Contexto para las altas expectativas colectivas

En Science recogen una entrevista con una de las personas que más sabe de enfermedades y virus en el mundo, y comenta lo siguiente sobre la vida tal y como la entendimos hasta primeros de este año:

Let’s be clear: Without a coronavirus vaccine, we will never be able to live normally again. The only real exit strategy from this crisis is a vaccine that can be rolled out worldwide. That means producing billions of doses of it, which, in itself, is a huge challenge in terms of manufacturing logistics. And despite the efforts, it is still not even certain that developing a COVID-19 vaccine is possible.

Las negritas las he puesto yo. Por recordar solo un fragmento del anterior post en este blog:

La vacuna para la varicela tardó 28 años en obtenerse; para el SIDA aún no tenemos, ni se espera que haya al menos hasta dentro de una década, lo que sumarán 50 años de enfermedad sin vacuna.

La situación actual de cierre va para largo; si Google y otras grandes empresas planean que sus trabajadores estén desde casa hasta el año que viene, ya os podéis ir haciendo el cuerpo.

Escenas de desconfinamiento bajo una suerte de enajenación colectiva

Estamos viviendo estos días una suerte de enajenación colectiva: ha llegado el verano de repente, tras una primavera lluviosa en que Málaga se vistió de Londres o Bilbao, y parece que se relajan las medidas de confinamiento. Como resultado, nos invade el optimismo. Olvidamos los detalles que dan contexto a nuestro presente y a nuestro futuro, y soñamos con que lo del bichito de marras ya ha pasado; pero no es así todavía. Ha pasado una parte, pero hay mucho coronavirus aún por delante.

Vemos escenas de des-confinamiento: desde mi terraza observo a grupos de personas hablando animosamente en la calle mientras sudan tras su sesión de deporte, o simple y llanamente por pasear al sol. Falta poco para que termine el día, es domingo, y está bien que así sea: que corran, paseen, y hablen.

Pero al mismo tiempo, reflexiono desde mi azotea, hacen todo eso sin mascarillas, sin guardar una mínima distancia. Charlan como siempre, y quizá sean ellos quienes tienen razón al dejar las preocupaciones de lado al menos un minuto, pero no dejo de pensar que si vieran la escena en tercera persona reaccionarían ante su propio espejo con estupor. Es normal: tras casi dos meses encerrados en casa la población está dispuesta a abrazarse a cualquier clavo ardiendo para creer, por lo menos un poquito, que esto ha terminado.

Esto solo acaba de comenzar. De otros impactos hemos hablado, y más que hablaremos, hoy nos limitamos a la crisis sanitaria en sí. Un escenario posible que no me saco de la cabeza sugiere que hasta que haya un tratamiento o una vacuna efectiva para la COVID-19 pasemos dos tercios del tiempo confinados estrictamente y con las escuelas cerradas, como hemos estados estos dos meses.

A estas alturas habrán visto esa referencia de los dieciocho meses hasta tener una vacuna decenas, cuando no más de un centenar de veces. La realidad es más compleja: no es que no sepamos cuándo vamos a tener ese tratamiento o vacuna, es que aún no sabemos siquiera si la vamos a tener. Nunca se ha producido una vacuna contra un coronavirus (ni éste ni los anteriores), y un plazo más estándar para obtener vacunas fiables es mucho más largo. La vacuna para la varicela tardó 28 años en obtenerse; para el SIDA aún no tenemos, ni se espera que haya al menos hasta dentro de una década, lo que sumarán 50 años de enfermedad sin vacuna.

Imaginen que aún tomando atajos en el método de validación científica habitual no hubiera vacuna y logística para su producción masiva antes de 2032. En NYTimes hay un artículo excelente al respecto. Si nos saltamos todo tipo de protocolos que añaden seguridad al proceso podemos recortar aún más. El reto de tener solución en año y medio es inconmensurable. Creo mucho en la ciencia, y ojalá sea cierto, pero no lo veo.

Hasta entonces, hasta que algo cambie, seguiremos como ahora: alternando escenas de confinamiento con escenas de desconfinamiento. Todas ellas fruto de un espejismo, de una alucinación colectiva.

Devs, de Alex Garland

Devs

No veo muchas series, pero este último finde en el que continuamos confinados en casa estuvimos viendo Devs, la última obra de Alex Garland (también director de Ex Machina), y me ha parecido tan destacable que no quería dejar de mencionarlo por aquí.

Leí una vez que hay dos clases de historias: las policiacas, que comienzan con un muerto y te cuentan la historia de un vivo, y las biográficas, que te narran la vida de un vivo y terminan con un muerto, típicamente el mismo cuya vida te han contado.

En esencia y ciñéndonos a esta taxonomía, Devs es una historia policíaca: un thriller que comienza con un muerto en el primer episodio y luego se concentra en resolverte el caso mientras te despliega detalles para entender mejor a los personajes vivos que llenan su trama. Por resolver el caso, en este caso, entendemos no tanto buscar a un culpable, algo que grosso modo nos cuentan en ese momento, sino entender los por qués del crimen, la motivación y el marco mental de los autores.

