Ludificación y la negación de la ética hacker

Es la primera vez que publico sobre este tema, aunque no es la primera vez que escribo al respecto. Hace varios meses escribí un post con este título, que luego borré sin publicar. En sí, aquel post era una crítica a la reutilización acrítica de anglicismos. La palabra gamificación no me gusta y hasta ahora pensé que era porque huele a traducción cutre del inglés gamification, que pretende expresar el hecho de aplicar a una actividad una cierta mecánica bajo la cual pueda ser contemplada (y operada) como un juego.

Hace un par de días, dejando un comentario en De hackers contra zombies comprendí qué es lo que no me gusta del término gamificación.

Lo que no me gusta es lo que afirma explícitamente pero, sobre todo, las negaciones implícitas que contiene esa afirmación. Dicen los teóricos de la gamificación que hay un hueco para la innovación empresarial embebiendo nuestro trabajo diario de una capa lúdica. La justificación es que al hacer esto, conseguimos que actividades que hasta entonces eran aburridas pasen a ser divertidas, nos gusten, y de repente sean llevadas a cabo de forma casi inconsciente. Esta argumentación olvida que hay formas de lograr eso sin recurrir a la ludificación: enfocar nuestro día a día desde la ética hacker.

El mensaje explícito es el de infantilización de nuestras actividades. Hay que convertir todo en un juego para que sea atractivo, es la versión cool del avioncito virtual con que las madres camuflan esas comidas que saben que el niño no aceptará fácilmente. Ésta por papá, y ésta por mamá, venga, que ya casi se ve el dibujo al fondo del plato. Me hizo pensar también en ciertas tendencias de moda basadas en la infantilización extrema.

El mensaje implícito es aún más simplista pues conlleva la negación de la ética hacker. Si para que algo nos guste hay que esconderlo para que parezca un juego, es porque estamos aceptando que todo lo que no es un juego no puede gustarnos. No podemos a la vez pasarlo bien, disfrutar y que sea una actividad seria con la que disfrutar aunque no sea un juego; disfrutar, precisamente, porque es nuestro trabajo.

Es una defensa ética

Ética
[Imagen: Ethos y talante.]

Cuando ayer hablábamos sobre la recentralización de Internet (en general, de cualquier red cuasi-distribuida) como fenómeno inherente a las redes formadas por personas, la conclusión obvia es que la defensa de una red lo más distribuida posible está íntimamente relacionada con una posición ética: ¿qué mundo y qué red quieres? ¿Un mundo en el que todo el poder está concentrado en unas pocas manos o un mundo en el que cualquiera puede proponer una alternativa y ser la alternativa sin importar cuán humildes sean tus orígenes, tus planes y tus medios?

Unas horas más tarde tuvimos conocimiento de la demanda contra Enrique Dans por parte de Promusicae. Y la cuestión de la ética volvió a salir cuando Gonzalo recordó un viejo tuit de Javier de la Cueva.

Decíamos en otra parte que en la Red vales tanto como la ética y los valores que ofreces. Eso es cierto siempre, pero en condiciones de aislamiento, la ética y los valores pueden ser subyugados por reglas de juego poco éticas (politiqueo, presión, soborno y chanchulleo) que permiten al pez grande apartar (inmerecidamente) de la carrera al pez pequeño.

Por eso la defensa de una Red que sea lo más distribuida posible es una decisión ética. Y se juega en muchos terrenos de juego y con diferentes barajas: las patentes de software, la ferocidad de las leyes de propiedad intelectual o la dialéctica entre plataformas centralizadas y servicios distribuidos son algunos ejemplos que pueden ser vistos como una misma cosa: conflictos en los que se hace visible el viejo choque que describía acertadamente El anarquista en la biblioteca de Siva Vaidhyanathan.

