La italiana Eni será la primera compañía en extraer petróleo de las arenas bituminosas congoleñas, donde planea abrir una planta en 2011 para extraer petróleo con menor coste del que actualmente le conlleva la planta canadiense de Alberta. Así mismo, Eni ha anunciado un millonario proyecto de asociación con Pdvsa para extraer petróleo de Venezuela, donde hace unos días encontró una enorme bolsa de gas en una exploración conjunta con Repsol.
Revisando tópicos
Habría tópicos de otros muchos sitios que ir revisando: la UE, así en general, no está muy allá. Pero está claro que esta estatua se presta al chiste. Por cierto, luego las fotos de estos escáneres se acaban filtrando a todas partes…
[Gracias, Luis]
No podemos, ni queremos, vivir sin historias
Existe la creencia, alimentada deliberadamente, de que los mitos son nocivos. Defienden quienes así argumentan que los mitos son fuente de problemas, derivas sectarias, origen de división entre personas. Cabe preguntarse si eso es cierto, para lo que habría que recurrir a dos criterios básicos respecto del mito: examinar, en primer lugar, quién define y a quién concierne el mito y, en segundo lugar, qué se persigue cuando se erige dicho mito. ¿Se trata de un mito impuesto o generado y escogido deliberadamente por un grupo de personas? ¿Se trata de un mito integrador?
Pero aún hay una pregunta más importante que nos podemos hacer entorno a los mitos: ¿es posible, realmente, vivir en un mundo sin mitos? Si la respuesta fuera sí quizá no habría mayores problemas pero, si la respuesta fuera no, ¿qué consecuencias tendría renunciar a los propios mitos?
Enseguida volveremos sobre todas estas cuestiones pero, primeramente, vale la pena detenerse un momento a evaluar qué es realmente un mito.
Un mito es una historia que, en toda su extensión, enmarca y delimita una visión del mundo. Esta visión tendrá la suficiente amplitud o el mito no será más que un mero estorbo, pero en tanto que expresión de un conjunto de valores, tendrá límites, fronteras ideológicas. Estas fronteras son las que dan forma al mito y determinarán no ya su utilidad práctica sino su naturaleza. Y de lo gomoso, moldeable y personalizable de estas fronteras dependerá, al final, una de las cualidades más importantes de un mito, a menudo ignorada: su capacidad para ser reinterpretado y adaptado. Como leemos en la Bitácora del Arte:
«Un «mito» es un relato que delimita un conjunto de valores permitiendo su reapropiación y reinterpretación personal. Los mitos trazan por tanto fronteras ideológicas permitiendo una mayor diversidad que los programas, las tesis o los dogmas; son por consiguiente el sustrato de la resiliencia de una comunidad, ya que abren un «continuo» interpretativo que facilita la evolución y la reinvención sin rupturas ni escisiones.»
A todo esto llegamos al leer El bosque originario, de Jon Juaristi, un exhaustivo análisis de los diferentes mitos genealógicos de origen europeos. Y es que de la fundación de Atenas a los más racistas mitos de origen europeos del s. XX, los relatos que se contaron y se cuentan tienen innumerables hilos, motivos y aspectos comunes. Y eso incluye la existencia de trucos y falsedades comunes. A estos mitos genealógicos de origen ya hemos dedicado unas notas.
Al principio de este post hemos planteado varias interrogantes, vamos a comenzar respondiendo a la última de esas incógnitas: ¿es posible vivir en un mundo sin mitos?
Hay quien dice, como hemos mencionado arriba, que sí se puede. Seguro que incluso algún lector lo está pensando ahora mismo. A todos ellos los remito al caso práctico y a las conclusiones del post previo:
«Parece que uno cree vivir en un mundo sin mitos y, cuando menos se lo espera, acaba creyendo en sinsentidos como que la nación castellana existía en el imaginario popular del s. XI.»
No: no se puede vivir sin historias, y ya hemos visto que «la mitología no es sino el arte de contar historias, provechosas historias que uno cuenta sobre si mismo» para estructurar su mundo. No, las historias enseñan cosas y ni podemos ni queremos vivir sin ellas.
Lo que pone de manifiesto el ejemplo anterior es que renunciar a tener historias propias nos convierte en una tabula rasa, sin más que decirse ni repetirse a si mismo que aquello que el grabador cincele sobre ella.
Aunque sobre ella se cincelen cosas tan estúpidas como la necesidad de preservar mediante norma estricta una lengua, que sólo así seguiría siendo pura, hablada por más de cuatrocientos millones de personas. O cualquier otra cosa que sea adoptada por la mitología nacionalista.
