Pude por fin zanjar una deuda histórica al dedicar unas horas a un libro de Nassim Taleb, de quien uno tiene la sensación de conocer mucho porque sus ideas son muy comentadas y quizá por eso nunca le prioricé dentro de esa inacabable lista de libros pendientes.
La sensación tras haber visto muchos vídeos suyos y haber leído tanto acerca de sus ideas es, en efecto, como de estar releyendo un libro: te suena todo vagamente, pero constantemente hay frases que te llaman la atención y no te esperas.
Uno de los temas que no me esperaba -no demasiado, al menos- es la inquina que tiene al periodismo en general. Ahí, ya en el prefacio del libro, establecí el vínculo que necesitaba para engancharme a la lectura. Lo trata con objetividad, nada de historias personales. El periodismo tan solo tiene el problema de la inmediatez y la poca capacitación general de sus máximos representantes visibles (que no son los periodistas con más conocimiento, sino quienes comunican mejor: por belleza física, por voz, o por carisma).
La suma de factores confluye en una afirmación sencilla: seguir las noticias es una pérdida de tiempo. No hay mejor forma para ser engañados por el azar que sumar a nuestros sesgos cognitivos una cantidad de información abundante y poco significativa, que es precisamente lo que sucede cuando dedicas un rato cada día a seguir la actualidad.
Si dedicas una hora al día a ver las noticias, en un mes habrás pasado 30 horas atendiendo a información muy poco relevante (la última boutade del político de turno, o datos irrelevantes como que el IBEX subió -o bajó- un 0.5% en un día dado). Con esas mismas 30 horas puedes leer varios libros con información ya destilada, estructurada y privada de ruido. Lo más probable es que dedicar esas 30 horas a ver las noticias no te aporte conocimiento duradero, que siga siendo válido en el futuro. Invertir ese tiempo en leer libros probablemente sí tendrá ese efecto positivo.
Taleb hace un buen repaso a cómo pensamos, lo que se resume en algo que ya sabemos: pensamos de forma muy subjetiva, decidimos en base a instintos que luego racionalizamos, y buscamos con ahínco patrones para escapar a una incertidumbre que nos aterra, lo que conlleva que a menudo encontramos patrones que no son tal cosa, cegados por ese mismo ahínco de búsqueda. Ahí está el auténtico Fooled by randomness. Lo llevamos dentro: nuestro cerebro evolucionó en un entorno donde esa forma de actuar era útil, algo que ya nos enseñó Kahneman.
Me hizo recordar que en su día escribí un primer borrador de un libro sobre sesgos cognitivos y cómo nos dejamos engañar por comunicadores de todo tipo (gurús vendemotos, políticos, publicistas) que abusan de ellos. A pesar de haber escrito una primera versión, nunca tuve tiempo para darle verdadera forma y, sinceramente, ahora mismo no creo que lo retome; al menos, no está alto en la lista actual de prioridades.
En general, no es éste el libro que más he disfrutado este año, honor que salvo verdadera sorpresa va a parar al impecable libro de Jonathan Haidt, pero es un libro ameno lleno de perlas al que me alegro de haber dedicado mi atención.
[Mención especial a Pere Quintana, que en su canal de Telegram ha compartido alguna frase de este libro y que, en última instancia, fue lo que me animó a buscarlo.]