Lo que hemos aprendido en esta década es que ya no vale la lucha en términos nacionales. Ni uno sólo de los grandes tratados contra la Red de los últimos 3 o 4 años ha sido desarrollado por un único estado: ACTA, SOPA y toda la sarta de clones y acrónimos bajo la que esconden los caballos de Troya de los nuevos regímenes post-democráticos han sido desarrollados en un ámbito internacional por grupos de estados de forma coordinada. La búsqueda de hacks y agujeros por los que colar espacios de libertad en las leyes concretas en que se traspongan estos tratados en cada Estado quizá deba ser local, pero la oposición a este nuevo cercamiento digital debe jugar a la mayor y no debe estar limitada por la geografía.

¿Dices que defiendes la red? Actúa en la red de verdad: olvida las fronteras, vuela al ciberespacio. El mundo es global, piensa en lógica post-geográfica.

En todos estos ámbitos se hace buena la máxima de los jugadores de mus: «jugador de chicas, perdedor de mus». En todos estos debates pedimos cosas que a corto plazo son realizables sólo parcialmente (como la reducción de la duración de las patentes, la ampliación del dominio público o buscar y desarrollar estructuras de red menos centralizadas). Pero que sólo sean realizables sólo parcialmente no es detrimento para cesar en el empeño. Ahora más que nunca, la defensa de la Red desde una perspectiva de red es una defensa ética.

El susceptible honor de sus graciosas majestades musicales, una vez más

Unas veces es la propiedad intelectual como excusa para la censura (y ése es el camino hacia La sociedad de control de la que tanto hemos advertido). Otras, los lobbies de la propiedad intelectual no encuentran cómo empuñar su arma preferida pero no se resignan a jugar a su deporte preferido: imponer a los demás qué pensar y qué decir (y, sobre todo, qué no decir). Ahí se recurre a cualquier otro argumento (como «infracción al honor» via GM.tv) para recortar la libertad de expresión.

Con Enrique Dans se puede estar de acuerdo o no, en algunas cosas o en todas, pero lo cierto es que esta demanda no se la merece. Y todos los que estamos en la Red y queremos seguir estando en libertad haríamos bien en mirarnos en su espejo. No es de recibo este tipo de demandas, no lo fueron en el pasado y (aunque esperemos que no haya motivos) no lo serán en el futuro. Lo irónico es que si Promusicae quería silenciar el tema, nos vamos a morir de la risa. ¿Dónde está Streissand cuando se la necesita?

No han entendido nada, y eso que no había que volar hasta California, con echar una miradita a las muchas muestras de amor espontáneo recogidas por Ramoncín como consecuencia de su susceptible honor (contra 20 minutos, contra El Economista, contra ABC). Y contra A las barricadas, contra la Frikipedia, contra Julio Alonso. Lo mejor que se puede decir es que fue portada en El Mundo Today (no todo el mundo lo consigue y más de uno parece buscarlo desesperadamente).

Promusicae demuestra que no ha entendido nada. Pero de eso hablamos otro día, hoy es momento de ir al grano y no hay otra cosa que decir: Enrique Dans cuenta con nuestro apoyo.

Cuando cerraron Megaupload dije que era un revival de hace una década que no tendría que haber sido noticia porque técnicamente está superado. ¿Qué podemos decir de una demanda como ésta a estas alturas? Es una acción violenta con formas anacrónicas en nombre de ideas del pasado. Y la víctima somos todos, porque con piedras como ésta se construye el túmulo de precedentes bajo el que quieren sepultar nuestra libertad de expresión.

La recentralización como fenómeno natural de Internet (y cómo detenerla, con Neutralidad)

¿Es posible que la herramienta de comunicación más libre y menos controlable que tenemos esté inevitablemente sesgado hacia la creación de nodos centralizadores que actúan reduciendo la libertad y facilitando el control? No sólo es posible sino que cada día es algo más evidente. Es lo que al menos desde 2007 venimos denominando la paradoja de Internet y, siendo breve, lo que nos dice es que el sistema de comunicación más parecido a una red distribuida que nunca hemos tenido está abocado a la concentración debido a su constante y frenético aumento de tamaño de forma que, si no se actúa activa y continuamente para frenarlo, evolucionará por sí mismo (y sin necesidad de mayores conspiraciones) hacia una fuerte recentralización de la Red. Pero aún hay cosas que podemos hacer para hacer de Internet ese nuevo mundo «más libre y humano que el que vuestros gobiernos han creado antes», que diría Barlow.

