En la que resolvemos un galimatías

Somos Malasaña publica una entrevista con un homeópata. En un momento dado encontramos la siguiente pregunta con su respuesta correspondiente:

-¿Qué enfermedades se pueden tratar con homeopatía?
La homeopatía trata cualquier enfermedad y en cualquier paciente. En realidad, la homeopatía trata a la persona, no a la enfermedad.

Ni sí, ni no, ni todo lo contrario. Lo curamos todo porque en realidad no curamos nada, sino que hacemos del cliente el objetivo de nuestra estrategia, que pasa por convencerlo de que en realidad estamos tratando la enfermedad. Lamentable, pero al menos queda resuelta la contradicción expuesta en la respuesta del entrevistado.

Conozco al equipo de Somos, me caen mejor que bien, son gente fantástica. No llego a entender cómo se les ha colado esta entrevista, que nadie firma (va firmada, a modo de Editorial, por La Redacción), en su periódico. No os perdáis los comentarios en el mismo periódico, algunos son muy elocuentes.

Victorias posmodernas

Al hilo del anuncio, hace unas semanas, del final oficial de la guerra de Irak, pudimos leer en Coming Anarchy un comentario interesante para entender no sólo esa guerra sino muchos otros problemas de seguridad:

«As the previous seven years of debate on this war has shown us, victory will not be absolute nor obvious, disappointing many Americans still conditioned to expect WWII or Cold War style total victory. Reading the news the last few days, it occured to me, the 21st century will be a century of us deciding what and when victory is.

(…)

The question is when a generally accepted definition of victory will be found and we can leave.»

Está claro que en un mundo donde las guerras no tienen la forma que tuvieron hasta el s. XX, en el que la descomposición desemboca en conflictos armados de diferente naturaleza, pero a menudo bajo formas distribuidas, esperar que un buen día se declare la derrota total de esos grupos dispersos que actúan de forma distribuida es, como mínimo, una demostración de gran candidez.

No. Y la pregunta real no es cuándo el enemigo desaparecerá del todo, a los partidarios de la política del miedo les encantará que esperemos esa derrota total, porque no habrá de llegar pero legitimará sus guerras eternas.

La pregunta real es cuándo hemos mitigado el riesgo hasta tal punto que hay que comenzar a dedicar nuestro esfuerzo y nuestro dinero a otro problema. Y riesgo es lo que se obtiene de ponderar la gravedad de un incidente con la posibilidad real de que ese incidente tenga lugar. Mitigar el riesgo lo suficiente no incluye ya exterminar la fuente del riesgo, eso es imposible.

Y el problema de dedicar los fondos disponibles a la tarea imposible equivocada es que el dinero es escaso y no tenemos todo el que nos gustaría para emplear en todos los problemas que nos gustaría solventar. Gastarlo en una cosa equivale a no tenerlo disponible para otra.

Por eso es tan importante encontrar y asimilar la nueva definición para la resolución de un conflicto de seguridad, del tipo que sea; también para el final de una guerra como la que en la última década ha tenido lugar contra los grupos dispersos de alQaeda. No es que las guerras ahora tengan final autoproclamado, es que no volverá a firmarse un acuerdo como el de Utrecht, de esos que marcaban un punto final a las guerras. Esos tiempos pasaron. Viviremos en un mundo fragmentado, en el que cabrán muchos mundos. Un mundo en el que los conflictos armados no se resuelven cuando dos ejércitos enormes se enfrentan, ése es sólo el comienzo.

La transformación es tan grande que no basta con aprender a
combatir un nuevo tipo de enemigo con unas herramientas nuevas (el nuevo grupo unificado de inteligencia europeo tendrá mucho menos agentes estilo Bond que analistas de fuente pública, afirmando lo que hace años que sabemos: que la clave es pública). Además hay que aprender a comprender las nuevas formas de la victoria, que ésta no durará para siempre, que no incluye la exterminación del enemigo, sino la disminución de los riesgos por debajo de un cierto nivel umbral. Sólo así podremos aprender a usar nuestros recursos de forma óptima, de forma que no sean un dispendio, de forma que no les demos coartada a los estados para imponer políticas de control social en nombre de una guerra irrelevante, inventada… y perpetua.

Los baños del Carmen

Los baños del Carmen

«Yo me senté, me quité los zapatos y hundí los pies en la fría arena. A lo lejos sonaron las campanas de la iglesia. Miré a mi alrededor. La arena, el mar, el horizonte. No había indeseables a la vista. Estaban en la iglesia, perdiéndose todos los milagros».

Alfredo de Hoces, Fuckowski, memorias de un ingeniero.

El balneario hoy estuvo muy tranquilo. Ese sitio es diferente, pero en un día tranquilo es verdaderamente cautivador, maravilloso.

