Cuando hablemos de software, hay que recordar que la clave es la libertad

Decía Lawrence Lessig que el código es la ley, hace una larga década cuando publicó su Code and other laws of the cyberspace. Creó Creative Commons y hubo consenso en torno a sus palabras. Más o menos al mismo tiempo, y contemplando el mundo desde un ángulo muy diferente, Richard Stallman escribió otro libro que parte de una hipótesis similar: Free software, free society (PDF). Coincidiendo en el mensaje general, ambos, Lessig y Stallman, no podrían estar más lejos en sus formas: mientras uno estableció un entramado legal complejo y confuso (tanto que años después planean renombrar las licencias CC no libres para evitar ambigüedades) que amenaza con implicar el sentido de la restricción de copia en el ADN de la sociedad, otro estableció el marco práctico en el que habría de desenvolverse una sociedad que, dependiendo de infinidad de computadoras, quiera ser libre.

Eran años de soñar con entusiasmo el mundo digital que queríamos construir. El arrebato estatal contra Internet apenas había dado los primeros síntomas de lo que posteriormente fue (y está siendo) la sociedad de control y Barlow resonaba fresco en nuestra memoria con una cierta ingenuidad.

Actualmente, muchos han olvidado la lección que Lessig y Stallman enseñaron. La lección, como digo, es que en una sociedad digitalizada, el código es la ley. El que diseña la herramienta decide la lógica con la que se codifican las cosas en la misma. Dice Jaron Lanier que en su afán por encasillar forzadamente a las personas en «solteros, en una relación o buscando una relación», Facebook amenaza con eliminar esa infinidad de matices que nos definen como únicos y que las consecuencias sólo las veremos de verdad más adelante. En Facebook no puedes definirte como «nos estamos conociendo pero no hay nada serio (aún)», o «algo hay, y de verdad estoy guay, pero no sé… ¿novios? Vértigo». El código es la ley y por eso es Apple el que decide el modo en que los datos se sincronizan en su iCloud, al usuario resta el papel de escoger entre las opciones prefijadas por el programador. Igual que el usuario de Facebook podía escoger su «estado sentimental» de un limitadísimo menú desplegable (¡fuera matices que aún no sabemos cuantificar!). Poco importa que un dato erróneo sea aún más contraproducente que no tener el dato. Lo importante es que el diseñador del software decide cómo se comporta el mismo. Lo importante es que, aunque ya no esté de moda recordarlo, el código es la ley.

Digo que se ha olvidado porque cada vez más personas que otrora defendían al software libre han dejado de hacerlo. Muchos se compraron un Mac y se enamoraron, tal y como se definiera a sí mismo Miguel de Icaza en su blog, hace unos meses; Miguel fue figura destacada del software libre, en el pasado. El discurso migró primero de lo libre a lo eficiente. Linus Torvalds liberó Linux bajo GPL porque eso era lo más eficiente, no porque fuera lo más libre. Se habla del Open Source y el argumento es la eficiencia de innovación, pero no la libertad. Y si mañana descubrimos que lo más eficiente es usar un Mac, nos compramos un Mac. Y si ello implica que no nos dejen elegir qué podemos hacer con el software, así sea. La eficiencia como un becerro de oro al que adorar y en nombre del cual sacrificar libertades. Y bueno, es un factor importante, pero el foco debe residir en la libertad.

No me gustaría personificarlo en nadie (tampoco en Icaza). Cuando hace unos meses estábamos organizando la Drupal Camp 2012, se evaluó la posibilidad de hacer un track de charlas menos técnicas, más enfocadas a software libre en general desde el punto de vista de promoción del modelo y las libertades que confiere. Y se descartó casi por unanimidad; como suelo decir, quienes promovimos esa idea perdimos (aproximadamente) por infinito a 2. La comunidad de software libre está presente y sus logros son magnos, pero muchos de sus miembros están en honor a la eficiencia, y no a la libertad.