La web del futuro

Los grupos humanos persiguen y buscan liderazgos. Muchas personas prefieren delegar la toma de decisiones y confiar en otras y cuando alguien recibe (voluntaria o involuntariamente) el rol de depositario de esa confianza decimos que posee influencia, porque sus decisiones verdaderamente tienen un peso en el rumbo de los acontecimientos.

Esto no tendría mayores repercusiones si no implicara que, de facto, una Red nunca va a ser verdaderamente distribuida. Sea R una red que en un instante t = 0 no posee nodos que tengan una centralidad mayor que ningún otro nodo de la red, esto es, una red uniformemente distribuida en la que todos los nodos tienen el mismo peso y están conectados a un mismo número de nodos vecinos. Debido a la tendencia que tenemos las personas de buscar liderazgos, buscar aceptación social y formar grupos, en cuanto el tiempo comienza a pasar la misma comienza a evolucionar, siquiera lentamente al principio, hacia el establecimiento de un cierto equilibrio en el que algunos nodos serán aglutinadores de influencia y liderazgos. Por supuesto, el mantenimiento de esa influencia depende de la habilidad del nodo para conservarla, pero eso es otra historia. Lo que es innegable es que inmediatamente surgirán nodos que serán más influyentes que otros.

De lo anterior se deduce que la red distribuida ideal no existe (ni puede existir) más que como concepto. Por eso Antonio Ortiz las tilda de mito. Está en lo cierto pero su visión admite matices. Que un concepto sea inalcanzable e ideal no significa que no valga la pena intentar alcanzarlo. Pensemos en el concepto de mercado mericrático ideal: por supuesto, todos estaríamos mejor si se nos dieran oportunidades de trabajo y de éxito en función de lo que sabemos hacer y no en función de quién es nuestro padre, de cuanto dinero tenemos o de cómo de poderosos son nuestros amigos. Ese mercado meritocrático es inalcanzable, pero renunciar a ello equivale a darle todo en bandeja a las élites que llevan 500 años heredando la tierra, a los ricos por nacimiento de toda la vida. Con la red distribuida pasa igual: es ideal e inalcanzable, pero hay que intentar que la Red real que tenemos sea tan parecida a ella como resulte posible.

Pero volviendo a la cuestión del liderazgo, si la emergencia de liderazgos es natural e intrínseca a todo sistema humano, y considerando la paradoja de la concentración de Internet, la recentralización (si bien es un fenómeno impulsado deliberadamente desde diversos ámbitos) no es tanto el fruto de una conspiración como un fenómeno inevitable. Un fenómeno al que hay que poner barreras y límites, pero con el que hay que aprender a convivir.

Aprender a convivir con un sistema así equivale a lograr que permanezcan activos los sistemas que han de permitir superar situaciones en las que uno (o varios) nodos de la Red recentralicen la misma hasta tal punto que puedan (y deban) ser considerado un monopolio con todo lo que ello implica: por encima de todo, un monopolio posee la capacidad de distorsionar las reglas de juego a su favor, impidiendo la aparición de competencia o eliminándola arrastrando a la misma a una lógica de competición en la cual las ventajas competitivas no sean el talento y la capacidad de innovar sino el acceso a recursos intensivos en capital y la obtención de monopolios regulados por el estado (patentes y otras formas de propiedad intelectual).

El software libre tiene mucho que decir en este contexto. Todo en Internet tiene mucho que decir en este contexto, pero para que tanto el software libre como todo lo demás pueda expresarse libremente en la Red hay algo por lo que debemos luchar más que por ninguna otra cosa. Y el tiempo se agota. En La neutralidad de la Red (publicado en 2010) afirmé que una forma más sutil de romper la neutralidad de la Red no consiste tanto en filtrar el tráfico como en la centralización extrema de la misma. Cuando incluso los proyectos abanderados del software libre muestran peligrosos tics centralizadores la conclusión es obvia: el tiempo se agota y ya no vale la pena negar que es altamente probable de que el futuro que durante estos quince últimos años parecía inevitable se esfume como lo que fue, un sueño digital, sin llegar nunca a materializarse. Sin embargo, todo es posible: toma las riendas de la Red, no regales a los de siempre ni tu identidad digital ni tu capacidad para opinar y expresarte sin depender de que nadie valide tu discurso.

