«Es más fácil engañar a alguien que convencerle de que le han engañado.»
Mark Twain hizo un corolario a la ley de refutación de los bulos antes de que la misma fuera expresada.
«Es más fácil engañar a alguien que convencerle de que le han engañado.»
Mark Twain hizo un corolario a la ley de refutación de los bulos antes de que la misma fuera expresada.
Ninguna clase de libertad suele perderse bruscamente.
David Hume, filósofo, historiador, y economista. 1711-1776.
Esta cita la encontré en Hacienda somos todos, cariño, un librito que acabo de terminar y que me ha gustado porque más que un tratado de economía es un pequeño ensayo de filosofía.
Los autores la traen al frente al hilo de las paulatinas pero inagotables subidas de impuestos del último siglo, en las que hemos pasado en el primer mundo de tener un estado muy pequeño (quizá subóptimo por lo pequeño) a otro demasiado grande (sin duda alguna subóptimo por lo grande), que recauda tantos impuestos que, en el caso de España, puede dedicar miles de millones de euros en paparruchas, redes clientelares, y hasta ministerios (y ministros) enteros con más que cuestionable utilidad más allá de repartir prebendas entre sus allegados, favoreciendo a minorías organizadas (¿no es esta una de las acepciones de mafia?) frente al bien general.
Sin embargo, en este momento en el que ya vamos para tres años de tener un gobierno populista de coalición socialista/comunista, cuando ya comienzan a hacerse evidentes el ataque al resto de instituciones del estado (aún menos separación de poderes de la habitual mediante el control aumentado sobre la justicia, vulneración constitucional al establecer 6 meses de Estado de Alarma sin control parlamentario, ataques constantes a la libertad de prensa) y con ello a la libertad de todos, conviene recordar que al infierno se desciende por peldaños.
Tenía pendiente sacar unos minutos para hablar del tema de la semana en Internet: el retorno del eterno debate sobre la libertad de expresión, esta vez al hilo del bloqueo coordinado a diferentes cuentas de Donald Trump, e incluso a plataformas donde sus seguidores estaban supuestamente organizando nuevas acciones tras el notorio ataque contra el Capitolio en Washington DC la semana pasada.
Este debate trae ecos de 2005. Definir técnicamente censura, o qué arquitectura informacional debemos construir para evitar la aparición de nodos centralizadores en la Red que puedan distorsionarla a su favor.
Escribí dos libros sobre todo este debate en los primeros años en que la recentralización se hacía patente mediante la aparición de grandes servicios en los que infraestructura masiva era utilizada como ventaja competitiva. En concreto, en La neutralidad de la Red hablaba no solo de la neutralidad sino de cómo estos servicios deformarían Internet a su favor, entre otras cosas para fijar agenda.
Vivimos en 2021. Por más intensos que sean mis recuerdos (ésos que mi hijo jamás entenderá) ha pasado mucho más tiempo desde el día en que entré en Twitter por primera vez que el que había pasado desde la primera vez que conecté a Internet hasta ese día. Os dejo un croquis a continuación, hecho en Paint a mano alzada, así que no pidan virguerías de diseño.
Por lo demás, aparte de en el recuerdo de quienes allí estuvimos la Internet que conocimos existe solo en los márgenes. No será nunca masiva, como leer libros no era masivo allí donde había televisión.
La lista de servicios que han cerrado cuentas a Trump estos días es larga, dejo un fotograma abajo que me llegó por incontables vías estos días. Va más allá: Amazon ha cancelado el contrato de servicio con redes donde presuntamente sus seguidores seguían en contacto, como Parler.
Siendo tan importante el debate de la libertad de expresión, no puedo dejar de recomendar las entradas de Antonio en Error 500 y Alberto Gómez Aparicio en su blog. Ambos muy centrados en el aspecto más técnico de si hay o no censura, o si un grupo de empresas puede arrogarse tal poder de forma no regulada. También habla de ello Gonzalo, con quien comparto un punto de vista esencial: en la Internet actual, intentar reprimir mensajes es harto complicado. Ni siquiera una acción coordinada de todo el poder de Sillicon Valley para provocar un apagón a Trump y sus seguidores va a lograr el objetivo de silenciarlos. Si insisten, aparecería una legión de cuentas enfurecidas, como sucede en España, tras las que partidos políticos difunden su mensaje sin dar la cara con nombre y apellidos; en ese sentido, prefiero que lo hagan con su cara, su nombre, y un tick azul.
