El problema del fraude universitario y los títulos falsos, sean de máster o de doctorado, constituye un problema mucho más grande de lo que nos quieren hacer creer, pues atenta contra los principios básicos de meritocracia sobre los que construimos nuestra vida en libertad.
Es posible que ya estés aburrido de leer sobre este tema; mala suerte para ti, porque eso es precisamente lo que quieren quienes se benefician de este fraude: que por aburrimiento o hartazgo no hagamos caso al asunto. Sin embargo, no es un asunto que pueda ni deba ser ignorado, pues atenta contra el núcleo de justicia social en el que vivimos y afecta a las cotas más altas de poder: el actual presidente del gobierno de España obtuvo un doctorado en condiciones dudosas de autoría (posible plagio), tribunal (posible amaño), y hasta de valía académica (Voir M. Granovetter). El actual líder del otro gran partido es sospechoso de haber recibido un máster en parecidas, por fraudulentas, circunstancias.
Si piensas que uno de estos dos casos es más grave que el otro, tus sesgos y preferencias te están jugando una mala pasada. Si aún no crees que este asunto sea mucho más grave que las famosas tramas de Gürtel o algún robo puramente monetario, este post es para ti.
Títulos falsos, bloqueo del ascensor meritocrático, y podredumbre del sistema
Es menos obvio que el robo puramente económico de la Gürtel o los ERE, pero sus implicaciones son profundas y graves: si la educación pública regala a una élite de enchufados los títulos que luego dan acceso a los mejores empleos, se destruye la confianza en el sistema porque se estaría fomentando que los ricos por nacimiento lo sean a pesar de sus deméritos mientras los pobres lo seguirán siendo a pesar de sus méritos. La sensación que queda es que esforzarse por mejorar no tiene sentido, y eso solo puede conducir a una sociedad de vagos y resentidos que estará abocada al fracaso.
El acceso a la educación en igualdad de oportunidades, y esto incluye también acceso a los títulos en igualdad de condiciones, es un objetivo básico para permitir que la valía y el esfuerzo de las personas se vea recompensado. Cuando una selecta élite controla y violenta el sistema para acceder a las más altas cualificaciones emitidas por el estado sin merecerlo, el mismo será percibido como parte del problema y no parte de la solución.
El problema de la desigualdad
Por aquí hemos comentado alguna vez que pobreza no equivale a desigualdad, abogando por centrarnos en la primera y no en la segunda. Objetivamente, eso es así: lo importante es que no haya pobreza ni carencias básicas, aunque a otros les vaya mejor que a ti. Pero los humanos no somos tan abrumadoramente racionales, más bien estamos llenos de subjetividad y eso mete a la desigualdad en la ecuación.
Es una de las ideas clave que menciona Peterson en su libro: hay una cierta desigualdad que se podría explicar en base a méritos y es deseable porque genera incentivos correctos de superación personal. Por ejemplo, si te esfuerzas más y/o haces mejor tu trabajo, mereces más recompensa. Pero pasado un cierto umbral, el exceso de desigualdad es indeseable y altamente nocivo.
Cuando hay demasiada desigualdad, la capacidad de progreso que una persona puede experimentar por vías meritocráticas, aún en casos en que sea significativo, no permite que esa persona vea un cambio significativo cuando compara su situación, o la que puede legar a sus hijos, con la de otras personas. Las personas han de sentir que el progreso es real y que, si bien no les va a dar tiempo a alcanzarlo ellos, pueden dejar plantada la semilla de ese progreso para sus hijos.
En este escenario de desigualdad extrema esa sensación se esfuma, se pierde la esperanza en un sistema en el que unos están siempre abajo y otros siempre arriba porque la meritocracia no abre puertas, y entran en escena el resentimiento y las pulsiones populistas que se alimentan de él. Al infierno se desciende por peldaños.
De fraude académico, falta de meritocracia, y desesperanza en la desigualdad del sistema
Vamos pues, entendiendo la gravedad del fraude académico: mientras hay un segmento de la población suspirando por enviar a a sus hijos a la universidad para abrirles la puerta de un futuro mejor, y mientras muchos de esos jóvenes sufren para terminar sus ingenierías, y sus másters, y sus doctorados -todos con el objeto compartido de labrarse un porvenir-, persiste una selecta élite de enchufados que se lo llevan gratis, sin esfuerzo, sin mérito. Y no se engañen pensando que las entrevistas de trabajo permitirán separar el grano de la paja, porque no es así: en el rato que dura una entrevista de trabajo es muy difícil discernir estas cosas. Estos enchufados tendrán acceso a las mismas oportunidades, e incluso más gracias a su red social, entrarán al trabajo tan verdes como cualquier otro pero a poco que sean mínimamente despiertos aprenderán on the job, mientras otras personas se quedan a las puertas. A partir de ahí, la bola de nieve rueda sola. So much for your meritocracy, right?
En este contexto, es absolutamente sorprendente que la población tolere el fraude en su doctorado a un presidente del gobierno, o el máster regalado al líder de la oposición parlamentaria, como si se tratase de pequeños pecadillos. No son pecadillos perdonables sino todo lo contrario: una de las mayores amenazas al sistema en que vivimos y a la promesa implícita en el pacto social que lo sustenta.
Por cuantía, el robo es aparentemente irrelevante, pero la implicación es tremenda. El mayor síntoma de lo podrida por dentro que está una parte de la sociedad española es la existencia de estos títulos fraudulentos y la resignada y silenciosa aceptación de la población ante lo que debería ser un escándalo constante que no debiera cesar hasta que todos los tramposos hubieran dimitido y sido destituidos.
[Sobre la universidad ya hablamos otro día, pero obviamente un sistema (el universitario español) que cobija todo esto empezando por la universidad más ilustre del país, la Complutense, y esconde bajo la alfombra los cadáveres mientras intenta pasar librona sin escrutinio merece a todas luces una reconstrucción y cierre de muchos de sus centros; pero de esto si quieren, hablamos otro día; si quieren leer algo sobre la universidad, le dediqué una reflexión hace un tiempo: el problema de la universidad no es el 3+2.]