Un sueño digital es, ante todo, un sueño. Es materia de responsabilidad personal, la verdadera lucha de nuestros días es salvar la neutralidad de la Red.

Confianza y especialización

El progreso social contemplado con perspectiva histórica es un sendero de especialización. Internet, que en una mirada superficial parece suprimir la necesidad de especialización (al permitir conectar con proveedores de todo tipo), lleva esta necesidad de especialización un paso más allá. Cuando la conexión es global, p2p y masiva, la especialización alcanza un nuevo nivel, pues cuando hay menos lock-in y la competencia aumenta, sólo ser excelente te permite salir adelante en un entorno meritocrático.

La historia de la sociedad humana (y de un reducido número de especies más) es una historia de creciente especialización, de desarrollo de maestría a base de tesón y perseverancia. Es lo que Malcolm Gladwell denominó «la regla de las 10.000 horas» en su libro Outliers (2008).

En su libro más reciente (que nos dejó algunas ideas más que interesantes que venimos desgranando) Bruce Schneier describe cómo la especialización, y el enorme progreso que la misma hace posible, surge de la confianza y desaparece en su ausencia. Él pone el ejemplo de los leones de la savana. Allí, leones macho y hembra se especializan: unos van a cazar y otros cuidan la camada. Eso permite obtener cazadores expertos y cuidadores dedicados. Pero esa actitud es insostenible si no hay confianza: confianza de que el león que consiga una presa la compartirá tanto con la camada como con los cuidadores de la misma. La confianza de que esa camada a la que alimentaré realmente es mi camada.

El ejemplo no me termina de gustar, pero trasladémoslo a un ámbito más cotidiano: yo no sé fabricar zapatos, ni pan, ni vaqueros, ni teléfonos móviles. Ni vagones de metro, ni siquiera sabría cómo cuidar adecuadamente un patatal, de forma que produzca comida para todos. Pero soy bueno haciendo un par de cosas: me especialicé con un doctorado en fisicoquímica y láseres, y durante la última década me especialicé también en redes, en la influencia de Internet en nuestra vida y en la percepción que tenemos de nuestras relaciones sociales y nuestra intimidad.

Además de confiar en que alguien fabricará zapatos, pan, móviles y vagones de metro, aún tengo que confiar en que eso que yo sé hacer de forma excelente sea valioso para otras personas que posiblemente ni siquiera hacen vaqueros ni pan, pero saben hacer otras cosas y, al igual que yo, confían en una institución que emite moneda (y confiamos en que otros aceptarán esa moneda). Esta institución es un proxy de Dunbar y actúa como pegamento social que sólo solidifica de verdad cuando existe confianza.

Lo positivo de todo ello es que esta confianza nos abre las puertas de un desarrollo personal mucho más alineado con la ética hacker y (tanto a nosotros como a los demás) mejorar nuestra habilidad para llevar a cabo una cierta tarea. El cocinero cocinará mejor, el jardinero tendrá jardines más bonitos y el analista hará mejores análisis. Y todo ello requiere de una confianza base en los demás, en el sistema social que permite que convivamos.

Dando por buena la concepción de las 10.000 horas que hace Gladwell como el tiempo necesario para la adquisición de la maestría (sin la que es imposible que exista excelencia), algo avalado por el conocimiento acumulado sobre aprendizaje al observar la historia desde los gremios medievales a los pilotos de aerolíneas comerciales, una persona no puede hacerlo todo y, de esa forma, la negación de la especialización debe ser contemplada como una incapacidad para articular la confianza y el reparto eficaz de tareas que nacen de ella y la revalidan cada día.

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