Mi primer blog, que ustedes no leerán, surgió como un experimento de escritura, un juego junto a varios amigos en el que escribir cada uno en su rincón, que entonces aún más que ahora estas cosas eran personales, y donde la estética era una componente relevante. Allí no se iba a únicamente comunicar, allí se iba a escribir. Hay un matiz. De aquello hace casi veinte años, pronto dará para tango.
El caso es que el otro día animado por un siempre interesante post de Gonzalo en uno de los pocos blogs que sigo disfrutando al leer dejé un comentario cuya forma intenté cuidar, alentado por la cuidada forma con la que está escrito el post original y tomando la oportunidad como el juego que fue, o que es, o que debería seguir siendo. Al releerlo, he querido conservarlo también aquí, así que lo reproduzco a continuación sin mayor cambio que alguna errata ahora corregida.
Advierto de que para disfrutar este comentario elevado ahora a nota propia hay primero que leer la disquisición original de Gonzalo. No pierden nada, sino que ganarán su post y el leer los párrafos siguientes en su contexto original.
Un viejo amigo, porque la amistad que nos une es vieja y no porque él mismo sea viejo aunque al final haya que conceder que es harto complicado lo primero sin lo segundo y claudicar que nos conocimos en la universidad en el milenio pasado, siempre dice que lo peor de ese gran supermercado de origen ché en el que usted piensa mientras lee esta frase es que embrutece el paladar de los clientes, que carentes de toda referencia de calidad piensan que lo que encuentran allí es supremo y que no ha lugar para continuar buscando otros -mejores, se entiende- sabores.
El amigo de este amigo, que es decir yo, solía pensar que no era más que un pobremente disimulado corporativismo a favor de su señora, trabajadora en el más elegante de los competidores de esa cadena mencionada arriba, amén de una falta de empatía con aquellos a quienes la cuenta del banco les tiembla a final de mes y priorizan precio a otros factores.
El tiempo es sabio y nos da la oportunidad de rectificar. Tocaría con el tiempo conceder, por tercera vez, que no es así. La búsqueda de los sabores es también, ante todo, una actitud y no va siempre reñida con la cartera. ¿Acaso no es más barato comprar los ingredientes uno a uno en el mercado y amasar en casa que gastarse los maravedíes en cualquier hosca pitsería de barrio? ¿No es ése acaso un pequeño acto de bondad con la prole, de pasar tiempo con ellos sin mirar pantallas por una vez en la vida y ponerles por delante una masa que puedan recordar muchos años después frente al pelotón de fusilamiento (no pude evitar el guiño, en verdad que se escribió solo) cuando su destino les lleve a Milán por alguna mundana cuestión laboral?
De camino y al hilo de republicar aquí esto, ¿no era ésta la conversación de la que hablábamos hace tantos inviernos?
Esto acelera el romanticismo nostálgico del (los) post(s). Porque este tipo de iteraciones largas en servidores propios son, justamente, impropias en los tiempos que corren. Y, caramba, qué divertido era. Es.