Durante años pasé el día entero en la biblioteca de mi facultad, desde la apertura al cierre. En ese ecosistema emergían relaciones y vínculos que, en algunos casos, perduran hasta hoy.
Cuando se acercaba el final de la licenciatura y tenía menos carga de estudios, comencé a no ir diariamente a la facultad. Ahí tuvo lugar el cambio del que hoy quiero hablar: perdido el trato diario con muchos de los cohabitantes de la misma, cada visita a la biblioteca de la universidad se convertía en una retahíla de saludados y saludantes con los que charlar unos minutos. Perdida la rutina y la certeza de que mañana estaría allí para ponernos al día, todos intentaban irse con su pájaro en mano tras haber dicho hola.
El impacto sobre el rendimiento de estudio resultaba evidente y, a modo de profecía autocumplida para quienes temían no verme al día siguiente, terminó conmigo acudiendo a otra biblitoeca donde no conoc’ia a apenas nadie y más cercana a casa, la Biblioteca Provincial en donde también estudiaba mi amiga Ana, que falleció hace ya una década, pero de eso no hablaremos aquí.
Presentada la situación y con el spoiler contenido en el título ya vislumbrarán ustedes dónde vamos a terminar este artículo. No es la primera vez que hablamos de teletrabajo en estas páginas. En una de nuestras notas incluso avisábamos de que el modelo híbrido tenía virtudes, incluso un tanto aristotélicas, al combinar los dos extremos de trabajo presencial o remoto.
Lo que no supe anticipar en aquel momento es que al experimentar el modelo híbrido (y tengo la suerte de que en mi caso es bastante generoso, acudo a la oficina con absoluta flexibilidad, lo que se traduce en ir normalmente un día a la semana) iba a tener esta constante sensación de estar en el primer día de clase, ése en el que tras una larga pausa veraniega uno iba a clase sin libros y se dedicaba a saludar a los amigos. Ir a la oficina un día cada muchos es ir a la oficina de visita, siempre hay alguien a quien saludar, con quien ponerse al día.
De si las oficinas se han convertido en coworkings sobredimensionados en los que todas las reuniones se intermedian por videoconferencia porque siempre hay alguien en remoto también hablamos otro día, si les interesa el tema. Avisen en comentarios si quieren.
Por hoy lo dejamos en esto: el modelo híbrido es muy bueno para combinar presencialidad y flexibilidad, y permite configurar equipos eficaces. De ese beneficio se recoge un mejor trabajo en equipo en general, con la particularidad de que los días de ir a la oficina son menos productivos que aquellos en que nos quedamos en casa.
Es inevitable que eso genere una tensión entre el querer ver a las personas, el temor a no avanzar lo prioritario, y la tentación de sacrificar una cosa por la otra y terminar no teniendo ninguna de las dos. Habrá que aprender a vivir con ello.
En mi experiencia un día a la semana que este más o menos dedicado a socializar con el resto de compañeros no perjudica la productividad. Es más, creo que esta conexión es la que facilita que el trabajo en remoto funcione mejor (se generan los lazos de confianza que facilitan la comunicación).
Llevo bastante tiempo disfrutando del tipo de flexibilidad que comentas y le veo muchos beneficios. Cuando he estado desconectado, e.g. después de unas largas vacaciones, me ha venido fenomenal prácticamente a diario para re-engancharme al proyecto. También he pasado semanas sin pisar la oficina cuando estaba focalizado en un asunto concreto. Lo más normal es que vaya 1-2 días a la semana (normalment los «tranquilos»: lunes y viernes) en los que socializo pero también saco trabajo adelante.
No te falta razón, de hecho yo lo asumo con alegría, pero puntualmente tienes que hacer algo con cierta urgencia y como te toque el día en que has quedado para ir a la ofi con el equipo se te pone cuesta arriba de inicio.
Ese ritmo que propones es el que yo más o menos sigo. Lunes casi siempre, miércoles a veces, pero también viernes aprovechando que terminamo a la hora del almuerzo y así puedo hacer algún plan para después :)