Creencias lujosas

Leo un artículo en el Wall Street Journal que firma Rob Henderson acerca de cómo las modas culturales de la élite mutan para seguir siendo, valga la redundancia, elitistas. Pone como ejemplo el creciente desapego a Hamilton entre el pijerío estadounidense cuando el mismo se convirtió en éxito de masas y todo el mundo pudo verlo en el salón de su casa sin gastar cientos de euros en una entrada para ver el musical en Broadway.

Esas son creencias lujosas – o ideas y opiniones que confieren estatus en la clase alta al tiempo que se cobran el peaje en las clases bajas. Evolucionan tan rápidamente que es complicado estar al día. Para estar por delante de todo ello, necesitas disponer de ingente tiempo libre o del tipo de trabajo que te permite pasar horas en Twitter. La clase trabajadora no dispone del tiempo para acumular ese capital cultural.

Para comprender los neologismos y las prácticas de la justicia social necesitas un título universitario en una facultad cara. Un ataque habitual sobre aquellos que no están completamente al día de la última moda es decirles que deben «educarse a sí mismos». Es una forma de descalificar a las personas con múltiples trabajos, que tienen niños a los que cuidar, y que no tienen el tiempo – o los medios – para leer el último libro de moda woke.

Está escrito en el verano de 2020 y me llama la atención el concepto de creencias lujosas porque es algo que maneja habitualmente Pedro Herrero en Extremo Centro, un podcast que últimamente tengo bastante abandonado.

En su día hablé del libro homónimo de Pedro Herrero y Jorge San Miguel por aquí, no obstante, y también comentamos acerca de las nuevas clerecías.

Cruzadas de la justicia social

La mejor forma de conseguir una cruzada en favor de una buena causa es prometer a la gente que tendrán la oportunidad de maltratar a alguien. Ser capaces de destruir con buena conciencia, poder comportarse mal y llamarle «justa indignación» a tu mal comportamiento – este es el colmo del lujo psicológico, el más delicioso regalo moral.

Aldous Huxley, Crome Yellow.

Visto gracias a un tuic de Velarde Daoiz.

Al añadir esta cita he visto que tengo otra también de Huxley glosada en este blog en el año 2008 y enlazando al entonces blog de Albert Rivera, en los tiempos en que este mi blog aparecía enlazado como parte de un diminuto blogroll de cinco o seis webs que Rivera enlazaba desde la suya. Ha llovido desde entonces, sí.

Arte, ciencia, belleza, y el sentido de las cosas

Estoy leyendo Do design: why beauty is key to everything de Alan Moore (Amazon). Es un librito muy breve que en cierto sentido me hace pensar en Las leyes de la simplicidad de John Maeda, que leí hace ya varios años.

El asunto es que en él se hace una defensa de la belleza en todas sus formas, sin dejar de lado los aspectos cotidianos de nuestro día a día. En aquello que sea el fruto de nuestro esfuerzo en el transcurrir de los días, por donde vamos pasando y dejando huellas. Algo que también nos hace pensar en el discurso de David Foster Wallace que ya he comentado por aquí alguna vez, que siguiendo la cadena nos remite a Viktor Frankl y la búsqueda de sentido para la vida.

En las propias palabras de Moore:

El acto de crear algo bello es el acto de traer algo bueno al mundo. Infundido de optimismo dice sencillamente que la vida vale la pena.

Tanto es así que hay enfoques bastante radicales, como el de William Morris, que va tan lejos como para proponernos no tener en casa nada que no sepamos que es útil o que no estimemos como hermoso.

Os cuento todo esto porque leía yo un articulito en Popular Science sobre los beneficios de la música metal, a la que quien ha leído este blog el tiempo suficiente ya sabrá que soy gran aficionado, y entre reseña y reseña de papers al respecto hay una frase de David Angeler que llama a recuperar un cierto romanticismo a la hora de afrontar el trabajo artístico y científico, invocando el espíritu de un tiempo en que ambas disciplinas no eran percibidas como mutuamente excluyentes.

