Inventado mucho antes, fue con ocasión de la guerra de Crimea que el telégrafo se extendió hacia el este de Europa y Asia, generando una primera globalización gracias a esa primera red de comunicaciones en tiempo real que Tom Standage denominó La Internet victoriana en su clásico libro de finales de siglo pasado.
Con la llegada de Internet y la sucesión de cambios que vienen (y no paran de llegar) tras ella, se convirtió en lugar común eso de que el mundo se acelera sin remedio: que los cambios son y serán cada vez más rápidos, y la globalización será definitiva y, en fin, global. Teorías simples y algo ingenuas que convierten este relato con el tiempo en un lugar común tan vacío como persistente y difícil de esquivar. Como Internet se populariza en la década tras la implosión de la Unión Soviética, se añade a esta simplificación de la percepción del mundo aquello que no hay lugar para las ideologías porque todo es y va a ser economía de mercado. El fin de la historia de Fukuyama, escrito en 1992, como mejor exponente de esta valoración equivocada.
Hoy sabemos que Fukuyama patinó, y todos los que le siguieron sin fijarse patinaron también en el mismo suelo mojado. Mistakes were made, nadie admitirá que se equivocó.
Mistakes were made porque dos décadas después de que Internet se colara en nuestras vidas podemos ver cómo Rusia ha recuperado sus aspiraciones imperiales e intenta materializarlas día a día. Se observa así mismo que con el advenimiento de la crisis económica de la última década las ideologías están más vivas que nunca, y que al sedimentar en actitudes políticas decididas tras varios años de eslóganes declarativos sin trascendencia real resultan ser las mismas ideologías que fueron populares en la primera mitad del siglo XX, con muy pocos o ningún cambio en el fondo pero más sofisticadas en la forma.
Que existe en toda Europa una radicalización ideológica a izquierda y derecha es ya evidente. Dejando de lado como cada uno de estos movimientos gusta ser llamado, las propuestas y el mensaje de ambos extremos es fácilmente identificable con el mensaje que a primeros del siglo XX desarrolló y aupó en gran parte de Europa gobiernos totalitarios en nombre del fascismo mientras el otro extremo desarrollaba y aupaba al poder a gobiernos también totalitarios surgidos de revoluciones comunistas. Entre ambos trajeron al mundo los regímenes más atroces y las guerras más sangrientas de la historia reciente del continente. Y como nota a veces olvidada, ninguna de estas tipologías de totalitarismo defendía «el capitalismo» ni las economías de mercado, sino todo lo contrario en ambos casos.
El asunto es que la historia nos enseña que fueron la pobreza y las expectativas vitales incumplidas tras la primera guerra mundial lo que dio alas a ambas radicalizaciones. Hoy en día la pobreza no es ni de lejos lo que fue. Pero la gestión de expectativas… ésa es otra historia.
Aquí es donde entran en juego las corrientes de «desafectados» que en Estados Unidos empiezan a denominarse como «the left behind» (los dejados atrás). Todos aquellos que no se han enganchado a esa nueva forma de trabajar en la economía globalizada y digital en que estamos viviendo y que no tienen acceso a los mejores salarios (aunque puedan salir adelante con su vida), mientras perciben a esas nuevas élites profesionales como los culpables de que ellos no tengan algo más. Jesús Pérez ha dedicado dos buenos artículos a este fenómeno y recomiendo su lectura.
El resumen acelerado del fenómeno es que hay una gran cantidad de personas que se sienten «dejados atrás» por esta sociedad que se ha enganchado a un viaje digital en el que ellos no cogieron asiento, y este grupo social apoya a populismos pseudofascistas (el pseudo es por suavizar, claro), que pueden venir representados por Trump en Estados Unidos o Front National / Alternative für Deutschland en la Unión Europea. Como contraparte tenemos a quienes sí se engancharon a esa globalización digital y defienden a candidatos «anti-establishment» apoyando populismos pseudocomunistas (más pseudo- como sustituto de vaselina) tras el rostro de Sanders en EEUU o Iglesias en la UE. Estos candidatos y quienes los apoyan no son altruistas ni tienen especialmente buen corazón (buena gente las hay de todos los signos, en todas partes): defienden romper con las élites establecidas sobre todo porque se saben miembros de la nueva élite alternativa que copará el poder si consiguen echar a los otros. Por si alguien no lo recuerda, Marx vivió toda su vida en un palacete burgués con personal de servicio, mantenido por su amigo Engels mientras él no daba un palo al agua. Su único incentivo para repudiar a las viejas élites nobles en nombre de la «meritocracia obrera» (de aquella meritocracia, estos sindicatos, pero dejaremos ese debate para otro día) era que él aspiraba a ocupar el lugar de alguno de esos expulsados del poder, y no que él fuera especialmente de clase obrera.
Estos dos grupos de personas que apuestan por posiciones extremas de izquierda y derecha son minoritarios a día de hoy en un sentido estrictamente demográfico, pero hegemónicos en cuanto a influencia de discurso y atención mediática. Ante la aparente novedad, y la profusión de declaraciones exageradas y llamativas resulta harto sencillo para todos ellos captar la atención de los medios, y consecuentemente de la población. Por lo que si nada cambia, creo que es sólo cuestión de tiempo que ambos extremos dejen de ser minorías demográficas.
Volviendo al telégrafo. Se popularizó a mediados del siglo XIX, y unos años después Marx comenzaba a trabajar en El Capital, que no sería publicado íntegramente hasta 1897, ya con el bueno de Karl criando malvas. Un par de décadas después Europa viviría los momentos más negros de toda su historia reciente aupados por personas que en muy poco se diferenciaban de esos dos grupos que hoy, un par de décadas después de popularizarse Internet de forma masiva, son capaces de defender sin pestañear los guiños totalitarios, xenófobos, y escalofriantes, de Le Pen e Iglesias, por poner dos casos más cercanos que los de Trump y Sanders.
Quizá sea verdad, después de todo, que Internet acelera ciertos cambios sociales y que no haya que esperar 60 años para que una nueva generación se sienta iluminada lo suficiente para poner en el poder a gobiernos fascistas y comunistas a lo largo de Europa. Por una vez, espero que ésa promesa de Internet también sea errónea y no llegue a darse el caso. Pero tengo la sensación de que la fruta está madura. Por supuesto, nadie tendrá la culpa, como en esas encuestas en las que nadie recuerda haber votado a un cierto partido cuando ya está uno cabreado con el gobierno al que quizá habían aplaudido a ovación cerrada no hará mucho atrás (quizá en una escena parecida a la que en el cine convirtió al senador Palpatine en Emperador). No será culpa de ellos, por supuesto. Mistakes were made, dirán.
Bravissimo
Mi relectura de «el mundo de ayer» me produjo mucha desazón y escalofríos con esos paralelismos que comentas. El peor, que «no se puede estar peor que con la república de Weimar»
Lo triste es que la «generación más preparada de la historia» (como sabes, la más titulada, que no es lo mismo) no pueda emplear su presunta formación en hacer paralelismos groseramente obvios
Sería muy deseable un poco más de espíritu crítico, sin duda. Pero llegados a ese punto en el que ya no espero que el espíritu crítico o la responsabilidad personal se manifiesten, sólo me interesa comprender mejor el fenómeno para intentar anticiparlo y tomar decisiones. No es un enfoque muy optimista, supongo.
Mira, Peter Urchin también analiza esta situación desde una óptica demográfica
Muy interesante, a ver si saca ese otro artículo que promete dedicar a lo que denomina «popular immiseration», a ver qué enfoque le da :)
¡Muchas gracias por el enlace!