Reconocimiento al Devolucionismo

Ayer estuvimos en Málaga, donde se celebraban tanto la Libre Software World Conference, de la que hablamos brevemente hace unos días. Aprovechando el evento, tuvo lugar la entrega de los premios de la Iniciativa Focus al conocimiento libre, donde se rindió un sentido homenaje a Carlos Atarés.

Recogiendo el premio Focus
[Foto: Jose Alcántara (yo, para entendernos) recogiendo el premio Focus al conocimiento libre, foto por Juantomás García.]

Obviamente, en otra escala más modesta, Focus premió a algunos de los personajes que hace años se esfuerzan a favor del software libre y el conocimiento libre. Uno de estos premios reconoció la labor a favor del Devolucionismo y del dominio público. El premio fue entregado a Las Indias, y lo recogí yo mismo como socio de Las Indias y autor de dos libros publicados y devueltos al dominio público.

El devolucionismo es un movimiento que desde hace varios años reclama la reducción drástica de la duración de patentes, restricción de copia de todo tipo de obras excusándose en la propiedad intelectual y, sobre todo, a favor de la creación de un verdadero procomún: a favor del Dominio público.

Los premios no son lo importante. Si hay algo de valor en ellos es que sirvan para amplificar el eco de una iniciativa tan importante y por la que venimos trabajando hace mucho tiempo, desde que devolvimos nuestros blogs a dominio público a la más reciente colección de libros de la Biblioteca de las Indias, pasando por iniciativas pasadas como la colección Planta 29, que fue la primera colección de libros de publicación inédita editados directamente bajo dominio público.

Espero que poco a poco logremos hacernos entender y consigamos que la apuesta por la publicación directa bajo dominio público de todo tipo de obras se extienda y sea una realidad tanto por cantidad de las obras devueltas el mismo día de su publicación como por la reducción (a un periodo moderado, mucho menor que los excesos actuales) de los periodos de explotación exclusiva de las obras que no sean inicialmente devueltas.

Adicionalmente tuve la ocasión de ver a algunos viejos amigos, que siempre es una buena noticia, charlar un buen rato con J.J. Merelo, Ramón Ramón y Lourdes Muñoz, y hasta tuve tiempo para desvirtualizar (sí, a estas alturas hay muchas personas a las que sigo desvirtualizando) a personas como Alfredo Romeo, a las que leo hace años.

En fin, que pasamos un muy buen rato con un muy buen motivo. Y ahora, a seguir devolviendo cosas al dominio público, claro :)

Lo llamaban neutralidad, pero se muere

Lo llamaban neutralidad, pero se muere. Facebook, además de Facebook 0, subvenciona ahora las llamadas VoIP entre usuarios de Facebook. Telefónica, esteeeee, encantada de que Facebook se haga cargo de estas llamadas y de ser el proveedor, a través de Jajah (a la que compraron en 2009). Nosotros hablando de tarifas de Internet móvil y, ahí afuera, cociéndose cosas como éstas.

Educación, disciplina y la dura realidad

Mucho se ha hablado estos días sobre educación, el sistema educativo, su verdadera utilidad y lo bien o mal empleados que están los fondos que se dedican a ello.

Una pizarra

El sistema educativo en el que hemos estudiado la mayoría nace de finales del s. XVIII, comienzos del s. XIX. En plena revolución científica y, sobre todo, universalistatodos los niños debían estudiar lo mismo, para que todos supieran lo mismo– que pretendía otorgar al adulto que finalizara la educación una visión del mundo universal, uniformizada y compartida por todos. (Sí, adultos: ya sé que estudiaban menos años, pero también era adultos antes; conozco adolescentes irrepresibles con una edad que haría enmudecer a los adultos de quince años de hace dos siglos.)

En pleno nacimiento y auge de los nacionalismos europeos, al menos los que posteriormente se convirtieron en nacionalismos canónicos del continente, la educación pública no era tan sólo el modo de conseguir mano de obra capaz de manejar la creciente maquinaria requerida en las fábricas, sino la vía idónea para transmitir e imponer la consciencia de pertenencia a un grupo social difícilmente imaginable de no ser de esta forma: la nación. El objetivo no era emancipar a los obreros, ni formar clases dirigentes, autónomas, libres y dotadas de resolución: era formar súbditos capaces no ya de arar el campo, sino de trabajar el acero si hacía falta. Súbditos, además, capaces de morir por desconocidos, personas de las que nada sabe y con las que tan sólo comparte un malentendido y una imaginada pertenencia a una comunidad que en realidad no pasa de mero constructo intangible.