Sin embargo, y como digo arriba, sobre libertades en Internet tal y como era en 2006 ya hablé mucho, en este blog y en un par de libros. Ese debate quedó muy zanjado cuando la forma de comunicarnos se mudó a la nube, que no deja de ser el ordenador de otro. De un tiempo a esta parte, sujetos como estamos a una pulsión populista de la que Trump o Podemos son manifestaciones evidentes, me interesa mucho más entender el tribalismo, qué pasa por la cabeza de quienes defienden o festejan estas actitudes. En este caso, ¿por qué una parte de la población española celebró como un éxito propio el cierre de cuentas de Trump?
Si vamos a la raíz, vetar a Trump masivamente no deja de ser una escenificación más de la cultura de la anulación hegemónica actualmente, con los elementos más comunes a la misma: búsqueda de espacios seguros y señalamiento de virtud.
Ante tal comportamiento virtuoso, no cabía sino la inusitada algarabía, celebrando ese pasito adelante en la creación de un espacio seguro, a salvo de malas ideas de esas que nos ofenden y dañan de forma subjetiva. Como si no hubiera más seguridad ante las ideas que no compartimos que la de impedir que se pronuncien en voz alta. Una suerte de desolador canto del cisne de occidente a través de una generación ya adulta condenada al fracaso por su extrema fragilidad y su extremo infantilismo. Una generación incapaz de enfrentar un discurso negativo o peligroso o tramposo, para filtrarlo y descartarlo sin mayor drama. Momento de volver a recordar lo absurdamente bueno que es Jonathan Haidt analizando estos temas.
Hay algo más, por supuesto. ¿Por qué estos servicios dan la espalda a Trump pero no a otros políticos con discursos igualmente grotescos o violentos? Es por dinámica de grupos. Los grupos que se identifican con la moral hegemónica ahora mismo, la de la nueva izquierda posmodernista, tienden a participar principalmente en lo que denominan espacios seguros, espacios donde se está a salvo de ofensas y daño subjetivo porque primero se ha purgado a las opiniones disidentes para que no participen en él. Es una obsesión en la última década que primero llegó a los campus universitarios pero también tienen su lugar en el software libre. Recordad el escarnio a Torvalds, Stallman, o Brendan Eich. La creación de espacios seguros es central a la nueva izquierda posmoderna, y es central a la cultura de la anulación.
Estos grupos, si detectan que opinar les va a generar críticas o les pueden contraatacar dejan de participar porque consideran que no están en un espacio seguro donde se puedan expresar de forma segura. Pregúntense a ustedes mismos dónde están todas las voces críticas con la hegemonía tuitera. O mejor dicho, ¿dónde no están los tuiteros hegemónicos porque no lograron expulsar de allí a los disidentes? En Youtube. Los creadores de contenidos que más contradicen al wokismo español lo hacen desde Youtube, ese espacio de donde lo woke se retiró ante la imposibilidad de construir su monólogo, ante la imposibilidad de forzar la renuncia o impedir que se transmitiera un discurso que no controlan.
Por contra, los grupos que no se enmarcan en este posmodernismo de izquierdas no tienen ese problema, no están obsesionados por crear espacios seguros (en el sentido del meme mencionado arriba) y no abandonan el espacio por encontrarse con estos otros que piensan diferente. No hay por tanto que crearles un nido de algodones identitarios tal que garantice su continuidad como usuarios.
Traducido a la gestión de un servicio comercial en Internet esto significa que si hay discursos polémicos o divisivos, una fracción enorme de tus usuarios siente que el espacio no es seguro y abandona tu servicio en masa. Pierdes a una mayoría de tu clientela y el combo es doble si los usuarios que abandonan tu servicio son los mismos encargados de prescribirlo a todas horas, por ejemplo periodistas. Así que terminas moderando mensajes a su favor y dándoles lo que te pidan, cerrando cuentas de quienes impiden que esa enorme masa sienta su hegemonía amenazada y enviando señales que les hagan sentir seguros y a salvo en tu servicio.