Aquí es donde la historia se pone interesante. No tanto porque el crimen implique a personas que trabajan en desarrollo de software, algo que a día de hoy es bastante habitual y ya no constituye novedad, sino por los elementos que lejos de quedarse en meros contrapuntos narrativos son parte central de lo que Garland nos cuenta: el debate sobre el libre albedrío y el determinismo, la obsesión humana con el destino y la responsabilidad respecto de las propias acciones. Todo esto convierte a Devs en una historia policiaca inusual, diferente: hay un crimen, pero más que acción y peleas hay una narración bastante onírica, con una dosis existencialista y taciturna significativa.

Como no quiero destripar la historia, no me atrevo a continuar porque no voy a poder hacerlo sin hacer spoilers. Esta serie no va a ser el foco de todas las conversaciones, pero es una historia de ciencia ficción que recomiendo a quienes gusten del género.

Escenas inquietantes en tiempos de pandemia

Van pasando las semanas y seguimos confinados en nuestras casas. Entre tanto, a medio camino entre el aburrimiento y la desesperación, nuevas rutinas y memes se van abriendo hueco: desfiles de coches de policía cantando el cumpleaños feliz o manifestaciones de balcón, entre las más visibles ahora mismo.

El primero que quiero comentar pudimos presenciarlo desde casa hace unos días. Una procesión de vehículos de cuerpos policiales diversos rondando el barrio mientras pone música infantil a todo volumen. En casa hubo consenso inmediato: es de lo más inquietante que hemos visto en estas semanas. Transmite algo a medias entre estar en un búnker nuclear y en el campo de concentración de La vida es bella. Es puro madmaxismo.

Codo a codo con esos convoys están las concentraciones multitudinarias en los balcones, que lo mismo sirven para aplaudir que para sacar a pasear las cacerolas a favor o en contra de unos y otros, o para silvar y denunciar a quien pasea por la calle, aunque desconozcamos sus motivos ni su situación. Estamos a dos excusas de tener a un populista avispado que saque partido de estos sentimientos.

Con el agravante de que los grandes extremos populistas que podrían sacar partido de esta deriva ya están en el parlamento. Es más, al menos uno de esos grupos está incluso en el gobierno. Y están encantados con estas performances. Saben que son su caldo de cultivo y lo van a alimentar.

Solo por eso vale la pena no sumarse a estas cosas.

No se trata, en absoluto, ni de afear la valiosa labor de la policía ni las buenas intenciones a quienes quieren mostrar agradecimiento (o queja). Debe haber otras formas de canalizar esas ganas de hacer las cosas bien; eso es todo lo que quería decir hoy.

Distanciamiento social

¿Piensas que coronavirus va a ser la palabra del año? No te falta parte de razón, pero creo que lo que de verdad va a perdurar socialmente de este 2020 no va a ser el coronavirus, sino el concepto de distanciamiento social. De la desglobalización que este fenómeno va a contribuir a apuntalar ya hablamos hace unos días.

La gran pandemia de nuestro tiempo

Las consecuencias de este nuevo virus, formalmente SARS-CoV-2 y popularmente el coronavirus, van a ser dramáticas y sobrecogedoras en este 2020 y quizá también en 2021. Pero si todo va bien en un año y medio o dos años tendremos vacuna para la enfermedad que provoca, COVID-19, y la cosa mejorará. Es el futuro, y no lo sabemos, pero es un escenario optimista al que me gusta agarrarme para mantener (un poco al menos) la serenidad.

Mientras tanto, anda medio mundo encerrado en sus casas y saliendo únicamente para lo imprescindible. Los militares van desplegándose en las ciudades occidentales, y las medidas aplicadas en casi todo el primer mundo van pareciéndose a un estado de excepción encubierta.

A falta de tratamiento médico, que aún no hay, una de las precauciones para ralentizar la expansión de la enfermedad es lo que han venido a llamar distanciamiento social. Pautas de comportamiento que ayudan a minimizar el riesgo de contagio entre personas, para ralentizar la curva logística de contagio. (Nota: el tiquismiquis que llevo dentro me obliga a aclarar que eso que todos estos días están llamando crecimiento exponencial no es exponencial, sino que se trata de curvas logísticas.)

En las ocasiones cuando se ha recurrido a este distanciamiento social (como hace un siglo en la epidemia de gripe de 1918), el mismo ha incluido cosas como no darse la mano al presentarse, no saludarse con dos besos, evitar los lugares abarrotados y las aglomeraciones a menos que sea imprescindible, disminuir la asistencia a cines, restaurantes y, en general, evitar la mayoría de interacciones. Con la tecnología que tenemos disponible, sería ingenuo no pensar en que esta vez se pueda ir más allá.

¿Qué tiene de nuevo el distanciamiento social en 2020?