No, no se puede vivir sin historias ni sin mitos. Pero renunciar a construir tus propios mitos, que construidos por y para personas reales serían mucho más humanos e incluyentes que cualquiera que los Estados hayan creado nunca, deja la cancha libre a los mitos impuestos, con ánimo segregador cuando no abiertamente racista, desde el Estado. El mayor de estos mitos es, sin duda alguna, ese malentendido sobre el pasado que supone la existencia, más allá de la pura imaginación, de algo que una a las personas por el mero hecho de nacer dentro de un determinado círculo de tiza administrado por el mismo órgano de poder. No, no hay tal cosa. Del mismo modo que no hay nada que una a las mujeres por el mero hecho de ser mujer.
No abdicar de la capacidad de crear historias no conlleva, contrariamente a lo extendido deliberadamente por aquellos que desean para el Estado el monopolio de creación de artefactos ideológicos, ni espiritualidad ni estrecheces. Antes al contrario, un mito para ser operativo debe ser diverso, maleable y, ¿por qué no?, contradictorio: de la enredadera al lobo y la osa al juego de responder las mismas preguntas desde caras diferentes de un mismo prisma, los mitos –las historias que nos contamos a nosotros mismos cada noche, diciéndole al futuro cómo tiene que ser— aportan cohesión, contexto y tronco a una identidad, por eso no podemos vivir sin ellos, por eso no queremos. Porque ante la imposibilidad de vivir sin historias, el renunciar a las propias equivale a aceptar, siquiera de forma inconsciente –de hecho, peor aún: aceptar de forma inconsciente–, historias ajenas que en nada nos atañen.
Termina Juaristi su libro de forma tan gloriosa como ambigua, si atendemos a su incapacidad –muy similar a la que en su día me encontré en Timothy Garton Ash— de dejar atrás una cierta visión del mundo como conjunto de naciones:
«Los mitos genealógicos de Europa se nos muestran así como el despliegue diacrónico de un único mito que –a través de temas como la guerra de razas, la religión natural, el monoteísmo precristiano, la singularidad de la elección divina– instituye un culto de la identidad y del destino nacional y el correlativo rechazo de la diferencia.
Ese mito ha hablado a través de nosotros durante muchos siglos. Nos ha hablado. Cada uno de nosotros, creyendo decir, ha sido dicho, proferido por ese Sujeto en la sombra que nos trasciende y nos traspasa: la Raza, la Identidad. Acaso no podamos vernos nunca libres de las devastaciones de lo Mismo, porque ese Mito que nos habla es la Lengua y es la Nación y es la propia Europa y quizá el Individuo no sea sino una de sus máscaras, pero siempre podremos optar, como apunta Ginzburg, entre someternos pasivamente a sus dictados o tratar de dar de él /una interpretación crítica lo más amplia y abarcadora posible/. Hasta ahora, hemos intentado en vano cambiar el mundo. Tratemos de interpretarlo.»
Tratemos de interpretarlo. O, asumiendo la realidad de nuestro tiempo, tratemos de reinterpretarlo. Sin obviar que la reinterpretación en sí es una reapropiación, una recreación del mito. Seamos, pues, creadores de mitos. ¿Qué hay, después de todo, más maravilloso que una buena historia que nos toque de cerca?
Bocados de Actualidad (120º)
La sección fija (que fuera semanal antes de pasar a tener una periodicidad imprevisible) menos fija de la blogosfera está de vuelta. La centésima vigésima ronda de Bocados contiene enlaces interesantes que no tuvimos tiempo (o ganas) de comentar antes por el blog. Nos acompañan Sonic Youth y pese al fresco, no es un mal domingo. En todo caso, les dejo ya con los enlaces; no se los pierdan.
- ¿Los cambios que conlleva la globalización los dirigen los Estados y sus leyes o la presión social? Jose Ignacio Goirigolzarri argumenta a favor de lo segundo.
- Si son cambios sociales no dirigidos por las naciones, ¿qué sentido tiene hablar de internacionalización? ¿No sería un término obsoleto? Lo comentó Bianka Hajdu.
- ¿La neutralidad es parte ya del juego político?, Error 500.
- Bruce Schneier acerca de cada cuánto hace falta cambiar una contraseña.
- Iván Vilata y COICA, la nueva ley de ciberdefensa estadounidense ya tiene nombre.
- ¿Quién vigila al vigilante? acerca de los postgrados de negocios.
- JA Millán se pregunta (y responde acertadamente) si editar para el aparato o para la página digital.