De ahí a aquí. A un ahora en el que por eso, y no por otra cosa, todos los niños estudian obligatoriamente lo mismo, lo mismo, hasta los 16 años. Hasta los 18 si deciden ir hasta el final del bachiller. Párense un momento ante lo irracional de tener a cientos de miles de niños estudiando exactamente lo mismo, alcanzando la edad adulta sin aprender a tomar decisiones (y, por tanto, sin aprender a equivocarse ni a levantarse tras los errores) cada año hasta los 18, sin importar que les gusten locamente la física, o los idiomas, o la pintura. Hay dos formas de ser injusto: tratar de forma diferente cosas que son iguales es la más obvia; la más sutil tiene otra forma y consiste en tratar igual cosas que son diferentes. Los niños son, a menudo, muy diferentes unos de otros: tienen diferentes inquietudes, intereses y pasiones que acabarán definiendo lo que harán cuando crezcan.

Pero tranquilos, que la cosa no para ahí: si deciden especializarse en la Universidad, estudiarán exactamente lo mismo que los otros 300 alumnos de su promoción: ríanse de la libre configuración cuando todos acaban cursando la totalidad de optativas del plan propio para rellenar el currículum. Cientos de titulados superiores salen del cascarón cada año con un trasfondo idéntico y sin experiencia alguna: sin la experiencia siquiera de cribar las asignaturas que se van a estudiar, muy limitada cuando no hay demasiadas optativas de más y acaban estudiándose la gran mayoría de todas las que ofertan.

En estas, como iba diciendo, estos días me iba encontrando referencias sobre educación, sistemas educativos y estas salsas. Encuentro desde los que se hacen la pregunta fundamental: ¿hay que cambiar los paradigmas educativos? hasta los que, como Juan Urrutia, recuerdan que tan sólo somos un ladrillo en el muro y que we dont need no thought control, no dark sarcasm in the classroom. A su vez, Bianka hila alrededor de estos temas y le nace es un post sobre disciplina y Goiri repasa en su blog los datos del sistema educativo español de modo exhaustivo y alcanza una inquietante conclusión: los medios destindos son suficientes para obtener todo lo que se pretenda, si el sistema educativo hace aguas es, quizá, porque ése era el objetivo inicial.

Unimos todo eso a la incapacidad del sistema educativo, tan castrado y limitado, tan ceñido a una anacrónica visión universal del mundo, de inculcar diligencia, seguridad ni curiosidad a las personas que, atravesándolo penosamente, gastan las dos primeras décadas de sus vidas.

No dejo de ver los, cada vez mayores, movimientos pro-colegios profesionales (tanto entre ingenieros informáticos como entre ingenieros químicos) y la exigencia de atribuciones legales como el reflejo de un miedo, a menudo bien fundado, por parte de los titulados: el miedo a no ser capaces de desempeñar la tarea para la que, se supone, se han preparado durante años. El miedo a que un hacker intruso (y agárrense a la semántica de combate que les indica, con el adjetivo, lo que deben pensar: intruso) que decidió aprender por su cuenta porque era feliz con ello, haya adquirido mejores o más útiles habilidades. El miedo a que el mercado laboral reconozca la incapacidad propia y el mérito ajeno y empiece a preguntar qué has hecho, en lugar de qué has estudiado. El miedo que nace de saberse exactamente igual de preparado –por tanto, reemplazable– a otros miles de personas, la consciencia de que el sistema es incapaz de aportar aquello que el alumno deberá aprender en otra parte cuando ya se han gastado dos décadas en el lugar equivocado, en un lugar donde eso no se aprende.

Miedos que nacen, en el entorno que conozco mejor, del reconocimiento implícito de una nueva consciencia emergida: la de que la Universidad española es incapaz de inculcar un mínimo de iniciativa, curiosidad o inventiva. En nadie (y el que sale con alguna, o todas, de estas cualidades a buen seguro ya las llevaba puestas). Miedo que se torna pavor ante la realidad de que la mítica de progreso social que nuestros padres atribuían a los estudios universitarios se viene abajo de forma irremediable.

Sí, ya va siendo hora de cambiar los paradigmas educativos.

[Y algún día hablaremos de cómo ser funcionario, a menudo profesor de secundaria, es la salida fácil para la gran mayoría de aquellos que, incapaces de enfrentarse a una sóla decisión e incapaces de soportar la más mínima frustración –ya que el sistema no les ha enseñado a resistir el más mínimo contratiempo–, hacen acopio de carácter y deciden estudiar disciplinadamente varios años más (y encima quejarse de ello). Una ocupación a la que mirar de frente, para tener una placita que les haga sentir seguros, en la insana creencia de que la inacción puede detener el derrumbe.]

Por tus dioses te conocerán (I)

«Y qué decir de Zeus, digno patrón de la camada heroica, raptor compulsivo, adicto al sexo duro, pederasta impune. Con semejante dios, ¿qué puede esperarse de la feligresía?»

Jon Juaristi, El bosque originario.

Hay más dioses que dan lugar a feligresías con costumbres escandalosas, por cierto.

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