Twitter, como toda empresa, al final del día solo entiende de cuenta de resultados, y qué bien lo explicaba Schneier al hablar de sanciones corporativas en Liars & Outliers. No pasa nada: las empresas buscan ganar dinero y hacen bien, es la forma en que pueden pagar nóminas, que es la mayor RSC de una empresa. Pero conviene no olvidarlo antes de darles mayor protagonismo.
Mi primer blog, que ustedes no leerán, surgió como un experimento de escritura, un juego junto a varios amigos en el que escribir cada uno en su rincón, que entonces aún más que ahora estas cosas eran personales, y donde la estética era una componente relevante. Allí no se iba a únicamente comunicar, allí se iba a escribir. Hay un matiz. De aquello hace casi veinte años, pronto dará para tango.
El caso es que el otro día animado por un siempre interesante post de Gonzalo en uno de los pocos blogs que sigo disfrutando al leer dejé un comentario cuya forma intenté cuidar, alentado por la cuidada forma con la que está escrito el post original y tomando la oportunidad como el juego que fue, o que es, o que debería seguir siendo. Al releerlo, he querido conservarlo también aquí, así que lo reproduzco a continuación sin mayor cambio que alguna errata ahora corregida.
Advierto de que para disfrutar este comentario elevado ahora a nota propia hay primero que leer la disquisición original de Gonzalo. No pierden nada, sino que ganarán su post y el leer los párrafos siguientes en su contexto original.
Un viejo amigo, porque la amistad que nos une es vieja y no porque él mismo sea viejo aunque al final haya que conceder que es harto complicado lo primero sin lo segundo y claudicar que nos conocimos en la universidad en el milenio pasado, siempre dice que lo peor de ese gran supermercado de origen ché en el que usted piensa mientras lee esta frase es que embrutece el paladar de los clientes, que carentes de toda referencia de calidad piensan que lo que encuentran allí es supremo y que no ha lugar para continuar buscando otros -mejores, se entiende- sabores.
El amigo de este amigo, que es decir yo, solía pensar que no era más que un pobremente disimulado corporativismo a favor de su señora, trabajadora en el más elegante de los competidores de esa cadena mencionada arriba, amén de una falta de empatía con aquellos a quienes la cuenta del banco les tiembla a final de mes y priorizan precio a otros factores.
El tiempo es sabio y nos da la oportunidad de rectificar. Tocaría con el tiempo conceder, por tercera vez, que no es así. La búsqueda de los sabores es también, ante todo, una actitud y no va siempre reñida con la cartera. ¿Acaso no es más barato comprar los ingredientes uno a uno en el mercado y amasar en casa que gastarse los maravedíes en cualquier hosca pitsería de barrio? ¿No es ése acaso un pequeño acto de bondad con la prole, de pasar tiempo con ellos sin mirar pantallas por una vez en la vida y ponerles por delante una masa que puedan recordar muchos años después frente al pelotón de fusilamiento (no pude evitar el guiño, en verdad que se escribió solo) cuando su destino les lleve a Milán por alguna mundana cuestión laboral?
De camino y al hilo de republicar aquí esto, ¿no era ésta la conversación de la que hablábamos hace tantos inviernos?
El mundo del videojuego no se parece ahora en casi nada al que había hace unas décadas. Hablamos de una industria que hace ya años arrebató a Hollywood el cetro de principal industria del entretenimiento.
Así que cuando hace unos días salió por fin publicada una de las macroproducciones del año, como es Cyberpunk 2077 del estudio polaco CD Projekt Red, todos los focos se volvieron hacia él… y hacia los numerosos fallos y problemas que han acompañado al juego hasta su lanzamiento, con muchos retrasos, y también en sus primeros días.