Lo nuevo es la simbiosis con la tecnología. Ahora mismo es posible conocer la ubicación y movimientos de la población en tiempo real, o casi. ¿Y si la tecnología se usa para prevenir contagios, trazar las rutas de quienes den positivo y ayudar a limitar contagios? Es un buen uso de la tecnología, y siendo que el sistema está ahí y no hace falta nada nuevo para exprimir esos datos, pocos de nosotros se negarían a una medida que puede contribuir a combatir una verdadera emergencia sanitaria como la que sufrimos ahora.

No piensen solo en geolocalización. En la siempre presente ofensiva contra el dinero en efectivo, el uso de monedas y billetes ha sido la primera víctima de este distanciamiento social.

La misma tecnología, no obstante, puede combinarse para usar este histórico de ubicaciones y comportamiento (¿cuántas veces has salido sin permiso, o ido a un bar sin permiso, o… ?) para enriquecer tu perfil y el sistema de crédito social con el que algunos países construyen distopías propias de la ciencia ficción.

Es pronto para valorar si esta pandemia dejará una huella en la forma de trauma colectivo. Si así fuera el caso, ¿se aceptará una reescritura del contrato social que ayude a prevenir escenarios similares a cambio de entregar aún más libertad y privacidad a cambio de seguridad? Hace casi 15 años, en este mismo blog, ya recordábamos a Benjamin Franklin:

«They who would give up an essential liberty for temporary security, deserve neither liberty nor security».

En condiciones de saturación del sistema sanitario, cuyo mantenimiento es caro (y el dinero es un recurso finito), ¿está justificado que nos monitoricen a cambio de facilitar el diagnóstico y que se nos priorice debidamente la atención? ¿Y si el sistema penalizase a quienes no se dejen monitorizar? Parece un debate loco, o nuevo al menos, pero no lo es: hace muchos años algunos países como Dinamarca coquetearon con la idea de subir impuestos a los alimentos con grasas porque se considera que generan sobrepeso y, a la larga, más uso del sistema sanitario.

El coronavirus y el avance de la sociedad de control

En efecto, es posible que temporalmente se acepte la implantación de medidas de control muy fuertes. La tecnología está ahí esperando hace mucho tiempo. Publiqué La sociedad de control en 2008 y, en general, es un tema del que no hablo demasiado últimamente porque creo que es una batalla que ya se perdió, incluso si pareciere que no. Forma parte de la derrota el mantener la ilusión de no haber perdido nada.

Hay una posibilidad de que las propuestas liberticidas se intensifiquen, y cuando las imágenes de ataúdes apilados en hospitales de campaña (perdón, espacios públicos medicalizados; disculpen pero siempre suspendí neolengua) abunden en televisión, la opinión pública tendrá la tentación de comprarlas. A partir de ahí es solo esperar a que una medida administrativa de carácter temporal y excepcional sedimente en permanente. Es algo que con frecuencia sucede por su propio peso porque sucede de forma natural por la inercia del propio estado y su maquinaria gigantesca.

En el hilo de la historia no hay camino de retorno; en el mejor de los casos existe coste de oportunidad y oportunidades perdidas. Veremos cómo evoluciona la sociedad en que vivimos, pero no se hagan ilusiones de vivir como han vivido hasta 2019. Ese tiempo es pasado.

Desglobalización

Para varias generaciones de europeos que han crecido en los países más ricos del continente, entre los que se encuentra España, la vida ha transcurrido al margen de grandes catástrofes: ni guerras, ni hambrunas, ni tsunamis, ni terremotos que llenen las calles de muertos. Hemos tenido la suerte de disfrutar el periodo de mayor paz y prosperidad de la historia del continente, y quizá del mundo.

Una de esas cosas que damos por sentadas porque ya estaban ahí cuando muchos llegamos es la internacionalización: la globalización de todo, que tanto ha contribuido a llevar libertad y prosperidad a casi todos los rincones del mundo, también y sobre todo para nosotros.

No obstante, una parte de la población siempre ha recelado de la globalización. Hasta el punto de hacer bandera de esa oposición y autodenominarse partidarios de una antiglobalización.

Pues bien, para bien o para mal, todos nosotros (también este grupo de detractores de la globalización) va a tener la oportunidad de probar cómo sería el mundo si esta globalización se deshace por lo menos un poquito. La crisis sanitaria del famoso coronavirus COVID-19 está conllevando una cascada de cierres de fronteras y restricciones al viaje que conducen a una suerte de desglobalización: un camino más allá de la globalización y en dirección contraria.

Esta desglobalización va a ser, además, fuertemente asimétrica: los movimientos financieros no se van a detener, los movimientos de mercancías encontrarán la forma de restituirse, pues ya saben que si las mercancías no cruzan las fronteras, los soldados lo harán. La vuelta atrás afectará sobre todo a la globalización de las personas. Justo el peor y más asimétrico escenario posible.

No sabemos cuánto tiempo se va a prolongar, pero sí que esta inercia va a apoyarse sobre el populismo nacionalista que campa a sus anchas en Europa y Estados Unidos desde hace unos años, y que a buen seguro está encantado empujando esta desglobalización, siquiera para hacer sus propios experimentos.

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