El botellón municipal, auspiciado y ordenado por el ayuntamiento, avanza en Madrid. Me recuerda la lacónica crítica que hice algún tiempo en La ciudad nos pertenecía, y un cuento de mi amigo Andrés que se titula El derecho a beber. Me encanta la idea de gente en la calle reclamando el espacio sin que nadie los censure ni se lo prohíba. Pero eso está mal visto: aquí todo es cuestión de disciplina, todo consiste en disciplinar(nos).