Bocados de Actualidad (93º)

Ultimo domingo primaveral, previo al solsticio de verano, aunque hace semanas que el solecito nos acompaña sin muchos problemas. La nonagésima tercera ronda de bocados llega a la hora justa, mientras suenan Alice in Chains. No os distraigo mucho y os dejo los enlaces:

  • Algarabía y la historia de un rumor iraní en Twitter.
  • Interesante el apunte de sobre su intento de vender un pc en eBay.
  • El Buzz de la semana ha sido para la liberación del código del Kindle. Los fanboys se apresuraron a replicar la nota de prensa, en Ars Technica aportan contexto al asunto y dicen lo que hay: lo que Amazon ha hecho está lejos de ser una liberación de su cacharro.
  • Enric González y el caso del blogger NightJack, cuya identidad fue publicada por el Times, en un ejemplo de mal periodismo.
  • La vigilanta y las primeras guías telefónicas blancas en Reino Unido. También comentó la negativa de Redtel al plan para controlar internet. De aquí hablamos de ese posible desenlace y ya avisamos de que estamos solos: nadie está de nuestra parte; las telecos tampoco. (Mangas Verdes también lo comentó.)
  • Luis Mayoral y una curiosidad respecto a las caches que a más de un programador experto le parecerá irrelevante pero a mí me llamó la atención.
  • Todo Energías y el cargador universal, ¿en 2010?
  • David Bravo pone los puntos sobre las íes a un articulista de El País.
  • Vallesin acerca de la manifestación de béticos (fuuuurbol) la semana pasada.
  • Pere Quintana acerca de Opera Unite: sería mucho mejor si fuera libre.
  • Julen Iturbe y la empresa como factor limitante.
  • Nacho Escolar y la reforma de las listas del Senado para que no se marquen X y se vote al grupo completo. Se le olvida, eso sí, que la democracia es complicada porque te pide votar a gente que no conoces y que no tiene la menor intención de que los conozcas.
  • Coding Horror acerca de los acortadores de URL: destruyendo la web desde 2002.

Y esto es todo por ahora.

Aprender a olvidar en la era digital

«La memoria puede cambiar la forma de una habitación; puede cambiar el color de un coche. Y los recuerdos pueden ser distorsionados. No son más que una interpretación, no son una grabación, y son irrelevantes si tienes los hechos.»

Leonard en Memento
(guión de Jonathan Nolan)

Vivimos la muerte de la conversación efímera, no es sólo que sistemas fuera de nuestro control lo estén grabando todo permanentemente, es que a menudo somos responsables de esto: somos nosotros los que vamos dejando rastro en la web, etiquetando aficiones, fotos, amigos y conocidos. Somos nosotros (plural mayestático) los que nos alegramos de que nuestro proveedor de webmail nos dé un buzón cada vez más grande para no tener que borrar nunca un correo, siquiera ésos que no valen para nada, para dejar que ese diógenes digital que llevamos dentro corra libre. Los datos son la polución de la era digital: se pegan a todas partes y es imposible limpiarlos del todo.

Vamos almacenando un rastro y ése podría ser el problema. Quizá no estamos preparados para que esos datos no desaparezcan del todo. Millones de años de evolución han posibilitado que el cerebro humano desarrolle mecanismos de borrado automático de malos recuerdos; no una negación de la realidad, como diría Calvin es más bien una aceptación selectiva de nuestras memorias. A estudiar ese mecanismo ha dedicado su labor investigadora Michael C. Anderson, catedrático de psicología en la Universidad de St. Andrews, que centra su investigación en este tema y que ha publicado al respecto en revistas tan prestigiosas como Nature y Science. La conclusión de su trabajo parece clara: el cerebro borra, sin preguntar a la consciencia, los malos recuerdos. Modula y atenúa la presencia de esos malos momentos para que no nos hagan la vida imposible. Si hace falta los elimina del todo. Suprime todas esas aristas que harían que nos fuéramos haciendo daño con el-nosotros-que-fuimos-ayer.

Y de repente, la tecnología digital subvierte el modo en que nuestro cerebro funciona. Cuando todo (bueno o malo) lo que nos sucede queda registrado en alguna parte, los pequeños registros pueden volver una y otra vez para cazarnos. Para devolver a la consciencia de lo vivido lo que el cerebro pretendía haber olvidado.

Después de todo, hicieron falta millones de años para depurar el funcionamiento del cerebro y apenas hace unos años que nos vemos forzados a adaptarnos a una realidad en que lo que el cerebro se esfuerza por olvidar las conversaciones y las actividades y las cosas que dijimos que ya quedan siempre guardadas en alguna parte.

Si hablamos en términos evolutivos, 30 años no es mucho tiempo y no será fácil lograr ese cambio desde la fisiología. Quizá sea más fácil cambiar la forma en que aceptamos volver una y otra vez sobre esos malos recuerdos: la forma en que enfrentamos ese registro de nuestra vida que la tecnología digital hace posible. Quizá, sin embargo, nada de esto haga falta: quizá el cerebro sea capaz de soportarlo. Tan sólo es una idea que tuve, podría no ser importante.

El spam de Vodafone

Cada mañana igual, cada día igual. Podrá llover o hacer sol, podrás dormir o tendrás que madrugar. Será lunes, jueves o martes. Otoño, verano, primavera.

