Es parte de la ley americana, y entre otras cosas lo filosófico y la base legal del «creación por contrato», la idea de que un autor puede ser contratado por una institución y recibir un sueldo fijo, renunciando a todos los derechos sobre los trabajos que ha creado, como si el autor nunca hubiese estado involucrado en el proceso más que nadie; el editor, no como un agente del autor, sino como el autor. La gran mayoría de los trabajos culturales e intelectuales son creados mediante un acuerdo de «contrato por creación», el creador cediendo todo su trabajo a la institución que manufactura, mercadea, distribuye y vende el trabajo (y es el trabajo, la expresión de la idea, la que está sujeta a copyright, no la idea en sí misma). Se suele oir a los portavoces de los distintos grupos involucrados en asuntos judiciales relacionados con asuntos de derechos de reproducción (RIAA, MPAA, BSA para compañías de software) que «el incumplimiento del copyright daña a la mayoría de los autores del trabajo, les quita el dinero de su bolsillo eliminando el incentivo para crear más trabajo para el bien público». Pero es precisamente debido a estos acuerdos de «creación por contrato» que lo cierto es justamente lo contrario; no hay correlación significativa entre una entidad corporativa controlando el derecho de reproducción de una obra y el creador de esa obra haciendo dinero con su venta. En ningún sitio es esto tan evidente como en el negocio de la música. A estas alturas habéis oido muchas historias acerca de artistas que son expulsados por sus discográficas. Los minúsculos beneficios, la recuperación de costes iniciales y todos esos asuntos son la única manifestación del problema real: La constante presion ejercida por una gran compañía discográfica sobre el sustento de su único activo, el músico que crea el producto que genera su beneficio. Generalizando, hay algunas posiciones peores en las que uno se puede encontrar dentro del arte comercial que el ser un músico en una gran discográfica. Los editores de libros trabajan fundamentalmente con un modelo similar, pero raramente los editores hacen que sus escritores recuperen los costes de publicidad; las películas y la emisión por televisión, especialmente en superproducciones, están altamente integrados y conforman un sistema mediante el cual todo el mundo tiene su sueldo. Por eso, ¿Cómo las discográficas salen impunes obteniendo jugosos beneficios de canciones ubícuas, mientras los artistas rara vez ven un duro y generalmente acaban debiéndoles dinero?
Continúa leyendo «All rights reserved», en Stylus Magazine (en inglés), vía (tambien en inglés).
Muy interesante.
¡A mí me lo parece! Me llamó la atención porque tengo amigos que se dedican a la música y que en el mejor de los casos (la mayoria van contentos con conseguir distribución van que arden) cobran un fijo por álbum grabado. Nada de un tanto por ciento de las ventas ni nada de nada…