La polémica ha dado de todo: al amparo de los numerosos bugs y problemas de estabilidad en servidor hubo muchas reacciones, incluso la misma Sony eliminando temporalmente el juego de su tienda hasta que sea reparado, y lo pongo en cursiva porque de esto vamos a hablar hoy. ¿Cómo se producen las superproducciones de videojuegos en la actualidad? ¿Qué hace falta para poner en el mercado un juego AAA?
O mejor dicho, ¿cómo eran nuestras casas? Hace treinta o cuarenta años apenas ninguna casa tenía conexión a Internet, incluso eran muy minoritarios los hogares que tenían una computadora en casa.
Así, los desarrolladores de videojuegos no podían permitirse salir a la calle con bugs que bloqueasen el funcionamiento del juego, ya que tu cliente no iba a poder descargar una actualización posterior de la red. Si las cintas de cassette usadas para distribuir tu juego tenían una copia rota del mismo, el fiasco era absoluto: clientes descontentos, incapacidad de parchear al vuelo, e incapacidad de hacer recall de las cintas para regrabarlas. Muchísimo dinero perdido.
Así, los desarrollos, si bien mucho más humildes que los actuales, iban más pulidos. Ese ir más pulido hay que leerlo en clave financiera: hasta que no tenías el producto finalizado, repasado, y más que pulido, no comenzabas a recuperar tu inversión vendiendo copias de tu producto.
Empecemos de nuevo por la conexión a Internet, que vuelve a ser clave. Ahora la conexión a Internet es ubicua en todos los hogares del primer mundo. Más aún, la velocidad de nuestras conexiones hace que descargar varias decenas de gigabytes para actualizar o instalar desde cero un enorme videojuego contemporáneo no sea ningún impedimento. Esto permite que un juego que tiene un problema pueda ser arreglado sin excesivo sobrecoste para el desarrollador.
Pero no es lo único que ha cambiado. Los videojuegos actuales son enormemente más complejos. Los plazos de desarrollo se prolongan durante años y el equipo envuelto en el mismo es mucho mayor. Los costes se disparan. Sin ir más lejos, Cyberpunk 2077 comenzó a desarrollarse en 2012. Se estima que el desarrollo ha costado en torno a 300 millones euros, y que al estilo de los blockbuster de otros tiempos esa inversión fue recuperada en los primeros días.
Una vez que entiendes cómo funciona la parte financiera de cualquier negocio, no puedes dejar de verla. Y este caso no va a ser una excepción.
Si desarrollar un juego cuesta más de 300 millones de euros que se consumen durante 8 años, promediando casi 40 millones al año, acortar el ciclo de desarrollo, adelantar la fecha en la cual empezamos a rentabilizar la inversión en uno o dos años, tiene un impacto enorme. Significa ser capaz de afrontar un proyecto aunque solo tengas acceso a un 80% de los fondos que necesitarías, que no es poca cosa.
Es por tanto económicamente deseable y tentador. Pero nada es gratis.
La forma más directa de adelantar los plazos y rentabilizar antes la inversión es entregar el juego inacabado. Arriesgado, sí, pero muy rentable. De ahí que antes quisiese enfatizar aquel reparado allá arriba. No, en 2020 los juegos más ambiciosos del mercado no se lanzan rotos, se lanzan inacabados. Puede que la consecuencia para el jugador sea parecida, pero el matiz es significativo.
Caso de abrazar esta filosofía, los costes en este caso no son económicos, al menos no en primera instancia (pueden serlo sus derivadas). Lo principal es algo de reputación y mala prensa entre tus jugadores, que son tus principales prescriptores. ¿Cómo de grave? Más a continuación, pero diría que no es fatal.
Si no siguen mucho el mundillo, quizá piensen que lo acontencido con Cyberpunk 2077 es algo nuevo o exclusivo de este título, pero no lo es.
Assassin’s Creed es quizá el juego que más simboliza lo de salir al mercado cargado de bugs que causan glitches visuales. Es una de esas franquicias que cada año coloca un nuevo juego en la estantería, y seguidor fiel de esta filosofía de pasar el cepillo antes de tiempo.
