Muchas escuelas se sienten en la cresta de la ola de una revolución tecnológica y mental que conduciría, de forma inevitable, a un mundo completamente distinto, con un ser humano supuestamente nuevo, con formas supuestamente inéditas de aprender. No se contentan con mirar al futuro, quieren contribuir a su creación. Están convencidos de que hay una forma de conseguirlo: desafiar todo lo que la escuela ha sido hasta ahora. No es una idea ni buena ni nueva. Sin embargo, si hacemos caso a los datos, tendremos que tener muy en cuenta que, según un reciente informe de la Information Technology and Innovation Foundation (ITIF), el 55,7 % de los innovadores de verdad, los que realmente producen innovaciones, no ocurrencias, tiene un doctorado; el 21,8 %, un máster; y el 19,6 %, una licenciatura. Más de la mitad son ingenieros. El 57% trabaja en empresas con más de 500 empleados, mientras que un 12% lo hace en compañías que tienen entre 100 y 500. La imagen romántica del innovador como un genio solitario que tiene hilo directo con las musas conviene, pues, ponerla en cuarentena. Además, tienen una edad media de 47 años, es decir: llevan mucho tiempo preparándose, estudiando y trabajando. Quizá lo más llamativo sea que el 46 % son inmigrantes o hijos de inmigrantes. ¿Será eso lo que explica su ambición?
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Se diga lo que se diga, un buen currículo sigue siendo útil para llegar a ser un innovador y si, por las razones que sean, o se alcanza ese sueño, no viene nada mal para ganarse la vida honradamente como técnico competente.
Gregorio Luri, La escuela no es un parque de atracciones.
El relato del dinero, la innovación, y el emprendimiento que hace el periodismo tecnológico de todo a cien gusta de destacar como tal o cual fundador no terminaron sus estudios.
Lo mismo sucede con las nuevas pedagogías con exóticos nombres de pedagogos, algo que más que rigor científico transmite falacia de autoridad. Pedagogías que rechazan los métodos tradicionales (hincar codos) en favor de cosas como fomentar la creatividad y la curiosidad, como si la curiosidad no fuese precisamente consecuencia del conocimiento. ¿Hasta qué punto te puede interesar algo que no conoces? ¿No es el entender cómo funciona parte de lo que nos atrae y nos anima a profundizar?
Es un discurso absolutamente tramposo y dañino para los jóvenes. Mil veces más preferible es soñar el futuro gracias a la ciencia ficción que al relato facilón de unos medios que solo se dedican a repetir como cacatúas cifras millonarias de fusiones y adquisiciones. Y me gustó mucho este pasaje del libro de Gregorio Luri que ya he podido finalizar, que es de lo más interesante que he leído en varios meses. Ya dejé un pasaje hace unos días, y prometo traer más.
La suma de los datos anteriores me hizo recordar una frase que siempre repetía Jose Ignacio Goirigolzarri en el tiempo en el que trabajé con él: la innovación no es un suceso, sino un proceso. No es algo que pase por casualidad, como por arte de gracia, sino algo a lo que llegamos metódicamente aunque por caminos no lineales cuando dedicamos ingentes horas de trabajo a buscarla.
Me gusta lo de metódicamente por caminos no lineales. Así lo he vivido yo.