De entre las muchas vaguedades argumentales que se han popularizado con ayuda de eso que englobamos bajo el paraguas de posmodernismo, me gusta siempre fijarme en el concepto de microagresión.
Me gusta porque es un concepto imposible y cuya carga moral es absolutamente rápido de desmontar. Muy interesante porque, en efecto, el posmodernismo es pura semántica de combate, y tildar de agresión los pequeños actos cotidianos tiene un claro objetivo: generar carga ideológica contra quienes actúan de una forma en la que el interlocutor que usa este término no quiere que actúen, para arrinconarlos socialmente.
La definición canónica: se suele llamar microagresión a pequeños actos cotidianos e involuntarios -comentarios, preguntas, gestos, …- que hacen que otras personas se sientan ofendidas o discriminadas, incluso cuando la persona que realiza la acción no pretendía en ninguna forma ofender ni discriminar. Usar la expresión humor negro, o no sentarse junto a alguien en un autobús pueden ser considerados microagresiones, según el contexto, siquiera aunque te sientes en otra parte del autobús por la sencilla razón de que hay más espacio (y no porque ninguna persona te cause problema alguno).
Como ya he anunciado arriba, el melón aquí es que el término es completamente falso.
- Si es involuntario no es agresión. Una agresión requiere voluntariedad. Una agresión es lo que sucede cuando decidimos actuar de forma que hacemos daño a otros, voluntariamente. Si el daño (siquiera de ofensa) se causa sin querer podrá ser un accidente, pero desde luego no es una agresión.
- Si el daño es voluntario, es inaceptable llamarlo micro. Y si decidimos voluntariamente actuar de forma que causamos daño o malestar en otros, no hay forma de que esa acción sea calificada de micro. Actuar voluntariamente para hacer daño físico o psicológico a otros no debe nunca ser calificado de micro como para quitarle peso.
Así que ya lo saben, la siguiente vez que alguien les insista con chuminadas posmodernas, interseccionalidad, y microagresiones, sepan que nada de eso tiene sentido. Y si se animan a debatir, ya tienen ideas para desmontarles las sandeces. Si además les interesa profundizar y aprender más sobre cómo estas corrientes de pensamiento están influyendo negativamente en la madurez de nuestra sociedad, lean a Jonathan Haidt, cuyo libro no me canso de recomendar en este blog.