Lo único que no te va a faltar ni un sólo día es tu ración de spam de Vodafone. Eso nunca falla. Cada mañana, cada tarde. Ayer, como siempre, recibí varios mensajes (sms + 2 mms), el día acaba de comenzar y yo ya sé que de aquí a final de día recibiré mi ración, incluso de publicidad engañosa en los que Vodafone ya ni siquiera vende servicios sino se mete a tombolista.

No sé cuánto tiempo llevo siendo cliente Vodafone. Con contrato debo llevar casi 5 años. No he cambiado ya de compañía porque no he tenido tiempo de mirar ofertas pero casi con seguridad eso sucederá este verano (ya hace meses que cumplí la permanencia de mi último terminal). Les aseguro que me marcho de esta compañía igual que me marché de ONO harto de tener que buscar su número de atención al cliente gratuito.

No es que Vodafone no sea barata (que no lo es), es que estoy hasta las pelotas harto de que me manden una cantidad inadmisible de publicidad.

Si se cumple la permanencia y no vamos de cabeza a renovar el móvil (y a regalaros otros 18 meses de tiranía), es porque no nos da la gana. No hace falta que me lo digan 3 veces al día porque no es que no sepa dónde están las tiendas Vodafone, que por desgracia no han dejado ni una esquina libre en mi ciudad, sino que no compensa firmar un contrato de permanencia mínima que me atará a una empresa que luego me acosa a publicidad.

Y machacándonos a mensajes de mierda no ayudan a su causa.

[Mañana más sobre los temas de siempre, pero entenderán que si no puedo rajar en mi blog, ¿dónde voy a hacerlo?]

Actualización (2009-07-10): Un mes después, un nuevo post sobre los cambios en este tema.

Periodistas con brazalete

Leemos en EuropaPress (via meneame) que:

«El Colegio de Periodistas de Cataluña (CPC) distribuirá a partir de hoy petos y brazales identificativos para que los periodistas puedan cubrir acontecimientos en la vía pública.

(…)

Esta acción llega después de que más de una treintena de periodistas resultaran heridos mientras cubrían las manifestaciones contrarias al Plan Bolonia en marzo de este año.»

Supongo que ahora todo lo que tengo que hacer para ir a una manifestación y que no me pegue la poli es ponerme un peto como el de los periodistas (conque sea del mismo color será suficiente, en mitad de la urgencia no estarán los polis para buscar el logotipo del CPC) y por 8 euros bien vale la inversión si me va a evitar las pelotas de goma.

Cuando hayamos suficientes con petos falsos, los polis dejarán de prestar atención al peto y darán piñas para todo el mundo.

A mí me da la impresión de que no han pensado mucho el asunto: si te metes en medio de una pelea, vas a recibir palos, da igual que te vistas de seda. Que alguien se lo explique: los petos no servirán de mucho.

Tu vida privada sexual como parametro curricular

O La discriminante selección de personal según Deutsche Telecom.

Se ve que hay cierto revuelo porque Deutsche Telecom parece haber estado espiando los hábitos sexuales de sus trabajadores y de todos los que solicitaban empleo en la compañía. Lo vimos hace unos días en European Digital Rights.

La compañia, claro, lo niega todo.

Y la gente no se cree ni una palabra proveniente de la misma compañía que ya espió a los periodistas que contactaban con la compañía y que ya ha admitido haber espiado las cuentas bancarias de todos sus trabajadores.

Cada día está más claro que la privacidad no es un problema técnico, es un problema legal. Si estos actos no implican para la compañía ni pérdida de clientes (cada euro que gastas apoya algo, ¿qué estás apoyando?) ni multas millonarias, a la compañía le saldrá rentable saltarse nuestras libertades y las leyes. Lo que consumes es lo que realmente estás apoyando.

La privacidad es un problema legal.

Bocados de Actualidad (92º)

Con algo de retraso respecto de la cita habitual (retraso por partida doble: hoy es lunes, y además hacía alguna semana que no acudíamos a la cita) aquí tenemos la nonagésima segunda ronda de enlaces que por falta de tiempo (o ganas) no comenté por el blog. Suena My Brightest Diamond para comenzar la semana. Os dejo con los enlaces.

Las alertas y el miedo

pasillo de hospital
[Foto: Buque]

¿De qué sirve subir el nivel de alerta sanitaria al máximo si no hay una respuesta asociada a esa subida que la población deba ejecutar? ¿Aumenta nuestra seguridad o nos deja igual pero más asustados («oooh por todos los dioooses, ha dicho pandeeemia»)?

¿Qué indica que el nivel de alerta sanitaria sea máximo? ¿Debemos comprar mascarillas? ¿Condones, quizá? ¿Lavarnos las manos? ¿Detener nuestra vida y quedarnos encerrados en casa?

Si no hay algo que hacer, ¿de qué sirve que nos suban la alerta, más que para generar miedo entre la población?

De verdad, desde que vi la noticia al respecto de la alerta de gripe, no sé si pensar que es simple política del miedo o teatro de seguridad basado en la falsa sensación de actividad de la OMS. (Ya saben, lo del salvar el propio culo antes que nada.)

Me inclino a lo primero, a la simple generación de estrés, y al salva-tu-culo político, dado que más que tranquilidad, subir el nivel al máximo lo que genera es un cierto estrés en la población. Siquiera injustificado y generado con fines espurios, pero eso es otra historia; hoy estábamos hablando de lo inútiles de los niveles de alerta si estos suben y bajan como por arte de magia sin que la población sepa qué hacer con los cambios.

[Por cierto, parece que en este río revuelto de la gripe Estados Unidos sigue dispuesto a no llamar a las cosas por su nombre.]

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