Esta semana se descubrió que Cambridge Analytica, una empresa de estudios de mercado, accedió al perfil de más de 50 millones de usuarios de Facebook y usó esta información para influir sobre ellos en el periodo pre-electoral de Estados Unidos. Lo cuenta bien The Guardian.
Como quiera que dicho proceso electoral está actualmente bajo escrutinio de la opinión pública estadounidense mientras se elucidan los supuestos vínculos entre el actual presidente y ámbitos de influencia de Rusia, este tema ha sido tratado por Facebook como una crisis mayor y ha cortado de raíz con Cambridge Analytica, suspendiendo sus cuentas.
Sin embargo, en este proceso Facebook sigue diciendo que no ha habido fallo de seguridad y que Cambridge Analytics ha accedido y usado esta información acorde a las normas pero de mala fé, sin darse cuenta de que eso es lo verdaderamente preocupante.
Facebook es, junto a Google, el mayor exponente de ese modelo de Internet gratis con publicidad que tanto daño ha hecho a la Red, y que tan poco nos gusta a algunos.
Este intento de descargo de responsabilidad por parte de Facebook es más revelador de lo que parece, porque estaría indicando que la propia naturaleza y el modelo de negocio de Facebook lo que representan un problema para nuestra seguridad (Cambridge Analytics habría pagado por acceder a esos perfiles como puede pagar cualquiera, justificando el acceso en base a supuestas investigaciones sociológicas). Conviene recordar, a este respecto, el reciente artículo de Om Malik sobre por qué Facebook no puede cambiar. El problema de Facebook no es que su modelo de negocio no sea rentable, que lo es y mucho, sino que el mismo requiere acaparar una cantidad gigantesca y creciente de información personal de todos nosotros y luego poner dicha información a disposición de cualquiera que pague. Diez años hace que escríbimos la vida privada como producto, antes de que Lanier, Morozov, o Rushkoff pusieran de moda en los ámbitos más cool.
Esta es la Internet que tenemos, y cambiarla no va a ser sencillo porque los servicios gratuitos, aunque tengan publicidad odiosa y sean invasivos, tienen el efecto red a su favor.