«Más que halagarme, me inquieta que mis obras se estudien en las escuelas. Los niños tienen el derecho a encontrar sus propios autores, y yo quiero ser ese autor, no el material de un programa de curso.»
– Neil Gaiman, en una entrevista reciente.
Muy claro Gaiman. Me recordó una historia personal. Cuando estudiaba en el instituto, teníamos un año de literatura española en el que había que leer un montón de libros clásicos que a mí no me atraían en absoluto. De El quijote a El libro del buen amor, Lazarillo de Tormes, y un montón de títulos que ni recuerdo, sobre todo porque jamás los leí. En principio, para pasar aquel curso era obligatorio leerlos, y sin embargo, yo pasé sin leerlos. Lo hice porque el que fue mi profesor sabía que yo no leía esos libros pero leía inagotablemente muchas otras cosas, aunque no formasen parte de siglo de oro alguno. Yo pasé ese curso sustituyendo aquellos legajos por comentarios sobre Eduardo Mendoza, por poner un ejemplo, que seguramente no pasará a la historia pero era mucho más divertido de leer a mis quince años. El profesor entendió que lo importante era que leyera algo, permitió que yo siguiera leyendo los libros que andaba leyendo, a los que había llegado por mí mismo, y yo pasé ese curso sin cumplir el requisito declarado del mismo.
Por supuesto, el derecho a encontrar sus propios autores llega mucho más allá de una escuela. En Internet, hay toda una pugna por controlar ese «descubrimiento» de autores a los que queremos leer, porque todos quieren determinar qué vas a leer. El RSS nos desintermedia, pero está siendo dado de lado por la industria (el último caso es Linkedin, que lo hará dentro de apenas 3 días) dificultando, paradójicamente, el descubrimiento de las opciones que éste abre por parte del gran público.
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