Medios de comunicación y los relatos sobre la crisis

Contexto: el planeta, al menos la parte rica del planeta en la que tenemos la fortuna de vivir, estaba encerrado en sus casas mientras la pandemia de la covid19 se extendía globalmente, corría abril de 2020, llovía a cántaros, y entonces sonó mi teléfono.

Era una periodista de un gran periódico español que preparaba un reportaje sobre un tema concreto: cómo la nueva gran crisis del covid iba a impactar a la generación de jóvenes investigadores a la que la crisis de 2008-2010 afectó de lleno. Le interesaba conocer el efecto compuesto de esas dos grandes crisis en una generación a la que la anterior crisis pilló joven.

El enfoque básico ya se lo imaginan ustedes: la fuga de cerebros, investigadores que trabajan en precario o de cosas inesperadas como cajeros de supermercado, o abocados a una peregrinación continua que se ven obligados a emigrar, siendo esta emigración algo que parte del respetable público percibe como inevitablemente negativo. Es un lugar común este relato, quizá el más habitual cuando hablamos de investigación, así que lo habrán visto ya mil veces en otros tantos sitios.

En mi obstinación, nunca he comprado ese relato Estoy en desacuerdo con que la emigración sea negativa (al fin y al cabo, el que se va lo hace para encontrar una oportunidad de vida mejor, ¿no es mejor tener esa oportunidad y poder decidir si emigrar o no, a no tenerla en absoluto?), y mi diagnóstico sobre la precariedad de los investigadores pondría el foco en el monopsonio de facto que tiene el estado a la hora de contratarlos. De todo ello hemos hablado de sobra en estas páginas. Más relevante hoy es que yo no dije a esta periodista lo que ella quería oír.

¿Cuál fue mi testimonio? Sí, hace una década vivimos una crisis, pero yo terminé mi doctorado y me fui a otra ciudad porque así fue mi deseo; no continuar investigando fue una decisión personal, y a continuación monté una empresa de desarrollo de software con la que me fue razonablemente bien. Montar esa empresa no fue un plan trazado, fue solo lo que me encontré por el camino escogido. La vida es un río en el que la corriente te lleva a sitios.

¿Había otras líneas temporales en las que yo continuaba trabajando de investigador? Puede ser. Podemos, incluso y ahora a toro pasado, contemplarlas con la nostalgia de lo no vivido: echar de menos cómo sería nuestra vida ahora de haber tomado esa otra ruta pese a que todo serían suposiciones en un ejercicio fútil y a que no podemos echar eso de menos porque no lo hemos vivido. En definitiva, podemos entregarnos con denuedo a eso que Juaristi define como melancolía cuando critica los mitos de origen nacionalistas: la nostalgia de lo que nunca fue. Pero la única realidad es que no fue así y no lo sentí como un problema. Más aún, no cambiaría nada de lo que hice porque mis decisiones me trajeron a donde estoy hoy. Arrepentimientos he tenido algunos, pero ninguno tan significativo que merezca mención.

Del mismo modo, mi perspectiva ante la crisis derivada de la covid es la de un profesional que, como el resto de la sociedad, también ha de lidiar con la dureza de la situación pero lo hace con una mirada carente de maniqueísmos, cargada con un cierto optimismo realista.

Mientras hablaba con esta periodista, pensaba en lo enriquecedor de que en ese reportaje hubiese también un testimonio positivo: a primera vista el mundo se desmorona pero el mundo siempre ha estado desmoronándose de modo que no desespere y siga trabajando para progresar, hay vida fuera de la academia, emigrar es complicado pero es un proceso humanamente enriquecedor.

Considero necesario transmitir un mensaje positivo desde la normalidad, alejado de los análisis con sesgo de superviviente en torno a casos de excepcional éxito que están muy alejados de la realidad en la que vivimos el resto de la sociedad, incluidos nuestro jóvenes. Si tienes 20 años, hay más lecciones y más valiosas para ti en tu familiar o tu vecino el que trabaja en Telefónica que en Steve Jobs.

Ésa es mi experiencia y ya que me preguntó, pues eso fue lo que conté, motivo por el cual (o al menos eso me barrunto) no tuve más noticias sobre aquel reportaje y sospecho que mi testimonio no fue incluido en el lacrimógeno documento que ella ya tenía preconcebido de casa a base de tópicos antes de entrevistarme.