Y así nos va, con la Linux Foundation lanzando vídeos que ensalzan a Mac OS X. Mientras, a quienes vivían hace una década de vender contratos de migración a software libre a las administraciones públicas les encanta hablar del porcentaje de uso de software libre, con datos inflados hasta el absurdo de generar titulares que no representan en absoluto la realidad. Y las cifras son absolutas: «el navegador más usado, el sistema operativo móvil más usado y el software de servidor web más usados son libres», repiten quienes esperan que por repetir mil veces una generalidad, ésta se haga realidad. Olvidan todos ellos que no es exactamente así: que en los tres casos se trata de software libre con licencia blanda que es modificado y derivado en versión privativa por intermediarios que actúan parasitando el sistema como free riders que toman software libre y escupen software privativo, y que son estos derivados privativos los que ayudan a alcanzar esa cuota de uso. Si no lo entiendes, pregúntate a ti mismo por qué para controlar plenamente tu móvil con Android tienes que rootearlo (antiguamente habríamos dicho crackearlo, los términos cambian para definir algo que sigue siendo esencialmente lo mismo) bajo la amenaza de inutilizar tu dispositivo de forma irreversible.

Valora tu libertad o estarás condenado a perderla. «No me hables de política», responden los que no quieren aprender que hasta algo tan pretendidamente inocente como el precio del pan es una decisión política. Valora tu independencia en Internet o estarás condenado a usarla en condiciones precarias. «Déjame de idealismos» responden los necios que una y otra vez repiten la historia. Y sin embargo hay esperanza. Pero para ello hay que recuperar el discurso de la libertad. Si nos quedamos en la eficiencia, sea esta técnica o económica, cualquier excusa servirá para dar marcha atrás a los logros obtenidos, como vimos hace un año con la vuelta a software privativo de la Junta de Extremadura (que había migrado a software libre años atrás); también en Andalucía, la Junta volvió a SAP.

Hay que situar el foco en el empoderamiento que recibimos al usar software libre. Eventualmente, además, tendremos software más eficiente y posiblemente más barato. Pero la clave es la libertad adquirida. Poner en el centro la libertad reporta más beneficios (y eliminarla es más complejo) como bien saben en Munich, donde el balance de sus años de software libre es bien diferente: «la clave reside en el empoderamiento ciudadano más que en el abaratamiento de costes». «En lugar de invertir en software, hay que invertir en formación de comunidad», continúan. Puede parecer una odisea antimercado, pero nada más lejos: la comunidad así formada, así empoderada, y así consciente del valor que aporta este empoderamiento, está mejor preparada para sobrevivir a situaciones adversas. Y eso incluye adversidades en lo económico y adversidades en lo social. En la actualidad, no nos faltan ejemplos ni de un caso, ni de otro.

Para ello es necesario volver a hablar de software libre, sin tapujos, sin sonrojarse y sin miedo de que algún necio haga chistes sobre lo contento que está con su iPad. Situar a la libertad, a la adquisición de autonomía y al empoderamiento individual y comunitario en el centro de nuestros proyectos. Convertirlos en el objetivo y la escala con la que medir nuestro éxito, yendo más allá del simple ahorro monetario, aunque éste también sea importante para usar ese recurso escaso (el dinero) en cubrir necesidades que de otra manera quedarían descubiertas. Si recuperamos ese mensaje, el software libre tendrá opciones de recuperar el tiempo perdido y nuestra sociedad podrá ser más libre para programarse libremente, y no para que nos programen. Abstraído de su consecuencia, el argumento del software libre puede resultar frío, quizá incapaz de movilizar el corazón de nadie; contemplado de forma panorámica junto a la libertad que nos otorga, no debería dejar indiferente a nadie que tenga corazón. Solamente si soñamos un mundo más libre podremos, en un futuro, construirlo.

Estamos en 2012 y en muchos aspectos la alfabetización que se hizo a finales del siglo pasado se ha perdido en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Y sólo ahora (una década después) estamos cosechando las consecuencias. Por eso creo que ha llegado el momento de recuperar el discurso del software libre como condición sine qua non para una sociedad libre. Software empoderador para una ciudadanía empoderada. Software con lógica distribuida para no caer en la trampa de la Red que se pierde en la nube; aunque sepamos que la red distribuida no existe ni existirá, hay que intentar saltar un edificio para lograr saltar una tapia. Recuperemos el discurso del software libre como el medio liberador, empoderador, para obtener una sociedad digital más libre. Está en juego mucho más que un puñado de euros. ¿Qué mundo quieres tener dentro de diez años?

Servicios gratuitos en Internet y precariedad

Hay muchos matices a la afirmación que titula este artículo, pero sin duda esos matices son muchos menos si nos circunscribimos a un entorno como la web. En la web, lo que no pagas no te pertenece.

