Se dice, se rumorea, que la web se muere. No lo digo yo, claro, lo dicen en Wired. ¿Es eso una garantía de éxito para el argumento? Tomemos un minuto para mirar atrás, con calma, y ver el camino recorrido desde hace más de una década.
En 2008, Wired decía que Twitter, Facebook y Flickr (jur, jur) hacían que los blogs parecieran taaan 2004. En 2010, las agencias de publicidad británicas promocionan su gran apuesta televisiva de la temporada al margen de estos servicios y Watson tiene blog.
Pero, ¿para qué deternernos en 2008 si podemos ir mucho más atrás? En 1997, Wired anunciaba la inminente muerte de la web a manos del Push. Acertaron, evidentemente, por eso trece años después la web se ha convertido junto al correo en la única herramienta de Internet realmente inevitable, la única que todo el que se conecta a la red usa y quiere usar (sobre las demás tendremos necesidades y gustos y diversidad de opiniones). Acertaron, claro, y por eso la web sigue bien viva en 2010 para que ellos puedan… matarla de nuevo.
No. La web no se muere. Resulta paradójico que yo lea sobre la muerte de la web, precisamente, en la web. Resulta clarificador que los que se empeñan en dar por muerto a la criatura fueran los primeros en lanzar una aplicación específica con la que ver sus contenidos en el iPad «como si fuera una revista de verdad». ¿Cómo una revista? Sin enlaces, sin poderlo ver de la forma que más me guste? ¿Qué hay de separar diseño de contenido? ¿Qué fue de los enlaces? Tonterías: como una revista quiere decir, que te lo compras en el kiosko… soooo 1990. Al fin y al cabo, el kioskero está de su parte: no quiere un país de blogueros.
No es que Wired dejara de emocionar hace ya muchos años. Es que en su ensimismamiento cool dicen tonterías que muchos años después vuelven a repetir, como si se tratase de una especie de sortilegio, un intento de profecía que, desean, sea autocumplida. Les encantaría que todos comprásemos su aplicación, con lo que ello implica, y no saben cómo desviar la atención. Pero no sucederá y, ya puestos a comprar una revista de diseño frívola, no creo que escogiera Wired. Para eso me quedo con Monocle: al menos nadie se lleva a engaño con lo que se puede leer dentro.