- RinzeWind y unas declaraciones interesantes (de Sergey Brin y Larry Page) sobre la molesta publicidad en buscadores. Qué vueltas da la vida…
- Fernando Tricas habla sobre la burbuja universitaria estadounidense.
- Wired y la historia de una espectacular fotografía del sol.
- Una UE fuertemente dirigida por alemanes, franceses y británicos aprueba leyes que dinamitan y hunden el potencial del sector cooperativo, muy fuerte en los países mediterráneos. Lo comentó David de Ugarte.
- Que la HBO anunciase una serie basada en juego de tronos fue desde el principio una gran noticia, ahora que vemos fotos de la misma no podemos sino comenzar a salivar. ZonaFandom les dedicó un post.
Y esto es todo por hoy. Mañana más, sobre los temas de siempre.
Problema con escáner Epson en Ubuntu Maverick
Hay un bug que hace que los escáneres de la serie Perfection de Epson dejen de funcionar al actualizar a Ubuntu Maverick. Lo habitual es que el escáner esté funcionando normalmente, pero que al actualizar a Ubuntu 10.10, pese a que el escaner aún será reconocido por Sane, lo más probable es que dé «Fallo al escanear».
¿Cómo se soluciona? El bug está en el driver de la serie Perfection que hay en la librería sane-epson2, así que lo que haremos será:
- Editar el archivo
/etc/sane.d/dll.conf
. Típicamente ejecutando$ sudo gedit /etc/sane.d/dll.conf
desde una consola. - Hay dos líneas con la siguiente pinta:
#epson
epson2Lo cual significa que la librería epson2 está en uso y la epson está desactivada.
- Activamos la librería epson quitando la almohadilla y desactivamos la epson2 poniéndole una almohadilla. Debe quedar así:
epson
#epson2 - Reiniciamos el programa que usemos habitualmente para escanear, y listos.
El retorno de un clásico, el de los COMOs de baja tecnología.
Los pueblos elegidos y sus lenguas puras
Este post es una continuación al de los mitos genealógicos europeos, aunque no constituye la respuesta que, ahora sí puedo asegurar, verá la luz en el tercero y último post de esta serie.
Además de proveer de todo el sustrato racial necesario para el nacimiento de todo tipo de terribles movimientos, los mitos genealógicos de origen de los pueblos europeos tienen una vertiente de apariencia menos diabólica, pero igualmente dañina. Esta vertiente sutil pero indisimuladamente discriminatoria se ampara en la lengua, que puede ser pura, original, primitiva, y estar bien o mal hablada.
Aunque todos hemos oido hablar frecuentemente del mito de «raza aria», este mito tenía aparejado otro menos conocido actualmente pero aún latente: el de la lengua aria. Uno de los mitos frecuentes de origen europeos afirma que la lengua del $pueblo
elegido es la lengua primitiva, la que dios insufló originalmente al ser humano.
Fueron varios pueblos los que se arrogaron para sí el ser hablantes (poseedores, de hecho) de esta lengua aria. Así, francos, flamencos, germanos y vascos de los siglos XVIII y XIX con aspiraciones arias creyeran ser, respectivamente, los elegidos por dios para depositar sobre ellos la lengua original, que sólo ellos habrían mantenido pura desde los tiempos de Adán (sí, ese Adán). La situación es tan hilarante que los francos llegaron a decir que el latín era un derivado de la lengua primitiva original, la lengua aria pura y original, que –huelga decir– era, según ellos, el francés.
Vemos, por tanto, cómo en torno a la lengua se estructura una configuración que recuerda ávidamente los mitos genealógicos anteriores: autoctonía lingüística (todos dicen poseer la lengua pura, primitiva, original) y origen divino (esta lengua primitiva habría sido insuflada directamente por dios a cada uno de estos pueblos). Si bien estos discursos persiguen legitimar un nuevo tipo de poder y omiten las genealogías hacia Noé: evitando el origen genealógico se destruía el carácter divino de los monarcas absolutos, pero al otorgar la defensa de la autoctonía a la lengua se aseguraban que el poder quedara para la clase dominante, capaz de pasar años estudiando hasta poseer un gran dominio en las lenguas cultas, con registros alejados del habla oral. Había nacido la ilustración, y ésta requería nuevos mitos que amparasen el poder de la nueva clase dominante.
Ciertamente esto no es algo que no supiéramos antes de leer El bosque originario. Siempre supimos que las lenguas no son neutrales y que, ante la pérdida de popularidad —aún muy importante en Europa— de los mitos puramente raciales, a los connacionales comienza a exigírseles un cierto dominio de la lengua. Por eso nunca pude evitar cabrearme siempre que alguien se empeña en demostrar que acá o allá «se habla fatal» porque, además, «nadie respeta la gramática ni la ortografía».