Desde ayer tenemos la polémica servida con los cambios en política de privacidad de Instagram. En breve: compartirán toda su info con Facebook y se guardan la propiedad de las imágenes, lo cual no resulta en absoluto sorprendente, pero de repente hay toda una ola de comentarios apocalípticos que ignoran lo fundamental: sabíamos que esto sucedería, y lo sabíamos desde el principio.

Como bien explicó hace mucho Bianka Hajdu en el blog de Cartograf:

  1. Con nombre de dominio propio somos completamente autónomos. Nuestro dominio es nuestro hogar, ese espacio en el que disponer la información como queramos.
  2. Si pagamos por un servicio web en el dominio de otro, somos inquilinos. Puede que tengamos que convivir con ese armario feo pero tan especial para el propietario, puede que resulte posible colocar algún adorno acorde con nuestros gustos, pero no tendremos mucho control. Nuestro contenido será accesible con las mismas URLs mientras sigamos pagando la cuota mensual o mientras nuestro proveedor siga en el negocio.
  3. Si usamos un servicio gratuito, en el mejor de los casos somos invitados a completa merced de nuestro anfitrión.

En el mejor de los casos, los servicios gratuitos te dejarán exportar tus datos y podrás cargarlo en otro sitio diferente, quien vaya a buscarlos a su antigua ubicación encontrará errores y para que te encuentren en tu nueva casa tendrás que volver a hacer esfuerzos y comenzar (en la práctica) casi desde cero.

No es el primer caso de servicio que toma medidas en este sentido y los usuarios se cabrean. De confirmarse en estampida masiva los gestos de hoy sería, y esto es lo lamentable, el primer servicio que debido a un cambio en sus condiciones de uso y privacidad es abandonado masivamente. Este mismo año Google y Microsoft hicieron cambios idénticos y agresivos, y no pasó nada. Y creo que ahora tampoco sucederá nada. Y, en cualquier caso, si el problema es la privacidad podemos aprender de Zuckerberg y si el problema es que el servicio hace lo que quiere con nuestros datos, podemos abrazar Internet y todo lo bueno que tiene que ofrecer y buscar un servicio propio con software libre, o al menos un servicio de pago que no pretenda ganar dinero con nuestros datos.

Y el que aún tenga dudas de por qué creo que no sucederá nada puede volver a leer el artículo de hace unos días (y los comentarios que allí hay) sobre dospuntocero tardío, recentralización y tabletización. En Instagram hay personas subiendo fotos que jamás usaron nada de lo anterior: no digo ya los blogs o la web de hace una década, sino Twitter incluso. Y son instagramer activísimos… y están tranquilos. Lo soportarán, lo cual no implica que haya que dejar de construir alternativas. Pero han de ser alternativas que permitan conciliar el futuro que soñamos hace 15 años con el entorno real en el que debemos construirlo.

[Actualización (2012-12-10): Tras la conversación mantenida en comentarios he actualizado el título a «Servicios gratuitos en Internet y precariedad».]

Google fuerza SSL en búsquedas desde Chrome

Google aún no confirma el movimiento, pero desde hace unos días todas las búsquedas realizadas a través de la omnibox de Chrome se procesan usando un canal SSL. Un nuevo movimiento agridulce: por una parte está bien la extensión de SSL, pero cuando lo hace Google, no podemos obviar todas las implicaciones del gesto.

Hace un año, Google ya dio este paso para los usuarios que habían iniciado sesión en sus sistemas, oficialmente por motivos de seguridad. En Google, SSL, seguridad y asimetría de la información comentábamos que:

«con este movimiento Google limita la cantidad de información que entrega a webmasters que hasta ahora podían saber qué términos de búsqueda dirigían más tráfico a sus páginas

Google amplía la asimetría de la información existente entre lo que ellos almacenan y lo que saben/sabemos los demás»

Pues ahora, más. Google es un amante celoso y no le vale con acumular toda esa información, además la quiere sólo para él. Los amantes y/o profesionales del SEO lo tienen un poco más complicado, toda vez que Chrome tiene casi un 36% del mercado (StatCounter de este mes) y no para de subir mes a mes en el último año. Y aún tengo pendiente hablar de Universal Analytics y el giro copernicano que ello supone… y lo que podría implicar para la privacidad de las personas.

Y todo ello, como comentaba, sin olvidar que en sí misma, la extensión de SSL es positiva, aunque ya sabemos que fue objeto de exploits (y seguro volverá a serlo).

