Esta semana hubo muchas protestas contra la propuesta de la UE de endurecer el copyright en entornos digitales, propuesta que contemplaba que cualquiera que ofrezca a usuarios la posibilidad de subir ficheros a sus sistemas, debe también incorporar un filtrado automático que impida (o, al menos, lo intente) la violación de derechos intelectuales mediante el uso de material protegido sin la licencia pertinente. Una de las más llamativas protestas fue la iniciativa de Wikipedia de cerrar su versión española e italiana durante 24 horas.
Finalmente, el europarlamento rechazó ayer en votación la propuesta de reforma del copyright, algo ante lo que muchos se han apresurado a celebrar.
Yo lamento no ser tan optimista, llevo demasiado tiempo siguiendo estos temas para pensar que lo de ayer es una victoria duradera.
Para empezar, la mayor: el histórico de la Comisión Europea y el Europarlamento no es de conformarse con lo que salga en una votación. Si hace falta la CE volverá a relanzar su reforma, cambiará una coma en un artículo y dirá que es una propuesta nueva. Si falla de nuevo, habrá otro intento más adelante. Es lo que aquí hace una década llamamos el síndrome de la gestapo, aunque en ese viejo post hay ideas mías de entonces que ya no comparto.
Ese modo de operación, y ese síndrome de la Gestapo, se explican porque la iniciativa legislativa recae en la Comisión Europea. Esto es, las propuestas de directivas, normas, regulaciones, y demás, provienen de ella, que las pasan al europarlamento para que vote; pero los temas sobre los que trabajan llegan al parlamento desde fuera. La CE no es elegida democráticamente, es un club privado de ministros donde cada gobierno pone a dedo a su candidato y cada país tiene exactamente los mismos ministros (llamados comisarios) independientemente de lo mal o bien que gestionen. En consecuencia, su agenda responde aún menos de lo normal (aún menos que la de los parlamentos nacionales, o la del propio europarlamento) al interés de los ciudadanos, y mucho más al de los Estados miembros, y por simple transitividad los de los lobbies que los adulan.
Para terminar, la menor. Ayer había quien ponía en boca de expertos que lo positivo de la victoria del europarlamento de ayer es que cualquier versión futura de la norma al menos eliminará la necesidad de filtrado automático. Este enfoque es absurdo por una sencilla razón: el filtrado manual es inviable hoy, y será más complicado conforme pase el tiempo (mayor cantidad de obras que cotejar, y contra las que cotejar). Por contra, el tiempo juega a favor del filtrado automático: los algoritmos hoy pueden ser malos, pero si algo hemos aprendido estas décadas es que el software no para de dotarse de nuevas capacidades conforme la capacidad de procesamiento disponible va aumentando. Así que no: o se destruye esta reforma por completo y de raiz, o en el futuro habrá inevitablemente filtrados automáticos por ley; ya que el filtrado manual no escala.
La versión larga de lo que la imposición de este tipo de filtros conlleva para la competencia lo dejamos para otro día, pero la respuesta corta es que si eres una PyME, o una startup, que la ley te obligue a dedicar recursos (bien vía I+D, o bien vía pagar licencia) para una labor accesoria que no se alinea con esa misión central con la que das servicio a tus clientes, te pone en desventaja frente a las empresas más grandes que pueden dedicar esfuerzos a adaptarse a la normativa con un impacto mínimo en sus niveles de servicio. Luego nos podemos quejar de por qué en la UE no hay ni una sola empresa entre las 15-20 más grandes del momento, y ni un solo servicio de Internet de primer orden, pero es que no recuerdo la última vez que se aprobó una norma que facilitase la vida a las empresas que están comenzando en lugar de ponerles palos en las ruedas.