Y no se trata de negar la mayor: estoy seguro de que la crisis de 2010 y la actual afectó duramente a muchos jóvenes investigadores o universitarios, pero dentro de esa generación hubo muchos que consiguieron salir al paso con esfuerzo y bien hacer y es algo que merece ser incluido si intentamos construir una foto completa de lo acontecido. Sobre todo porque incluye una lección digna de ser enseñada a los más jóvenes: nunca bajes los brazos y sigue esforzándote por salir adelante.

¿Por qué los periódicos, enfrentados ante otros testimonios más ilusionantes, deciden ignorarlos? ¿Acaso no es mejor mensaje decirle a esos jóvenes que están pringando que hay otras líneas temporales en las que les va mejor pero han de salir a buscarlas y abrir esas puertas ellos mismos? Hay que retroceder más de una década para encontrar en este blog una nota sobre por qué dejar de leer periódicos era urgente.

En lo personal, fue la enésima experiencia de que los periódicos son una institución más bien destructiva y tóxica que una fuente de información. Al elegir metódicamente los testimonios a los que dan visibilidad en su relato, y al seleccionar los que refuerzan el mensaje de que todo está mal, se dificulta el mensaje de que mejorar las cosas es posible y se transmite una visión sensacionalista y catastrofista de la realidad.

España Movistar

En un tiempo hubo quienes creímos que Internet supondría un proceso de desintermediación informativa. Los medios de comunicación de masas dejarían de ser omnipresentes, perderían su capacidad para fijar la agenda pública.

Eso fue antes de entender que la tecnoutopía era exactamente eso, una utopía. En perspectiva, incluso dudo mucho de que jamás tal cosa fuese siquiera posible.

Lejos de tal cosa, la agenda viene fijada por estos medios con cada vez más fuerza. Incluso aunque la opinión publicada y la opinión pública estén alejadas hasta el punto de no reconocerse, la agenda está innegablemente fijada usando los mismos medios de antaño.

La nueva clerecía

En este aspecto, es imposible no comentar el papel de lo que Pedro Herrero demonima nueva clerecía cuando está serio y España Movistar cuando tiene ganas de jarana. Esa élite plenamente consciente de su capacidad de prescripción que utiliza tal capacidad para transmitir su propia visión deformada del mundo.

¿Quiénes componen esta nueva clerecía? Periodistas, profesionales socioculturales (el mundo del artisteo, para entendernos), y académicos (mayoritariamente, politólogos y demás calaña, que prometen haber encontrado la fórmula mágica para dar información objetiva y opiniones sin subjetividad).

Así, los informadores ponen el soporte, los académicos los datos puramente objetivos, y el artista la valoración sensible de esa realidad objetiva. Entre todos prescriben los nuevos modelos morales.

La clerecía de siempre, ahora precaria

Si lo pensamos bien, nada nuevo bajo el sol: esos grupos siempre han funcionado como prescriptores.

Se dan dos circunstancias:

  • Sobrerrepresentación en medios. Como comunicadores que son, la nueva disponibilidad de canales les hace estar sobrerrepresentados entre la minoría que crea contenido en internet, así que ese aparato hegemónico es ahora especialmente fuerte.
  • Precarización del sector. Hace unas décadas estos grupos eran clase media y los nuevos barrios cool de Madrid se construían precisamente para ellos (pienso en la casa del fallecido Enrique Meneses, a quien visité algunas veces en su piso del barrio de los periodistas), mientras la precarización de su sector ha cambiado eso.

Las consecuencias de esta precarización de los profesionales socioculturales y de la comunicación es que existe un cierto resentimiento desde estos sectores contra quienes sí son clase media, y contra sus modos de vida, que inevitablemente se plasma en el mensaje que comunican.

La mal entendida sensibilidad del artista

Esta sobrerrepresentación en el debate público y su capacidad para fijar agenda y prescribir modelso de vida deriva a menudo de la mal entendida sensibilidad del artista para entender el mundo. Cabe preguntarse por qué se da siquiera un ápice de atención a lo que un actor opine sobre política internacional, ¿es acaso un experto historiador?

Esto nace de la errónea concepción que se tiene del artista. Al artista, por el hecho de serlo, se le presupone una sensibilidad especial. Es un presupuesto bastante estúpido. Ser actor no conlleva que seas especialmente sensible, del mismo modo que ser albañil no conlleva lo contrario. Pero los albañiles no gozan en el imaginario colectivo de esa percepción de sensibilidad especial, motivo por el cual si vemos a un albañil hablando de política internacional o de ecologismo, no le damos mayor crédito y nuestra atención navega hacia otra cosa.

