Últimamente veo cómo muchas personas se rasgan las vestiduras porque su teléfono Android viene cargado con software que no puede ser eliminado o que es de pago más allá del trial. En ese punto a mí no me importa si es Apple o el operador quien decide qué software me impone. El problema es que me alguien, quien sea, me impondrá un software. Al no ser un proyecto soportado por la comunidad, el intermediario (en este caso, los operadores) son los grandes beneficiarios de la licencia permisiva con la que Google libera el sistema. Los que se rasgan las vestiduras deberían ahora entender porqué muchos suspiramos por que MeeGo levante el vuelo: porque si quieres un móvil libre, ambos iOS y Android te suponen, en demasiados aspectos, un dolor de cabeza.
Active Denial System en Afganistán
Mientras estudiaba en la Universidad, siempre me hizo mucha gracia la forma algo socarrona con la que uno de los profesores que tuve nos decía alegremente que «nada le venía mejor a la ciencia que una buena guerra». Justificaba su afirmación con una retahila de tecnologías que habían sido desarrolladas por, para o durante alguna guerra.
No dejo de acordarme de esta afirmación –no de la primera sobre los beneficios, sino la segunda sobre el origen– cada vez que observo algunas de las ocurrentes tecnologías que se van desarrollando y cuyo surgimiento está vinculado, invariablemente, a la investigación militar. (Cosa bastante lógica, pues a ella se destina una gran parte de los fondos para investigación que los Estados gastan cada año.)

[Infografía: US Military / Raytheon]
Lo que me ha llevado a escribir este post en cuestión es ver cómo en el último mes he visto algunas noticias sobre un proyecto sobre el que no había leído en bastante tiempo: el Active Denial System (por aquí lo mencionamos tangencialmente en unos Bocados en febrero de 2007, no volvimos a hablar de ello). Este ADS consiste en un cañón capaz de disparar un haz coherente de milimétricas (radiación electromagnética con longitud de onda del orden de milímetros). Esta radiación, menos energética incluso que las microondas que nos son tan familiares (móvil, cocina) no producen una herida grave al estilo que lo haría un disparo láser convencional (ejemplo clásico de haz coherente de radiación electromagnética), pero generan el calor suficiente para que el objetivo tenga sensación de estarse quemando, al penetrar levemente hasta la epidermis. Es esta sensación de quemazón la que distrae al enemigo, que es el efecto deseado: reducir su capacidad de respuesta. Se trata, por tanto, de un arma con un carácter letal menos marcado que otras: es un arma que juega más a atacar lo que el cerebro siente y, en consecuencia, cómo reacciona al ataque.
Según la nota al respecto de esta pain gun (NdT. cañón de dolor) que aparece en la web de la BBC (via Engadget) el arma está ya en Afganistán, algo que confirmaron desde Wired en su Danger Room al tiempo que recogen la declaración de un militar estadounidense según la cual, a pesar de tener las armas sobre el terreno, ese ejército aún no ha decidido si las usará.
Se use o no este tipo de armas en Afganistán, el avance en este campo es evidente y supongo que es cuestión de tiempo que este tipo de dispositivos acaben operando primero en conflictos armados y, posteriormente, como parte de todo el abanico de tecnologías de control de multitudes: desde las tradicionales furgonas con chorros de agua a las que emiten pitidos y, porqué no muy pronto, molestos chorros de calor, añadiéndose a otras tecnologías como la videovigilancia, que fue originalmente aplicada a la población reclusa.
Estilo de vida
«Lo normal es vestirse con las ropas que compraste especialmente para el trabajo y conducir en mitad de todo el tráfico un coche que todavía estás pagando, para llegar a ese puesto de trabajo que necesitas para pagar las ropas y el coche, así como para poder permitirte vivir en esa casa que dejas vacía durante todo el día.»
– Ellen Goodman, periodista
La vigilancia masiva, la aguja y el pajar
El Washington Post publicó el pasado domingo un extenso documental titulado Top Secret America. Alojan un blog al respecto de este asunto: Top Secret America Blog.
El proyecto de investigación arroja conclusiones interesantes, aunque no sorprendentes para los que seguimos este tipo de problemas desde hace tiempo
«The government has built a national security and intelligence system so big, so complex, and so hard to manage, no one really knows if it’s fulfilling its most important purpose: keeping its citizens safe.»
En palabras de Diario Crítico, que se hace eco del informe:
«Se calcula que a diario la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés) intercepta y almacena unos 1.700 millones de correros electrónicos, llamadas de teléfono y otro tipo de comunicaciones, que son desviadas a unas 70 bases de datos diferentes. Pero el problema fundamental radica en que carecen de los recursos técnicos y humanos para hacer su trabajo porque faltan analistas y traductores»
Las cifras, sencillamente, acojonan.
Decíamos en 2006, al hilo de la prohibición (teóricamente temporal, como todas) de embarcar al avión portando líquidos:
«Si, tal como dicen, buscar un terrorista es como buscar una aguja en un pajar, vigilarnos a todos y acumular información sobre todos nosotros tan sólo aumenta el tamaño del pajar, dificultando de facto la captura real de terroristas.»
Consecuencias negativas de todo esto:
- Reducción de libertades, aumento del control del Estado sobre los ciudadanos.
- Despilfarro de recursos, con empeoramiento efectivo de la seguridad (si no se puede filtrar bien los mensajes, los realmente peligrosos no serán encontrados).
- Reducción de recursos disponibles en caso de emergencia, consecuencia de todo el despilfarro anterior.
De lo fundamental (las libertades) a lo práctico (los medios disponibles para atajar una emergencia), el sistema tiene consecuencias negativas. Fue siempre así desde el principio, no creo que cambie hasta que la inteligencia artificial sea realmente inteligencia y sea realmente artificial.