Sobre dospuntocero tardío, recentralización y tabletización

Al hilo de The web we lost, un interesante post de Anil Dash, el minipost de Antonio titulado De los mitos de la web2.0 a la dictadura de los concentradores sociales me ha dado pie a dejar un comentario que ahora convierto en post por dos motivos: porque me quedó un poco tocho (decidí ignorar el capítulo de comentarios de la netiqueta blogger por una vez) y porque no puse enlaces a conceptos que mola revisar para entenderlo todo (no decidí saltarme la netiqueta blogger completamente y no spammeé demasiado).

Vamos, lo que llevamos años diciendo por aquí, pero si lo dice Dash mola…

Yo no creo que lo 2.0 se amparase en que «adsense pervirtió» nada. Vamos, eso lo he oído muuuy pocas veces y decir que esa es la percepción general es reinterpretar la historia.

La promesa del 2.0 era la promesa de la diversidad: gestionar tu agenda, las fuentes de las que te informas, la forma en que te informas. Prometía darte libertad para comunicarte con los otros sin intermediarios que merecieran llamarse medios, para informarte de las cosas que de verdad te incumben.

El problema es que los pioneros que veían eso obviaron un hecho: la mayoría de la gente no va a construir su propia red de fuentes, su propio sistema. El problema del RSS no es que no permitiera descubrir (en sí mismo, es una tubería por la que circula y se distribuye información… es la base de ese descubrimiento de información, si las personas lo usan bien e innovan sobre él), sino que las personas no estaban dispuestas a aprender lo que era. El RSS quedó para techies no porque fuera inútil o extremadamente difícil, sino porque había que aprender a usarlo.

De ahí que el «2.0 tardío» diera lugar primero a espacios tipo Meneame (frente a Del.icio.us) y luego a Facebook o Twitter, y que ahora todo lo que no sea una «app» muy bonita pero muy encorsetada lo tenga crudo para recibir reviews y visibilidad. La realidad es que hay personas usando Flipboard en su iPad que jamás leyeron ni leerán asiduamente blogs.

Porque la mayoría de usuarios que fue llegando a Internet veían en estas herramientas concentradoras unos sistemas que les permitía realizar una transición acrítica a lo digital, y es lo que estaban buscando al llegar a casa agotados después del trabajo: más de lo mismo, pero en digital.

No sé, de verdad… lo que dice Dash no es nada que no hayamos dicho ya mil veces otras personas, yo entre ellas. Y no cometemos el facepalm de tener comentarios de Facebook mientras lo contamos.

Más aún, ese tipo de evolución es lo natural en Internet y a menos que alguien venga con una idea disruptiva que cambie el modo en que nos conectamos, nada de eso va a cambiar.

Lo principal es hacer didáctica de que «otra Internet es posible»: más diversa, más empoderadora, menos centralizada y, en consecuencia, menos frágil ante los caprichos del intermediario.

Internet es un entorno en el cual la competencia es enorme pero el efecto red es aún más importante que en otros ámbitos. y eso favorece dinámicas de mercado perversas en la cual encontramos toda la meritocracia posible (gran competencia e innovación aparejada) y posteriormente un efecto «el ganador se lo lleva todo». Google innovó, revolucionó el mercado de búsqueda y moldeó el de la publicidad online, ganó miles de millones de dólares. Arrasó a la competencia, se lo llevó todo y más de una década después sigue estancado en una interfaz que es el equivalente a una consola de comandos. Ouch.

Stallman sobre la integración Amazon – Ubuntu: «es spyware»

Al hilo de la integración de Amazon en la nueva Ubuntu (cuyas ventajas y desventajas ya analizamos detalladamente en estas páginas), Stallman dice (desde las páginas de la FSF):

But there’s more at stake here than whether some of us have to eat some words. What’s at stake is whether our community can effectively use the argument based on proprietary spyware. If we can only say, «free software won’t spy on you, unless it’s Ubuntu,» that’s much less powerful than saying, «free software won’t spy on you.»

To protect users’ privacy, systems should make prudence easy: when a local search program has a network search feature, it should be up to the user to choose network search explicitly each time. This is easy: all it takes is to have separate buttons for network searches and local searches, as earlier versions of Ubuntu did.

Privacidad por una parte. Erosión del discurso del software libre por otra.

