacerse preguntas pero sin la voluntad o la capacidad para esgrimir un espíritu verdaderamente crítico respecto de lo leído, con el posmodernismo y el relativismo New Age contemporáneo, al tiempo que hace un pequeño descargo a Blavatsky:
List y Lanz [que extendieron y profundizaron las ideas de Blavatsky], como antes la Blavatsky, representaron sólo un aspecto superficial y anecdótico del más letal de los relatos de origen alumbrados en Europa. Un aspecto, por cierto, que sobrevive aún en el abigarrado repertorio de la religiosidad New Age y de las espiritualidaades alternativas de nuestro tiempo.
Al fin y al cabo, como ya aprendimos cuando leímos el libro no podemos (ni queremos) vivir sin historias. (Los dos artículos enlazados en la frase anterior tienen casi 9 años, y yo mismo matizaría algunas de las cosas que ahí cuento, y sobre todo en sus derivadas de primer y segundo orden.) Algo que también nos dijo el bueno de David Foster Wallace, que precisamente hacía hincapié en que lo determinante de tener acceso a una cultura sólida era no tanto decidir si creer o no creer, sino ser capaces de decidir consciente y voluntariamente en qué creer, para así dotar de sentido a la vida.