Ahora piensen en todas las leyes relativas a la retención de datos de telecomunicaciones aprobadas en la UE (y otras leyes colindantes).
La aguja y el pajar: cuando encontrar un mensaje peligroso es difícil, incrementar el tamaño del pajar, la masa de mensajes que hay que escrutar, no parece un paso en la dirección correcta. Pero aparenta seguridad.
Be dócil, my friend
«La educación elemental está dirigida siguiendo un patrón uniforme decidido por el Estado, gracias a profesores a los que el Estado ha entrenado para, tanto como sea posible, imitar la regularidad y similaridad mutua de las máquinas producidas en cadena.»
– Bertrand Russell
Los días de la cerveza
El viernes celebramos el tercero (vienen de tres en tres) de los días de la cerveza, en el que invitamos a los amigos a pasar por la Panadería a dar buena cuenta de la Magnífica Ale que hemos preparado este verano y que, visto el éxito y la avidez con que fue cayendo, nos quedó realmente buena.
A alguien puede sorprenderle que dediquemos casi todo el viernes (sí que teníamos algunas tareas que atender y avanzar durante la mañana) a beber cerveza con los amigos. ¡Qué despropósito! ¡En lugar de trabajar!
Obvian, los que sigan ese hilo, que la celebración es parte no suprimible del trabajo. Que no se trata de «ora et labora» sino de «labora y celebra», y que todo se hace a su debido tiempo: se trabaja y, si procede, se celebra el éxito colectivo obtenido, a la par que la celebración es el modo en que se redistribuye la riqueza conseguida.
El pasado viernes fue, en ese aspecto, un buen día en el que estuvimos celebrando y conversando con los amigos y sospechosos habituales: Carlos y Damián Schwartz, Maye, Rosa Jiménez, Fernando Álvarez, Ícaro Moyano, Luis Pérez, Diego Mariño… y muchos más.
Rosa, que estuvo de pistolera haciendo fotos y grabando vídeos, ha hecho un post y ha colgado un vídeo que grabó allí mismo.
Poder comer un bollicao en el recreo no puede ser tan grave
Se dice, se rumorea por todos los rincones de Internet que el gobierno español planea prohibir el consumo en colegios de todos los alimentos que incumplan la Ley alimentaria (El mundo). Lo que, dicho de otra forma, equivale a prohibir los bollicaos y similares que muchos niños toman a media mañana durante el recreo.
La voz oficial transmite que se pretende combatir el problema creciente de obesidad infantil, que oficialmente nos dice que uno de cada cuatro niños tiene sobrepeso. En el otro lado tenemos a la asociación de fabricantes de este tipo de alimentos, para los cuales la prohibición sería a la vez un error y una medida ineficaz.
Yo crecí hace ya algunos años y recuerdo, perfectamente, que siendo yo pequeño se podían comprar estas chuches incluso dentro del colegio. Más tarde las dejaron de vender dentro, aún cuando yo estaba en edad escolar. En aquellos tiempos las chuches estaban al alcance y la obesidad no era un problema generalizado, como lo sería ahora si hacemos caso a las cifras oficiales.
Entonces alguien en el ministerio de sanidad parece haber decidido que prohibir estos alimentos dentro del colegio es la solución a algún problema. No es que pretenda defender el consumo de este tipo de bollos, pero desde luego prohibirlos me parece excesivo. Es, como siempre, la vía fácil. Como cuando se pretende prohibir el consumo de tabaco en todos los lugares públicos, oiga: que nunca he sido fumador pero a mí la ley que separaba físicamente espacios de fumadores y no fumadores ya me pareció más que suficiente. Cuando se habla de la reforma de la ley del tabaco, como en este caso, creo que la prohibición total es excesiva e injusta. Si algo hay que hacer con la alimentación de los niños, es tarea de los padres y, en ese caso, lo que hay que conseguir es que los padres transmitan a los hijos lo que de bueno tiene una alimentación equilibrada.
Prohibir no es casi nunca la mejor salida y, desde luego, no en esta ocasión. Al prohibir quitamos al niño la capacidad de afirmar su conducta y escoger el alimento sano. O, quizá, estamos impidiendo que el padre aprenda a ser padre, convirtiéndolo en una mera correa de transmisión de las prohibiciones públicas. En el proceso de infligirnos a todos un final feliz, la prohibición de todas las pequeñas cosas nos impide aprender a tomar decisiones: decidir si fumar o no en el restaurante, decidir si hacer un bocadillo o comprar un bollo industrial para el niño.
Y al impedir el desarrollo de toda capacidad crítica el Estado nos infantiliza como sociedad. El mensajes es que no somos un montón de adultos con criterio suficiente para decidir, sino que necesitamos que la señorita Rottenmeyer nos haga el trabajo sucio de decirnos qué no podemos hacer. En este caso, qué no podemos comer. Previously on Sociedad Infantilizada: dónde no se pueden hacer fotografías, dónde no se puede fumar; lo que se dice un no parar de prohibir cosas.
No sé qué piensan ustedes, no es que pretenda defender lo saludable (o no) de estos alimentos; no soy nutricionista. Tan sólo opino, y no parece que me encuentre sólo, que quizá hace falta dar toda la info a los padres, enseñar a valorar porqué es mejor que los niños equilibren y varíen las cosas que se comen, y dejar de pensar en prohibir cosas, que digo yo que habrá herramientas mejores que la prohibición tajante para velar por la salud de los niños. La menos importante de ellas no es, precisamente, enseñarles a valorar apropiadamente entre dos opciones antes de prohibir una de ellas directamente en esta especie de totalitarismo de las buenas maneras en el que se empeñan en hacernos vivir.