Olvidan que hubo una época en que el español era muchísimo más parecido al portugués que a lo que es ahora el español, y que se realizó una deliberada reforma latinista que, como advierte Diego Catalán,
«[esta vuelta al latín] no quiere decir que la nueva imagen de la «nación» española sea fruto del Humanismo. Bien al contrario, sus orígenes se encuentran, precisamente, en un grupo de escritores castellanos cuya formación cultural y cuyo sistema de valores les hacía impenetrables a las nuevas concepciones que estaban cuajando en Italia como resultado de la aparición de las doctrinas humanísticas.»
Vuelta al latín en la búsqueda de una autoctonía y legitimación romana al imperio que las monarquías castellanas querían imponer primero en la península y luego en américa.
Olvidan quienes así hablan que la primera gramática de la lengua castellana (castellana, ya hemos hablado de la inexistencia de España) fue escrita en 1492 especialmente para el nuevo mundo: cuando no se puede confiar en la oralidad para el adoctrinamiento hacen falta herramientas reguladas con las que transmitir la propia visión del mundo y en el caso de una lengua externa que sea impuesta aniquilar la cultura nativa. Idéntica necesidad fue sentida por el incipiente imperio luso apenas unos años después, en 1536.
Olvidan también que, a menudo, contar las faltas de ortografía de un texto sirve tan sólo para diferenciar a los que pudieron estudiar durante veinte años de aquellos que no pudieron; y pronto ni siquiera para eso.
Casi al mismo tiempo, y por una oportuna mediación de la nueva clase dominante ilustrada, surge en escocia (y se extiende rápidamente) lo que Bénichou denominó la «aparición de un nuevo poder espiritual laico: la «consagración del escritor» frente al sacerdote». No sorprende, pues, que fuera justo en este ambiente ilustrado en el que surgiera esa deformación de las leyes de restricción de copia para adaptarlas: de defender a la monarquía a defender al autor… genio sobre la que falsamente siguen apoyando todo tipo de leyes infames. Como ya hemos dicho, emergía una nueva clase dominante y reclamaba poder.
Entenderán, tras todo esto, que las recomendaciones de la RAE me resbalen con calmada indiferencia. Ese órgano encargado de mantener pura la lengua de un pueblo supuestamente elegido, aunque nadie sepa ni por quién ni para qué. Descubres lo interiorizado de todas estas cosas cuando, al hilo de la más reciente reforma aprobada por esa institución, hace un par de semanas oyes argumentar que «el inglés se está perdiendo porque no está regulado». El inglés está a punto de extinguirse, pensé. Apuntito. Casi, casi. Probablemente se extinga antes que el klingon que, como todos sabemos, tiene una base de auténticos devotos agrupados en su academia.
El español, supongo, también rozaría la extinción en ausencia de este piadoso grupeto. Es así con todo lo que sea adoptado por la causa nacional: del lince ibérico a la economía nacional pasando, cómo no, por la lengua, que necesita ser mantenida pura y libre de influencia de todos esos millones de personas que se empeñan en hablar, moldear y acomodar a su uso un idioma que viven de forma natural sin contar, ingratos, con esa pequeña cuota de hablantes que exige para si tantos derechos que se empeñan en llamarlo por el nombre de su pequeño país: castellano.
Empleo magrebí, ¿males europeos?
Todo parece indicar que pese a los impulsos regionales por parte de los diferentes estados, los jóvenes magrebíes buscan empleo de forma bastante temprana y, los que consiguen finalizar sus estudios, son incapaces de encontrar un empleo acorde a su formación. Es posible que los datos que apuntan a una mayor búsqueda de empleo entre jóvenes de 15 y 24 años, en claro contraste con planteamientos basados en finalizar los estudios superiores a toda costa aunque ello conlleve hundimiento a medio plazo y en todos los ámbitos, nazcan de un planteamiento diferente al de la sobreformación sin sentido que podemos encontrar en algunos de los países con más paro de la UE. Compartirían, sin embargo, los jóvenes magrebíes una cierta arrogancia con sus vecinos europeos, y quizá es por eso que pese a ser el mayor socio comercial de África desde 2009, China les resulte aún poco atrayente como destino de estudios, y es que se quejan de que los cursos se dan en mandarín y no en inglés. Puestos a escoger imperio, quién diría que se iban a poner tan escrupulosos.