Es ahí donde he pensado que las ideas sobre la búsqueda de la belleza en todas las cosas que hacemos es relevante. Incluso si estás con una labor tan mundana como la redacción de un documento, puedes dedicar un momento al final a dejarlo bonito tan solo por el gusto de hacer de su lectura, de su tiempo -el que invertirán leyéndolo-, un momento mejor. Al final, y volviendo a Wallace, es todo cuestión de actitud ante la vida, de hacer las cosas bien.

Personalización mal y publicidad molesta

La calidad de la segmentación en Google no es lamentable al nivel de otros grandes servicios, pero cada vez que voy a buscar algo de música me calzan un preroll de productos competencia de Jira.

No es que mi perfil no encaje con el público objetivo de esos anuncios, Google está en lo cierto en que sí encajo. Pero incluso en este caso, cabe preguntarse si no podrían además valorar el contexto. Una parte de mi vida orbita en torno a la gestión de proyectos y el desarrollo de software pero cuando estoy buscando música, y Google sabe perfectamente qué video estoy queriendo ver cuando me pone el anuncio, el dichoso anuncio es absolutamente incómodo hasta el punto de que el producto en cuestión me genera rechazo.

Esto ni siquiera es como el caso de Spotify y la publicidad como ransomware, ya que Google te permite pagar por espacio adicional en tu cuenta pero no para ver menos anuncios. Aquí es diferente. Los anuncios van metidos sin contexto, y algo no encaja con la cantidad de datos que tienen de los usuarios. O quizá es que los modelos de personalización que manejan son tan poco eficaces que la eficacia de no usar el modelo y meter el anuncio al mogollón, ignorando contexto, es superior.

La gran renuncia no existe más que como relato informativo

Poseídos por un adanismo en el que olvidamos sistemáticamente la experiencia de quienes vivieron antes que nosotros nos empeñamos en creer que nuestra generación es la primera en enfrentar ciertos retos. Por eso hay crisis generacionales que se repiten cada 15 años y cuyos protagonistas se empeñan en pensar que ahora sí el mundo es diferente y que son ellos los primeros en encontrar dificultades que llevan ahí afectando a los jóvenes desde que el mundo es mundo.

Un tema recurrente en los medios post-pandemia es el de La Gran Renuncia, traducción literal de The great resignation. Ese fenómeno por el cual la pandemia habría abierto los ojos de las personas y las personas estarían ahora abandonando su trabajo masivamente.

Más allá de la necesidad de los medios de comunicación de vender periódicos cada día y la necesidad de inventarse tendencias y fenómenos con los que rellenar aburridamente sus páginas, no hay tal cosa como una gran renuncia. Las personas no abandonan su trabajo para irse al campo a vivir comiendo las cebollas que ellos mismos cultivan porque dos años de teletrabajo les hayan proporcionado una suerte de autoconocimiento interior y se hayan hartado del sistema. (De horizontes realistas para el teletrabajo hablamos hace tiempo, por cierto.)

No, las personas están cambiando de trabajo. No sé van a vivir al margen de la sociedad, sino que cambian un trabajo por otro. Y no se van todos, sino que lo hacen en sectores que tienen más facilidad para abrazar el trabajo en remoto, para intentar beneficiarse de esa competencia adicional por el empleo cualificado.

Si prestásemos más atención a lo que ya ha sucedido en otros momentos históricos veríamos que ni siquiera es la primera vez que está rotación es alta. Joshua Freeman en Behemoth, una historia de la fábrica y la construcción del mundo moderno narra lo siguiente acerca de las cadenas de montaje de principios del siglo XX:

Cuando Ford introdujo la cadena de montaje, la extraordinaria rotación de personal se sumó a la dificultad de la empresa para satisfacer su creciente necesidad de trabajadores. La rotación de personal era un problema generalizado en la industria estadounidense de finales del siglo XIX y principios del XX. Los trabajadores cualificados eran fieles a su oficio, no a su empleador, y a menudo cambiaban de trabajo para aprender nuevas habilidades o probar un entorno diferente.