Al pasar a esta nueva clerecía precaria por la batidora que produce la opinión publicada, el resultado es un esperpento. Si hace unas décadas los profesionales que ahora componen la nueva clerecía eran clase media, ahora son en muchas ocasiones trabajadores precarios, con lo que se da la paradoja de que sientan cátedra desde la precariedad: comparten piso, tienen la nevera repartida por bandejas, y en lugar de quejarse de esos problemas reales, se ha decidido emprender una lucha identitaria, profundamente tribal.

En lugar de preguntarse por qué no pueden vivir mejor o cuestionar el mal uso del muchísimo dinero que pagamos en impuestos (¿está el estado despilfarrando mal nuestro dinero si no ayuda a trabajadores precarios a llevar una vida más estructurada?), se centran en criticar a quienes llevan esa vida estructurada. De forma que si tienes una pareja estable, mal porque el amor romántico es una estafa; si compras una pelota a tu niño eres un machista que regala mal; si vives lejos del centro de la ciudad y tienes un coche diésel, eres un destruye planetas egoísta; si te lo curraste para tener ingresos medianamente estables en el sector privado, automáticamente te caricaturizan como a un rockefeller insolidario.

El resultado es que tienes a un grupo de gente en muchos casos no es que no lleven una familia adelante, es que a duras penas se llevan a ellos mismos, que vive en precario pero tienen el cañón apuntando a las clases medias profesionales, a los ricos, sin darse cuenta de que apuntan al enemigo equivocado.

Al centrar las luchas en temas identitarios y no económicos, al atacar a instituciones de la sociedad civil como la familia o la iglesia, aceptan implícitamente la precariedad que proviene de la única institución a la que no deslegitiman, el estado. Lejos de quedarse en eso, pregonan el fin del amor romántico, como si cambiar de pareja cada dos meses no fuera de hecho una precarización de la vida en pareja frente a la muy reconfortante alegría de compartir un proyecto de vida.

El RSS no murió, pero sí

Dicen que Google va a añadir de nuevo soporte para RSS en Chrome (Techcrunch) y lo venden como una resurrección de una tecnología que ayudó junto a Ajax a definir la web en su mejor época, antes de la fuerte recentralización posterior.

La realidad es que el RSS no murió, y a la vez sí lo hizo. Para usuarios avanzados, sigue estando, incluso sigue habiendo lectores bastante majos que con el tiempo recogieron lo que en su día daba Google Reader, como es el caso de Inoreader. Es una herramienta tan válida como siempre.

Pero para el usuario masivo falleció y el tempo perdido en estos años lo hacen irrecuperable.

Siendo estrictos podemos decir que no es cierto que vivamos en un desierto sin RSS, pero sería un autoengaño. Desde luego que estamos en ese desierto. La experiencia de usuario en la web gratuita es miserable, plagada de anuncios y scripts que abusan de tu hardware intentando que aceptes cosas que no quieres aceptar; esto no es algo que se arregle con un RSS, pero sin duda se mitiga.

No valoro la situación, simplemente la describo. Para lo que es relevante, ha de daros igual si a mí me habría gustado un desenlace u otro. Y la aventura de Google no llegará demasiado lejos, porque ya tuvieron en su mano apoyar eso y no lo hicieron. Si el uso de esa funcionalidad en Chrome llega a ser algo más que marginal, volverán a liarse y a tomar la decisión equivocada.

No tengo pruebas pero tampoco dudas.

Teatro de seguridad en la era post-Covid

En 2001, hace 20 años, hubo un atentado contra el World Tarde Center de Nueva York. Como consecuencia del mismo y de la así llamada guerra contra el terror nos impusieron un teatro de seguridad: una serie de medidas de dudosa utilidad encaminadas a aparentar seguridad y transmitir tranquilidad a la ciudadanía.

Dos décadas después seguimos teniendo ese teatrillo en todas partes, con los aeropuertos como escenario más obvio, con cosas como quitarnos el cinturón y los zapatos, o tirar cualquier botella de agua; que uno se pregunta si la cola misma para el control no es un objetivo terrorista razonable (mucha gente agolpada) y si dado el peligrosísimo carácter de las botellas de agua no es el hecho de ponerlas todas juntas un peligro mayor. Como ven, el asunto no está exento de contradicciones.

Con este precedente, y ahora que se comienza a debatir sobre cuáles de las medidas adoptadas durante esta pandemia deberían persistir, y durante cuánto tiempo, no soy optimista respecto del regreso a la normalidad ahora que gracias a la vacunación la situación sanitaria regresará lentamente a su cauce habitual.

