Estos días es noticia la polémica al hilo de unas supuestas declaraciones de Richard Stallman sobre el caso Epstein, que han terminado con su renuncia a la presidencia de la FSF y a su plaza en el MIT.
El caso es complejo, pero principalmente se resume en que Stallman ha escrito unos emails con algunas frases controvertidas que fuera de contexto han generado la bola de nieve que le ha expulsado de las dos instituciones a las que ha dedicado su vida.
[Editado para añadir este párrafo: me avisa mi buen amigo JL Chulilla de la existencia de declaraciones pasadas de Stallman que yo desconocía y son absolutamente indefendibles. No obstante, y sin ánimo de adelantar lo expresado más abajo, cabe preguntarse porque se le ataca por las declaraciones actuales, claramente descontextualizadas y probablemente menos graves que algunas de las pasadas.]
Este post no es sitio en el que debatir las ideas que tenga, o pueda tener, Stallman. La intención es mucho mayor: quiero debatir de la postura del software libre ante la cultura de la anulación y del linchamiento tan practicada actualmente y que nos retrotrae a actitudes de tiempos pasados, impropias de una sociedad libre y democrática como la que disfrutamos en occidente.
Stallman no es el único que ha pasado por ahí: Linus Torvalds y Brendan Eich
Con todo, lo más llamativo es que el caso de Stallman no es el primer, y mucho me temo que no será el último, caso en el que una personalidad del mundo del software libre es sujeto a una crítica feroz, distorsionada, por hechos acontecidos incluso una década antes de que las críticas apareciesen, como fue el caso de Eich.
Hace aproximadamente un año fue aprobado el nuevo código de conducta para contribuir código al kernel Linux. Suena bien, ¿verdad? Pero la realidad es más compleja y de facto ese acuerdo subyuga la contribución a Linux a un documento con una fuerte, fortísima carga política.
Hay que ser buena gente y buen conciudadano, respetando las libertades de los demás, y en eso estamos naturalmente de acuerdo pero cuando hablamos de código el baremo es técnico y debe seguir siendo técnico. La impulsora de este código de conducta afirma que «la meritocracia es un sistema negativo que no mide a las personas por su humanidad sino por su capacidad intelectual».
Mi instinto me lleva a dudar enérgicamente de todo aquel que me diga que la meritocracia es negativa, porque seguramente está persiguiendo privilegios que no le corresponden.
Esa mezcla de ámbitos técnico y emocional es la que fuerza a Torvalds en 2018 a renunciar a seguir liderando el movimiento al que él mismo dio nombre. Y esa mezcla de contextos, aprovechando además la descontextualización de las declaraciones de Stallman, es lo que hace su situación insostenible.
Podríamos pensar que forzar la renuncia de Torvalds y Stallman, dos personalidades sin las que el movimiento del software libre no existiría, a seguir liderando y dando visibilidad a los proyectos libres más conocidos de la historia es suficiente peaje ante la captura del movimiento del software libre por personas cargadas ideológicamente. Pero no hay dos sin tres, y ahora vamos a hablar de Brendan Eich, que en 2014 fuera brevísimo CEO de Mozilla y es el creador de JavaScript, que ese lenguaje tan dado a chanzas entre profesionales pero que hace posible la web tal y como la conoces; una maravilla, con sus defectos y todo.
El caso es que se hizo público que Eich había donado a un político con ideas contrarias al matrimonio homosexual una década antes de los hechos. Que la mayor parte de la sociedad en EEUU hubiera cambiado de opinión (a mejor, como ahora en casi todo el mundo) en ese periodo pareció importar realmente poco a los críticos; quizá el mismo Eich cambió de idea junto con la mayor parte de la población en esa década. Dio todo igual: la cultura de la cancelación ya había enviado la batseñal y los días de Eich al frente de Mozilla fueron cortos y agrios, pese a haber dedicado casi toda su vida a impulsar ese proyecto.
Al caso de Eich dediqué unas palabras en una nota al hilo del que fue un año muy complicado para Mozilla, pero sin duda sigo quedándome con los post de Dave Winer y Rubén Martín al respecto.
La cultura de la anulación se hace fuerte en el software libre
Si vemos todo esto en su conjunto: tres de los programadores más influyentes de la historia han sido expulsados de sus propios proyectos y condenados a una suerte de ostracismo por motivos y criterios completamente ajenos a lo técnico.
Tres ejemplos que no deberíamos olvidar de que la cultura de la anulación no es cosa de jóvenes adolescentes, sino que afecta de forma generalizada a la sociedad de nuestros días. Es todo un aviso de los de no dejar pasar: visto lo visto, afecta por igual a grupos con nulos conocimientos de tecnología y a grupos formados por algunas de las personas que más saben de software en el mundo.
Ricardo Galli siempre dice que, a diferencia de físicos, químicos, o matemáticos, los informáticos tienen una infame tendencia a no conocer ni el nombre ni el legado de quienes ayudaron a cimentar el campo de estudio. Y no sé si recordar esto aquí viene a cuento o no, pero creo que sí que viene a cuento.
Lo cierto es que la cultura de la anulación ha infiltrado proyectos clave del software libre y ha afectado de forma significativa a algunas de las personas que más han contribuido al desarrollo general del software y de Internet como la conocemos y usamos diariamente.
Cierto: la producción intelectual de Stallman, uno de los filósofos más importantes del último medio siglo, está razonablement agotada, pero creo que su trayectoria merecía mejor final que ser expulsado de mala manera tergiversando sus afirmaciones. Y ya he dicho arriba que no me interesa tanto ese debate particular como la gran foto general: no es tan importante el caso de Stallman como la repetición de un patrón en demasiadas ocasiones y poco tiempo.
El gran misterio de nuestro tiempo: ¿por qué escribir en Internet?
Con estos mimbres de linchamientos que ponen en peligro toda tu vida profesional por una opinión personal o una acusación infundada, el gran misterio de nuestro tiempo es que haya personas que decidan seguir escribiendo en Internet, ya sea en un blog personal o en alguna de los servicios habituales como Twitter.
El caso de Twitter es paradigmático. El beneficio potencial es irrisorio -ganar algo de visibilidad, un puñado de likes que te suban la moral de forma impredecible-, pero el riesgo potencial es dramático: que alguien desentierre un mensaje tuyo de hace una década y sus apenas 140 caracteres fuera de contexto sirvan para apestarte, incluso para que pierdas tu trabajo, y quién sabe qué más.
Como digo arriba, cada vez me explico menos que, a pesar de esto, haya quien escriba en Internet, especialmente en estos servicios tan facilitadores de los linchamientos tan propios de esta cultura digital tan dañina que nos está quedando.