«Te voy a contar un secreto, me pongo muy contento cuando me entero de una deslocalización. Personas que se morían de hambre en el Tercer Mundo van a tener trabajo, van a empezar a integrarse en un sistema económico. ¿Por qué debería ser menos solidario con los desgraciados de la India o Bangladesh que se mueren de hambre que con el tío que cobrará indemnizaciones aquí? Es el futuro del mundo lo que está en juego, la paz, la prosperidad. En cuanto al tipo que echan a la calle en Alençon, en vez de continuar cortando burdamente camisetas horribles, recibirá una formación, participará en productos que tendrán el doble de valor añadido, es la oportunidad de su vida. Vivimos en un sistema de la compasión, en el que hace falta drama por todas partes. ¿Me puedes decir por qué no se organizó una fiesta nacional el día en que se cerró la última mina? Tenemos carbón bajo los pies pero ya no hace falta enviar a pobres desgraciados seiscientos metros bajo tierra para intentar extraerlo mientras cogen la silicosis o se libran de una explosión de grisú. Es maravilloso. En vez de eso, tuvimos que soportar un discurso lacrimógeno del estilo es una parte de la historia de la clase obera que desaparece. ¡Coño, pues tanto mejor! ¿Te gustaría tener a tus hijos en el fondo de una mina? Es extraordinario vivir en un país que tiene carbón bajo sus pies y que puede prescindir de ir a buscarlo, que ya no necesita mandar a personas a arrastrarse como ratas por los túneles y a dar martillazos a algo repugnante. El mundo mejora, nos guste o no.»
– Yasmina Reza, En el trineo de Schopenhauer (2006).
Poco que añadir. Ah sí, esto lo anoté hace mucho tiempo (un par de años, quizá) y no recuerdo de dónde lo saqué. Fijo que de alguno de los blogs que leo (o quizá leía entonces). Si es tu blog y me lees, manifiéstate :)
Cuando les hablen de globalizaciones piensen que el estado del bienestar lo destruyen las leyes, no las deslocalizaciones. Y piensen la de oportunidades perdidas que nos brindó la globalización y que estaban ahí, estaban ahí.