Joshua B. Freeman, en Behemoth

En el sector tecnológico y de software hay mucho de esto. Los trabajadores cambian de proyecto cuando el que tienen les deja de resultar intelectualmente estimulante. Aprovecharán y renegociarán condiciones al alza con su nuevo empleador, obvio, pero no sé van por el salario: no son mileuristas y podrían ahorrarse la molestia. Se van cuando no sienten que el proyecto les enriquece en términos de aprendizaje, y eso incluye a veces la falta de oportunidades para progresar hacia otros roles profesionales, pero no es siempre asi y no es un tema estrictamente monetario. Visto lo visto, quizá tampoco sea un tema estrictamente nuevo.

Lean más libros, preferiblemente si no son novedades editoriales y parece que soportan bien el paso del tiempo, y menos periódicos necesitados de clics diarios cuya información mañana estará desfasada. Esto último es una idea que mencionamos también al hilo de Fooled by Randomness de Taleb.

La UE quiere regular la seguridad de los dispositivos IoT

Leo en Bandaancha que la UE está preparando una norma para regular la seguridad de los dispositivos conectados a Internet.

Entre otros datos técnicos, se dice mo siguiente:

La seguridad del dispositivo tendrá que garantizarse además durante todo su ciclo de vida, lo que obligará al fabricante a seguir lanzando actualizaciones de seguridad a medida que se descubran nuevas vulnerabilidades.

Más allá de que habrá que ver cómo se define y acota ese ciclo de vida, esto es, a partir de qué fecha se considera más allá de su ciclo de vida y el fabricante no está obligado a proveer parches de seguridad, la realidad es que esto conlleva un coste postventa relevante.

Esto enlaza con la idea de que las suscripciones serían clave para acceder a esos parches.

Si la regulación obliga a dar el servicio a todo el mundo, los fabricantes podrían tener difícil cobrar una suscripción básica, pero el coste no desaparece y lo que no podemos dudar que sí harán es trasladar el coste de obligado soporte durante su ciclo de vida al precio de los dispositivos.

Porque nada es gratis, tampoco el soporte obligatorio vía regulación europea.

LinkedIn como el canario en la mina de la publicación de contenido

Ni 4chan, ni Forocoches, ni TikTok, ni nada por el estilo. La web más salvaje del momento es LinkedIn.

La transformación de la Red en los últimos veinte años la hemos visto todos y el efecto en los más jóvenes lo explica muy bien Antonio Ortiz cuando destaca que para los más jóvenes no hay publicación ingenua de contenido, que ya todo apunta a construir perfiles con gran audiencia con las que ganar dinero en algún momento.

Si hay un sitio donde los viejóvenes boomer se comportan igual que los adolescentes en sus servicios, ése es LinkedIn. El sitio donde todo lo que se publica persigue exactamente lo mismo que en el caso de los más jóvenes, monetizar antes o después.

Esto lleva a situaciones loquísimas como que en mitad de la pandemia que ya empezamos a dejar atrás, mientras moría la gente por decenas de miles y el resto estábamos encerrados en casa, no sólo no cesó el señalamiento de virtud sino que hasta se acentuó: el orgullo por ser seleccionado para un nuevo reto profesional estupendo, las excelentes certificaciones, las nuevas oportunidades, los post vomitivo de autoayuda estilo Paulo Coelho de todo a cien, o la republicación de memes ya muy manidos, el del cesped pisoteado y la UX, o las encuestas facilonas pidiendo likes si piensas que tendrían que dar el salario en las ofertas.

Todo lo más estupefaciente del comportamiento humano al alcance de tu mano en una misma web, y no es ni 4chan ni Forocoches, sino una web pretendidamente seria y profesional.

Es la máquina de mentir que no para. Mira qué proactivo y qué creativo soy, te lo demuestro copiando un meme que he visto en el perfil de un gurú de tres al cuarto.

Como digo, creo que ninguna otra web no usada por adolescentes captura tan bien el espíritu que los más jovenes imprimen a su concepción y uso de la red. Y si LinkedIn es el ejemplo de a dónde nos dirigimos en lo que a publicar contenido en Internet, la cosa está muy podrida.

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