No pocos planes públicos sobre los que vamos conociendo detalles y enfoques centran sus esfuerzos en «buscar» un tipo concreto de Startup con gran potencial, lo que denominan «Empresas de rápido crecimiento» con el objetivo de darles un trato preferente y permitirles florecer, dando como fruto (y sólo en casos excepcionales) unas decenas de empleos, pues se da por hecho que sólo una vez cada varios años emerje a nivel global un nuevo Google o un nuevo Yahoo! capaz de generar cientos o miles de empleos.
Resulta cuando menos contraintuitivo que si buscan empresas que crean empleo para provocar un cambio social consecuencia del empoderamiento de las personas se centren en «empresas de rápido crecimiento» que requieren una enorme inversión de capital por cada empleo creado. A menos que lo que se persiga sea la emergencia de una marca reconocible. Una marca que asociar a una comunidad imaginada, típicamente nacional. Apoyando a los proyectos de la base de la pirámide, con vocación artesana, es más improbable que surja esa marca global asociada a una nación, aunque las calles se vean más vivas que nunca y en ellas la nueva clase media anadee vestida con colores arrogantes por un sinfín de pequeños negocios que compitan entre si.
Al final resulta como si el sueño americano no fuera ése en el que un hombre se hace a si mismo, no basta con eso. El sueño americano es salir del Bronx y llegar a la planta 83 de un rascacielos en NYC. No se trata de salir del Bronx montando un puesto de perritos y a los 4 años tener una cadena de 15 que cubra media ciudad y cree 70 empleos y te dé una vida cómoda. Se trata de ser «triunfador» como en el cine, no como en la vida real y es posible que ese enfoque sea el que hace que muchos programas públicos se lastren empantanándose en la búsqueda de esa startup revolucionaria que sirva para que una cierta comunidad imaginada se contemple a si misma en una absurda representación en la que otra aplaude el éxito arrancado a las personas reales y atribuido a esta comunidad imaginada por la misma metonimia nacionalista que sirve para invisibilizar y minimizar a las personas.
Lo verdaderamente revolucionario es, al final, despojarse de ligaduras constrictoras que condicionen el enfoque de nuestros esfuerzos complicando la resolución del problema real, que no es otro que el de emancipar a las personas y las comunidades reales que componen, darles la autonomía y la capacidad de desarrollarse en el único terreno en el que podrán estar en igualdad: el mercado.
[Escribí este post originalmente en marzo de 2011, para la bitácora de El Arte de las Cosas.]