En Venture Beat sentencian:

Aside from the issue of how unusual it would be for someone to be searching their own computer for commercially-useful queries like “the beatles,” or “Lord of the Rings movie,” this is unlikely to satisfy privacy advocates.

Hacer el sistema intrusivo para un caso de uso altamente infrecuente es mala idea. Y el coste en privacidad también es mala idea.

Recomendable volver a leer el análisis que hicimos al respecto de la integración de Amazon en Ubuntu.

Bocados de Actualidad (154º)

Y ahí van otra vez esa colección de enlaces que no tuvimos tiempo (o ganas) de comentar durante la semana. La ronda centésima quincuagésima cuarta nos llega al ritmo de Shannon Wright, a quien pudimos ver en La Faena hace unos días.

  • Andrés Lomeña publica una interesante entrevista con David Graeber.
  • Dropbox como el paradigma de las herramientas que se usan en las empresas sin control del departamento de informática de la misma, en GigaOM.
  • En Cartograf una serie de artículos sobre empresa cuantificada, con justificación de decisiones y alguna explicación adicional.
  • Koen de Paus en su Google Plus sobre por qué Alemania se las ingenia para seguir produciendo cosas industriales. En una palabra: Research.
  • Buytaert y la extensión del plazo para la feature freeze de Drupal 8 hasta el próximo febrero.
    Hablando de gestores libres, mañana saldrá WordPress 3.5 y Technosailor nos dice 10 cosas que debemos saber sobre él. Lo cierto es que hacen un upgrade muy tímido.
  • Bianka Hajdu comenta los pasos de Coursera, yendo tras Udacity al ofrecer servicios de reclutamiento y selección de talento. El rival a batir en esa lid, en todo caso, es Linkedin.
  • Transformación Digital y ¿está la educación superior en un momento pre-Napster?
  • La UNCTAD (Naciones Unidas) sobre software libre.

Recordar que comparto muchos más enlaces casi diariamente en mi gestor de marcadores, y que hay un feed al que pueden suscribirse, que también comparto algunas cosas en Twitter y que publico notas breves y más variadas en Ad Astra Errans.

Aquí, Shannon Wright y su Avalanche en la gira de 2009 (año en que también pudimos disfrutar aquí en Madrid).

Y ya sabemos que los bocados son un saco, así que pueden dejar aquí ese comentario o ese enlace que en otro sitio sería considerado off-topic :)

No me cabe duda de que culparán a David Bravo

«Siento que la Comisión me pide que me abstenga de hacer algo que la ley no prohíbe, bajo amenaza de acciones legales de todo tipo. Se trataría en mi opinión del delito de amenazas del artículo 171.1 del Código Penal.

Por otra parte, estoy seguro de que la jugada les será de poca utilidad. No me cabe duda de que los medios de comunicación, cuando lean esto y vean hasta qué punto es capaz de llegar la Comisión para guardar en secreto la identidad de sus integrantes no descansará hasta conseguirlos, no pararán de llamarles y solicitarles los nombres por todos los medios a su alcance hasta hacerse finalmente con ellos. No me cabe duda de que los periodistas harán su trabajo. No me cabe duda.»

David Bravo, en El diario

(Las negritas las he puesto yo.)

David Bravo demanda a la «comisión Sinde» por amenazas. El problema actual no es que la citada comisión se encargue de hacer cumplir la tristemente famosa (y vigente) ley Sinde (también llamada Sinde-Wert, este señor se hizo pronto un hueco en nuestros corazones…), para la que hay poca alternativa que no pase por destruir el entramado artificial de restricciones que provoca la ley de propiedad intelectual actual por la vía del hackeo al sistema: creando contenido libre.

No, el problema es que lo hace de forma opaca y eso es inadmisible en democracia. Pero bueno, a mí tampoco me cabe duda que los periodistas, que ven su puesto de trabajo en peligro y necesitan justificar diariamente su rol de luz y guía de la libertad de expresión (y, de camino, que nos gastemos un eurillo -largo- en su periódico), harán su trabajo en favor de esa Internet libre para una sociedad libre. O quizá es esta Internet libre en la que cualquiera publica lo que quiere la que… nada, idea descartada. A mí tampoco me cabe duda de que cuando cierre el último periódico en papel (y no logren replicar el modelo en digital) los periodistas también culparán a David Bravo de la situación. Por pirata primero, y por intrusismo profesional después. No me cabe duda.

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