Pero no está solo. Cuando Blizzard publicó Diablo 3 hace unos años, los problemas fueron notables. El consenso general es que no estuvo reparado hasta casi dos años después. De forma algo poética, esto permite al equipo de desarrollo incorporar feedback inicial del cliente (aka los jugadores) en el juego. Ventajas de entregar a los jugadores una release temprana. Suena guay, pero no nos engañemos: no se hace por esto sino por reducir la carga financiera que asumen los estudios que llevan a cabo estos proyectos mastodónticos.
Visto que todo tipo de estudios afrontan los desarrollos con parecida aproximación, diríase que el coste reputacional no es tal que no compense a lo aventajado financieramente al tomar estos atajos. No nos sorprende, pues como sucede en los timelines, los cabreos del público objetivo es probable que terminen perdiéndose como lágrimas en la lluvia.
Por mi parte, no he probado el videojuego siquiera, aunque como ex-jugador del juego de rol clásico de Cyberpunk 2020 (del que aún conservo mi libro de master) estaría encantado de echarle un rato. No creo que CD Projekt Red lo hayan hecho especialmente mal: se han ceñido a hacer lo mismo que todos los demás estudios en sus mismas circunstancias. Viendo lo faraónico del proyecto, puede que fuese la mejor forma de poner la máquina a rodar y seguir iterando hasta finalizar. No creo que haya que ser especialmente duro con ellos y sí asumir, como consumidor, que jugar a un juego el día del lanzamiento hace años que tiene este contexto del que hemos hablado en este post.
En su día hablamos de DevOps por aquí, hoy he encontrado esta frase en El Sotanillo de Juan Sierra que yendo menos a lo conceptual y más a lo pragmático da buena cuenta de uno de los principales objetivos de esta forma de trabajar.
Les sorprenderá, pero hasta hace poco no era consciente de que tu proveedor de electricidad (aka tu distribuidora) está obligado a indicarte en la factura PVPC cuál sería el coste de tu factura en todas las modalidades, con y sin discriminación horaria, y con esta discriminación en modalidad de dos y tres tramos.
Desde que lo supe me quedé con la curiosidad y así que saqué unos minutos para rebuscar mis facturas y hacer cuentas. Tengo algunas conclusiones que sirven de corolario a aquel post donde expliqué por qué la tarifa de precio de venta al pequeño consumidor (PVPC) es la mejor tarifa eléctrica.
Lo primero, el dato rápido: en mi última factura el importe fue un 25% inferior usando PVPC DH frente a lo que habría sido una PVPC normal, sin discriminación horaria. Eso es un ahorro adicional a lo que ya estoy ahorrando por usar PVPC normal frente a tarifas de mercado. Spoiler: el ahorro es aún mayor.
Vamos con esos datos más en detalle. Cambié mi tarifa ya con el año 2018 empezado, pero los meses de invierno donde la calefacción eléctrica de casa ya nos ha penalizado se usaron con la tarifa de mercado. El coste total de electricidad que pagué en 2018 fue de más de 1600€. En 2019, primer año completo con PVPC fue de 801€ exactos. Un ahorro de más de 50%.
Como anticipo, en este año 2020 el ahorro está siendo aún mayor, quizá por el bajo precio que tuvo la electricidad en los meses de confinamiento global. La comparativa más fiel sería comparar contra 2017, pero hasta mitad de año estuve viviendo en Munich y no tengo datos para ese año completo.
Esto no es decir que esta tarifa sea siempre y en todo caso la mejor opción: cada uno tendrá que ver qué uso hace de la luz, si está dispuesto a bucear las tarifas de mercado libre hasta la letra pequeña, y si escoge PVPC con discriminación horaria cómo de disciplinado es con el uso de valle.
Pero también sé que la gran mayoría de nosotros no tiene ni el tiempo ni el conocimiento para entender bien estas tarifas de mercado eléctrico, más aún en servicios como el eléctrico cuya tarifa es enrevesada y compleja, con múltiples tramos e impuestos sumados unos a otros.
Lo que sí tengo muy claro es que una tarifa PVPC DH bien usada, si tu situación te permite hacer ese buen uso, es un ahorro brutal para cualquier economía familiar.