En la mercadotecnia propia de la ingeniería electoral son habituales los reclamos a apoyar a tal o cual partido porque solo así conseguiremos tener servicios públicos de calidad. ¿Qué servicios entran en estos eslóganes? Prácticamente todos, aunque el protagonismo sea para la educación pública de calidad, o la sanidad pública de calidad. Pero hay más: una televisión pública de calidad, o incluso un órdago con la administración digital de calidad.
De calidad.
Llama poderosamente la atención que, por supuesto, conseguir esto siempre sea la excusa para aumentar el gasto público en ese servicio. Lo de investigar y optimizar el uso de los recursos existentes ni se plantea, ya que equivale a aceptar delante de quienes pagan que existen ineficiencias en lo público. Inaceptable deriva del pensamiento.
Lo trascendente aquí es lo implícito: que todos los servicios públicos que necesitan ser reconvertidos en sus equivalentes de calidad funcionan mal, ya que por pura semántica se deduce que ahora mismo no lo ven como tales ni siquiera quienes los defienden con ahínco. Por eso nos prometen que, ahora sí de una vez por todas y de verdad verdadera, el aumento de gasto que permitirá la subida de uno o dos impuestos aislados va a convertirlos en servicios de calidad.
¿Oyeron a alguien alguna vez hablar de el Zara de calidad, del Amazon de calidad, del Volvo de calidad? No. Porque no les hace falta. Porque funcionan bien, además de ser rentables -que ése es otro tema. por eso compramos sus productos aún estando el mercado inundado de alternativas.
El asunto de la calidad y de que aumentando el gasto sea prerendidamente inevitable que la misma mejore es tan flojo que por ser, es una excusatio non petita de lo más obvia, como ya hemos apuntado arriba: prometer esa tierra prometida postelectoral con servicios públicos de calidad, ¿no equivale acaso a afirmar que los actuales son una castaña, pese a ser ya enormemente costosos? ¿No será tal vez que lo que hace falta no es más gasto para tapar ineficacia con una huida hacia adelante sino una mayor rendición de cuentas?
El final de los ochenta y los primeros noventas trajeron como resaca de la victoria japonesa en la industria automovilística mundial (y de la fotografía y de la…) la necesidad de aprender los métodos de lo que en occidente se tuvo que llamar «gestión total de calidad». Los enseñantes de esta disciplina empezan siempre por matar las falsas creencias de sus audiencias: la asociación de calidad a bueno. Un mercedes es bueno, un seiscientos malo. La respuesta de los gestores de calidad era no: los dos pueden ser de «buena calidad» SI, y esta es la cuestión, el producto cumple tus expectativas al precio que estás dispuesto a pagar. Por tanto «calidad» a secas es ingestionable porque, más en servicios, tu idea de calidad no es la mía y no es la del vecino. Así que la medida de la calidad de las AA.PP. es qué prestaciones, con qué nivel de desempeño son capaces de producir con el dinero que les das. Décadas de fracaso en la formación de idiomas y de matemáticas en España sugiere que la «enseñanza de calidad» es un mito y que todo el mundo saluda al estado de forma «ideal» (de idealismo) y no con el estado realmente existente. El estado «ideal» también vive de la comparación con otros estados más llamativos o radicalmente más diferentes. Que otro lo haga quiere decir que sí se puede… lo que pasa es que hacerlo, ser capaz, parece ser que tras décadas y décadas de confianza en la democracia no lo consigue. ¿Si el estado no es capaz de enseñar -bien- idiomas pero consume el dinero no será mejor que nos lo descuente de nuestro aprendizaje con una medida comprobable (sobran tests de competencia linguística) y además nos enfrentamos de forma racional a quién sí quiere aprender y a quien no quiere emplear el dinero (de los demás, no de todos) con respeto al esfuerzo que supone cederlo a los demás? Call me facha. Pero cuando el 40% del valor de una nómina se entrega al estado a cambio de promesas «de calidad» y no funcionan, no vale decir que se recauda poco con respecto a Noruega (que lo recauda mejor y de otra manera), es hora de preguntarse por qué te voy a dar más dinero si no sabes qué hacer con él. O lo vas a hacer mal. La respuesta común: que el estado ideal actúe en nombre de la igualdad, bla, bla; cuando partimos de la desigualdad más radical por diseño: mientras tú te expones al mercado y corres los riesgos inherentes a él, el funcionario de carrera nunca tendrá que enfrentarse al desempleo. Y seguirá cobrando su sueldo. Al menos que los defensores del progreso como colectivización a la fuerza se avengan a discutir estas paradojas.
Me encanta esa reducción de la manoseada «relación calidad-precio» a una sencilla pero resolutiva calidad con la que vamos al meollo del problema. De los servicios públicos actuales, no son pocos quienes huyen despavoridos incluso entre quienes los defienden y se ganan su salario con ellos (funcionarios que van a MUFACE o profesorado, por no hablar de ministros, que lleva a sus niños a coles concertados). Si los productos que el sistema está produciendo no los elegirías voluntariamente, ¿no convendría más replantear la acción? Como dijo mi amigo Lichtenberg, para ver cosas nuevas has de hacer cosas nuevas. El más de lo mismo, sin replantear fundamento alguno pero con más costes, solo producirá más de lo mismo pero con más coste para los paganos.
Quizá todo pase por la idea de revisar el «estado realmente existente» de modo dinámico. El estado realmente existente del siglo XIX y hasta la posguerra podría decirse que tenía tendencia minimalista, aunque intervencionista. Pero, seguramente, sin estado la erradicación o cuasi erradicación del analfabetismo mediante escuela pública «universal» hubiera sido (o es) imposible o era (es) la mejor forma. Quiero decir, que según el tamaño de la presencia los rendimientos decrecientes de «más estado» se van haciendo más evidentes, especialmente en la distinción de fines y medios o procedimientos para alcanzar los fines. Como idea de partida: ¿tiene que ser inevitablemente el estado el primer empleador de un país? ¿O cómo tiene que comportarse a la hora de sacar nóminas del sector privado y ponerles en el público? ¿En qué tareas? ¿Cuáles son las que crean mercados -seguridad jurídica- y las que reducen innecesariamente los mercados -quizá renfe a día de hoy, por ejemplo?