A la gente hay que darle lo que pide

La frivolidad es detestable.

Da igual que hablemos de brindis al sol o de mero postureo. Afirmar cosas desde la tranquilidad que da saber que no nos veremos obligados a lidiar con las consecuencias de nuestro discurso es en el mejor caso una falta de respeto a nuestro interlocutor y en el peor una manipulación con la que esperamos recoger algún beneficio (principalmente, señalar virtuosismo y quedar bien o promover nuestra propia agenda).

Por aterrizar el concepto, llevamos años aguantando todo tipo de discursos pronunciados desde la frivolidad del que piensa que las consecuencias de esos mismos discursos no van con ellos.

Un ejemplo, el estado de las autonomías. La descentralización estatal se vende como la única ruta, es buena para todo, mientras que ecentralizar es anatema. Cuando llega la pandemia y las compras de material sanitario durante una pandemia son un caos en el que algunas regiones funcionan muy bien y otras fracasan estrepitosamente, quienes llevan años hablando de diversidad y diferencias entre regiones levantan la voz: hay regiones que son insolidarias como queriendo decir que «Ahhhhmigo, ahora sí es malo el tema éste de descentralizar».

Soy un firme defensor de que a la gente hay que darle lo que pide. ¿Queríais 17 paísitos para hacer lengua oficial tu habla local y mangonear a gusto pero te sienta mal que haya regiones que funcionan mejor que la tuya? Pues es que va todo junto, si descentralizar es dogma no hay alternativa a tener un mercado interno de regiones que compiten, y por supuesto unas van a funcionar mejor que otras.

Hay otra variante. La de quienes se lamentan de que en España no hay una derecha europea porque el PP no es homologable a derecha europea, y llamando fascista a todo el que estaba ligeramente a la derecha de partido comunista (recordemos que discursivamente el PSOE era todo y uno con el PP, el PPSOE, también fascista como es natural). Me pregunto qué diantres piensan quienes dicen eso que es una derecha homologable a otras derechas europeas. Tenían un partido conservador piltrafilla y han atizado al muñeco hasta que ha salido otro que ahora ya es más feo.

Así que no hace falta esperar mucho para ver lo que es una derecha homologable a otras derechas europeas, que ya mismo lo vamos a ver. Vox es un paso en esa dirección que algunos llevan rezando décadas por que suceda, pero no es el destino final: Vox no es un partido violento, aunque sea radical. Si Vox equivale a Alternative für Deutschland, aún hay espacio para un Pegida (Patriotische Europäer gegen die Islamisierung des Abendlandes, Patriotas europeos contra la islamización de occidente), que ya van disfrazados de natsis y con banderas y hacen desfiles paramilitares cuquis como los de los comunistas de Madrid de la semana pasada. A la gente hay que darle lo que pide. Ojalá poderlos mandar directamente a vivir a cada uno con sus normas y sus consecuencias, como en Perfectopía, pero no funciona así el mundo.

A mí que no me miren, yo no pinté el octógono en el suelo ni formulé invocación alguna, yo soy un aburrido moderado al que llaman de todo, pero la frivolidad es detestable y a la gente hay que darle lo que pide.

La casa conectada es un delirio solucionista

Lo de la casa conectada es un delirio tecnológico, una utopía solucionista.

Hay de todo: bombillas inteligentes, candados inteligentes, hasta ollas inteligentes.

Como toda utopía, se da de bruces con la realidad de forma consistente. La realidad de cualquier cosa conectada a internet: vulnerabilidades a tutti. En bombillas, en candados, y hasta en ollas.

Hace unos días leía en Stacey on IoT sobre si podría el software libre ser una solución al problema del abandon hardware inteligente, dispositivos que ya no tienen soporte de su vendedor.

Lo creas o no, todos tus dispositivos así llamados inteligentes son abandonware. No hay un único vendedor que, sin cobrarlo antes, vaya a enviar actualizaciones over-the-air a bombillas, lavadoras, o cualquier otro cacharro por el que ya no esperan más ingresos, porque no hay justificación económica.

Las alternativas son pagar por soporte unos euritos al mes para recibir esos parches, o forzar a los vendedores a ofrecer garantía de actualizaciones por la vía legal, lo cual elevará sus costes, ergo también sus precios, y sacará del mercado a todos los pequeños actores al tiempo que los que sobrevivan englobarán el precio de soporte dentro del de venta. Nada es gratis.

Mientras tanto, dejad de conectar a internet cosas que no lo necesitan para funcionar.

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