En un tiempo hubo quienes creímos que Internet supondría un proceso de desintermediación informativa. Los medios de comunicación de masas dejarían de ser omnipresentes, perderían su capacidad para fijar la agenda pública.
Eso fue antes de entender que la tecnoutopía era exactamente eso, una utopía. En perspectiva, incluso dudo mucho de que jamás tal cosa fuese siquiera posible.
Lejos de tal cosa, la agenda viene fijada por estos medios con cada vez más fuerza. Incluso aunque la opinión publicada y la opinión pública estén alejadas hasta el punto de no reconocerse, la agenda está innegablemente fijada usando los mismos medios de antaño.
La nueva clerecía
En este aspecto, es imposible no comentar el papel de lo que Pedro Herrero demonima nueva clerecía cuando está serio y España Movistar cuando tiene ganas de jarana. Esa élite plenamente consciente de su capacidad de prescripción que utiliza tal capacidad para transmitir su propia visión deformada del mundo.
¿Quiénes componen esta nueva clerecía? Periodistas, profesionales socioculturales (el mundo del artisteo, para entendernos), y académicos (mayoritariamente, politólogos y demás calaña, que prometen haber encontrado la fórmula mágica para dar información objetiva y opiniones sin subjetividad).
Así, los informadores ponen el soporte, los académicos los datos puramente objetivos, y el artista la valoración sensible de esa realidad objetiva. Entre todos prescriben los nuevos modelos morales.
La clerecía de siempre, ahora precaria
Si lo pensamos bien, nada nuevo bajo el sol: esos grupos siempre han funcionado como prescriptores.
Se dan dos circunstancias:
- Sobrerrepresentación en medios. Como comunicadores que son, la nueva disponibilidad de canales les hace estar sobrerrepresentados entre la minoría que crea contenido en internet, así que ese aparato hegemónico es ahora especialmente fuerte.
- Precarización del sector. Hace unas décadas estos grupos eran clase media y los nuevos barrios cool de Madrid se construían precisamente para ellos (pienso en la casa del fallecido Enrique Meneses, a quien visité algunas veces en su piso del barrio de los periodistas), mientras la precarización de su sector ha cambiado eso.
Las consecuencias de esta precarización de los profesionales socioculturales y de la comunicación es que existe un cierto resentimiento desde estos sectores contra quienes sí son clase media, y contra sus modos de vida, que inevitablemente se plasma en el mensaje que comunican.
La mal entendida sensibilidad del artista
Esta sobrerrepresentación en el debate público y su capacidad para fijar agenda y prescribir modelso de vida deriva a menudo de la mal entendida sensibilidad del artista para entender el mundo. Cabe preguntarse por qué se da siquiera un ápice de atención a lo que un actor opine sobre política internacional, ¿es acaso un experto historiador?
Esto nace de la errónea concepción que se tiene del artista. Al artista, por el hecho de serlo, se le presupone una sensibilidad especial. Es un presupuesto bastante estúpido. Ser actor no conlleva que seas especialmente sensible, del mismo modo que ser albañil no conlleva lo contrario. Pero los albañiles no gozan en el imaginario colectivo de esa percepción de sensibilidad especial, motivo por el cual si vemos a un albañil hablando de política internacional o de ecologismo, no le damos mayor crédito y nuestra atención navega hacia otra cosa.
Al pasar a esta nueva clerecía precaria por la batidora que produce la opinión publicada, el resultado es un esperpento. Si hace unas décadas los profesionales que ahora componen la nueva clerecía eran clase media, ahora son en muchas ocasiones trabajadores precarios, con lo que se da la paradoja de que sientan cátedra desde la precariedad: comparten piso, tienen la nevera repartida por bandejas, y en lugar de quejarse de esos problemas reales, se ha decidido emprender una lucha identitaria, profundamente tribal.
En lugar de preguntarse por qué no pueden vivir mejor o cuestionar el mal uso del muchísimo dinero que pagamos en impuestos (¿está el estado despilfarrando mal nuestro dinero si no ayuda a trabajadores precarios a llevar una vida más estructurada?), se centran en criticar a quienes llevan esa vida estructurada. De forma que si tienes una pareja estable, mal porque el amor romántico es una estafa; si compras una pelota a tu niño eres un machista que regala mal; si vives lejos del centro de la ciudad y tienes un coche diésel, eres un destruye planetas egoísta; si te lo curraste para tener ingresos medianamente estables en el sector privado, automáticamente te caricaturizan como a un rockefeller insolidario.
El resultado es que tienes a un grupo de gente en muchos casos no es que no lleven una familia adelante, es que a duras penas se llevan a ellos mismos, que vive en precario pero tienen el cañón apuntando a las clases medias profesionales, a los ricos, sin darse cuenta de que apuntan al enemigo equivocado.
Al centrar las luchas en temas identitarios y no económicos, al atacar a instituciones de la sociedad civil como la familia o la iglesia, aceptan implícitamente la precariedad que proviene de la única institución a la que no deslegitiman, el estado. Lejos de quedarse en eso, pregonan el fin del amor romántico, como si cambiar de pareja cada dos meses no fuera de hecho una precarización de la vida en pareja frente a la muy reconfortante alegría de compartir un proyecto de vida.